El Papa preside por primera vez misa por Virgen patrona regional
Fuente : Vatican Insider
El lunes por la tarde, solemnidad de la Virgen de Guadalupe, la Basílica de San Pedro se llenará de sonidos y de colores del catolicismo latinoamericano.
Benedicto XVI presidirá la misa con la intención declarada de conmemorar el segundo centenario de los procesos de emancipación que tuvieron lugar desde 1808 a 1824 y que culminaron con las proclamaciones de independencia de los países de América Latina.
Bajo la cúpula de Miguel Ángel sonarán los cánticos litúrgicos de la "Misa criolla" del compositor argentino Ariel Ramírez. Al dar inicio la celebración, las insignias nacionales de todos los países latinoamericanos, llevadas por jóvenes abanderados, atravesarán en procesión la nave de la Basílica vaticana para rendir homenaje a la imagen de la Virgen de Guadalupe colocada a los pies del altar.
En los actuales comedidos ritmos de la ciudadela del Vaticano, la celebración en programa para el lunes es un evento singular anómalo por diversas razones.Es la primera vez que un Papa de manera solemne celebra la festividad de la Virgen de Guadalupe en la Basílica construida sobre la tumba del apóstol Pedro. Y parece inusual –sobre todo para a la sensibilidad de Ratzinger- también la celebración papal de una liturgia eucarística declaradamente relacionada con la conmemoración de acontecimientos de la historia mundana.
En la liturgia participará un nutrido grupo de obispos –entre los cuales por lo menos siete cardenales- llegados a posta del otro lado del Atlántico, junto a ministros y embajadores de las naciones latinoamericanas. Uno de los purpurados -probablemente Nicolás de Jesús López Rodríguez, arzobispo de Santo Domingo y primado de las Américas- dirigirá a Nuestra Señora de Guadalupe una oración compuesta para la ocasión.
La celebración constituye una evidente actualización de la agenda de Ratzinger en cuanto a las dinámicas del continente en el que vive el cuarenta y tres por ciento de los católicos del mundo. La Sede Apostólica en su instancia más alta, se muestra a la búsqueda de ocasiones propicias para entrar en conexión de nuevo con el palpitante y multiforme catolicismo latinoamericano. Durante la misa, Benedicto podría también anunciar oficialmente su próximo viaje a Cuba y México, fijado para finales de marzo.
Implícitamente, la celebración representa también una tácita purificatio memoriae a propósito de un punto controvertido en la historia de las relaciones entre el papado romano y el catolicismo latinoamericano. El actual sucesor de Pedro ofrece su contribución a esos procesos de liberación que hace doscientos años, durante su progresiva materialización, fueron excomulgados de hecho por los papas de entonces, sometidos a presiones y chantajes por parte de las "monarquías católicas" europeas que ya en 1773 habían impuesto la supresión de la compañía de Jesús. Pío VII, en obsequio a los deseos expresados por la monarquía española y la Santa Alianza que le habían liberado del dominio napoleónico, con la encíclica Etsi Longissimo terrarum (1816) había reclamado a los americanos la obediencia al rey de España Fernando VII de Borbón.
Y su sucesor León XII con el breve Etsi iam diu de 1824 había corroborado la condena papal a las insurrecciones y expresado el deseo de que retornara la supremacía española a los territorios del otro lado del Atlántico, cuando ya las guerras de emancipación estaban llegando a su fin con un resultado a favor de los patriotas americanos. Sacerdotes y religiosos que habían revestido un papel clave en las luchas de emancipación latinoamericanas – empezando por los "padres de la patria" mexicana José Manuel Hidalgo y José María Morelos, habían sido condenados por herejía y apostasía por los tribunales eclesiásticos, antes de ser ajusticiados por las tropas reales españolas.
Como subrayó el secretario de la Pontificia Comisión para América Latina Guzmán Carriquiry Lecour en su lúcido ensayo sobre las independencias latinoamericanas (publicado en Italia por Rubbettino), en aquellos difíciles momentos para el papado -que había perdido el contacto con las Iglesias locales- la escasa celeridad para captar las "señales de los tiempos" costó a la catolicidad latinoamericana una larga y dramática transición. En los decenios que sucedieron a las proclamaciones de independencia, la red eclesial de esos países -diócesis, parroquias, conventos, seminarios- se mostraba en una condición de desmantelamiento generalizado.
Corría el riesgo de interrumpirse completamente la continuidad en el anuncio del Evangelio y en la práctica de los sacramentos. Entonces, la salvación de todo fue el milagro de la fe comunicada de madre a hijo, de abuelo a nieto con la fuerza de las oraciones simples y de las fiestas patronales custodiadas por la piedad popular. Hasta cuando, poco a poco, incluso el papado -resistiéndose a las protestas y a los chantajes españoles y haciendo prevalecer el criterio pastoral por encima del pacto de poder con el Antiguo Régimen- inició a apoyar con decisión la reconstitución gradual del obispado en los nuevos países liberados de la sumisión a las monarquías europeas. "Los sucesores de San Pedro siempre han sido nuestros padres, pero la guerra nos había dejado huérfanos... Estos pastores dignos de la Iglesia y de la República son nuestros vínculos sacros con el cielo y con la tierra": de este modo el libertador Simón Bolívar acogió con el famoso "Brindis de Bogotá" los nombramientos de los obispos de algunas de las grandes ciudades de Sudamérica efectuados por el Papa en 1827 (nombramientos que desencadenaron las furiosas protestas de Fernando VII).
Benedicto XVI presidirá la misa con la intención declarada de conmemorar el segundo centenario de los procesos de emancipación que tuvieron lugar desde 1808 a 1824 y que culminaron con las proclamaciones de independencia de los países de América Latina.
Bajo la cúpula de Miguel Ángel sonarán los cánticos litúrgicos de la "Misa criolla" del compositor argentino Ariel Ramírez. Al dar inicio la celebración, las insignias nacionales de todos los países latinoamericanos, llevadas por jóvenes abanderados, atravesarán en procesión la nave de la Basílica vaticana para rendir homenaje a la imagen de la Virgen de Guadalupe colocada a los pies del altar.
En los actuales comedidos ritmos de la ciudadela del Vaticano, la celebración en programa para el lunes es un evento singular anómalo por diversas razones.Es la primera vez que un Papa de manera solemne celebra la festividad de la Virgen de Guadalupe en la Basílica construida sobre la tumba del apóstol Pedro. Y parece inusual –sobre todo para a la sensibilidad de Ratzinger- también la celebración papal de una liturgia eucarística declaradamente relacionada con la conmemoración de acontecimientos de la historia mundana.
En la liturgia participará un nutrido grupo de obispos –entre los cuales por lo menos siete cardenales- llegados a posta del otro lado del Atlántico, junto a ministros y embajadores de las naciones latinoamericanas. Uno de los purpurados -probablemente Nicolás de Jesús López Rodríguez, arzobispo de Santo Domingo y primado de las Américas- dirigirá a Nuestra Señora de Guadalupe una oración compuesta para la ocasión.
La celebración constituye una evidente actualización de la agenda de Ratzinger en cuanto a las dinámicas del continente en el que vive el cuarenta y tres por ciento de los católicos del mundo. La Sede Apostólica en su instancia más alta, se muestra a la búsqueda de ocasiones propicias para entrar en conexión de nuevo con el palpitante y multiforme catolicismo latinoamericano. Durante la misa, Benedicto podría también anunciar oficialmente su próximo viaje a Cuba y México, fijado para finales de marzo.
Implícitamente, la celebración representa también una tácita purificatio memoriae a propósito de un punto controvertido en la historia de las relaciones entre el papado romano y el catolicismo latinoamericano. El actual sucesor de Pedro ofrece su contribución a esos procesos de liberación que hace doscientos años, durante su progresiva materialización, fueron excomulgados de hecho por los papas de entonces, sometidos a presiones y chantajes por parte de las "monarquías católicas" europeas que ya en 1773 habían impuesto la supresión de la compañía de Jesús. Pío VII, en obsequio a los deseos expresados por la monarquía española y la Santa Alianza que le habían liberado del dominio napoleónico, con la encíclica Etsi Longissimo terrarum (1816) había reclamado a los americanos la obediencia al rey de España Fernando VII de Borbón.
Y su sucesor León XII con el breve Etsi iam diu de 1824 había corroborado la condena papal a las insurrecciones y expresado el deseo de que retornara la supremacía española a los territorios del otro lado del Atlántico, cuando ya las guerras de emancipación estaban llegando a su fin con un resultado a favor de los patriotas americanos. Sacerdotes y religiosos que habían revestido un papel clave en las luchas de emancipación latinoamericanas – empezando por los "padres de la patria" mexicana José Manuel Hidalgo y José María Morelos, habían sido condenados por herejía y apostasía por los tribunales eclesiásticos, antes de ser ajusticiados por las tropas reales españolas.
Como subrayó el secretario de la Pontificia Comisión para América Latina Guzmán Carriquiry Lecour en su lúcido ensayo sobre las independencias latinoamericanas (publicado en Italia por Rubbettino), en aquellos difíciles momentos para el papado -que había perdido el contacto con las Iglesias locales- la escasa celeridad para captar las "señales de los tiempos" costó a la catolicidad latinoamericana una larga y dramática transición. En los decenios que sucedieron a las proclamaciones de independencia, la red eclesial de esos países -diócesis, parroquias, conventos, seminarios- se mostraba en una condición de desmantelamiento generalizado.
Corría el riesgo de interrumpirse completamente la continuidad en el anuncio del Evangelio y en la práctica de los sacramentos. Entonces, la salvación de todo fue el milagro de la fe comunicada de madre a hijo, de abuelo a nieto con la fuerza de las oraciones simples y de las fiestas patronales custodiadas por la piedad popular. Hasta cuando, poco a poco, incluso el papado -resistiéndose a las protestas y a los chantajes españoles y haciendo prevalecer el criterio pastoral por encima del pacto de poder con el Antiguo Régimen- inició a apoyar con decisión la reconstitución gradual del obispado en los nuevos países liberados de la sumisión a las monarquías europeas. "Los sucesores de San Pedro siempre han sido nuestros padres, pero la guerra nos había dejado huérfanos... Estos pastores dignos de la Iglesia y de la República son nuestros vínculos sacros con el cielo y con la tierra": de este modo el libertador Simón Bolívar acogió con el famoso "Brindis de Bogotá" los nombramientos de los obispos de algunas de las grandes ciudades de Sudamérica efectuados por el Papa en 1827 (nombramientos que desencadenaron las furiosas protestas de Fernando VII).
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