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lunes, 12 de diciembre de 2011

Doctor Juan Carlo Amatucci.

Reflexiones sobre la vida y el aborto


Autor: María Inés Franck .
Secretaria Académica de la Facultad de Derecho 

Canónico de la UCA.



En estos días se ha hablado mucho del aborto. Incluso, se lo ha presentado como una cuestión de opciones entre la vida de la mujer y la del niño, como si no fuera posible la mayor parte de las veces conciliar ambos derechos. ¿Cómo decir a una mujer embarazada sin haberlo querido ella, que lleve adelante ese embarazo durante nueve meses para darle a su hijo la posibilidad de vivir? ¿Cómo decírselo a las madres sumidas en la pobreza –material y espiritual- que deben afrontar el desafío de cuidar y acompañar la vida de un niño, cuando apenas pueden salir adelante ellas mismas? ¿Cómo decirlo cuando nuestras jóvenes no tienen la formación necesaria para comprender el valor y la responsabilidad de sus acciones, y se ven arrastradas por una cultura del placer y la sexualidad banal?Ante la imagen de tanto desconcierto en el mundo adulto, se hace difícil levantar la mirada y saludar con alegría a esa vida que ya ha comenzado a existir, con todo un sinfín de posibilidades abiertas, tanto para ella, como para sus padres, familia y la sociedad toda.Creo que esta sensación pesimista es parte de un cambio cultural. Las circunstancias sociales que rodean la generación de una nueva vida hoy pueden ser muy complejas, hasta problemáticas. Sin embargo, no es bueno que permitamos que la primera impresión sea tan asfixiante. Sobre todo porque no se corresponde con la realidad. En efecto: toda vida es un misterio y una incógnita. En las circunstancias más difíciles han venido a la existencia personas que han traído incluso soluciones a los problemas que rodearon sus comienzos y que aquejaron a sus progenitores. Es que la vida no se deja determinar por las circunstancias: es ella misma determinante e imprime su sello inconfundible e irrepetible en la realidad que la rodea.Independientemente de que nadie tiene derecho a truncar la vida de un semejante, me parece que la reflexión en estos temas debería colocarse nuevamente en un contexto de esperanza. ¿Cuántas veces, de la situación más amarga, ha brotado sorprendente y misteriosamente el factor que termina derrotando a la misma amargura, o el dolor más grande se ha convertido en terreno en el cual ha surgido el amor y la paz?  Dejemos que la vida se abra camino. No nos cerremos a las incalculables posibilidades que un nuevo ser humano significa para el resto de la humanidad. Derrotemos el falso dilema entre la madre y el hijo. Podemos salvar y acompañar a ambos. No tardaremos en ver los frutos de gozo de una decisión así.

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