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miércoles, 29 de febrero de 2012

Doctor Juan Carlo Amatucci.

Comentario del Evangelio 

por el Beato

Juan XXIII 

(1881-1963),

Papa.

Diario del alma, 1930, retiro en Rusciuk .
El amor a la cruz de mi Señor, me atrae cada vez más estos días. ¡Jesús bendito, que esto no sea un fuego de paja que se apague con la primera lluvia, sino un incendio que arda sin consumirse jamás! 
He encontrado estos días otra bella oración que corresponde muy bien a mis condiciones espirituales: "Oh Jesús, mi amor crucificado, te adoro en todos tus sufrimientos... Abrazo con todo mi corazón, por amor a ti, todas las cruces de cuerpo y espíritu que me llegarán. Y hago profesión de poner toda mi gloria, mi tesoro y mi satisfacción en tu cruz, es decir en las humillaciones, privaciones y sufrimientos, diciendo con Santo Pablo: «qué jamás me vanaglorie, si no en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Ga 6,14). En cuanto a mí, no quiero otro paraíso en este mundo que la cruz de mi Señor Jesucristo "... Todo me hace pensar que el Señor me quiere todo para él, en el "camino real de la santa cruz". Y es por este camino, y no por otro, que quiero seguirlo...
Una nota característica de este retiro, ha sido una gran paz y una gran alegría interior, que me dan el coraje de ofrecerme al Señor para todos los sacrificios que quiera pedir a mi sensibilidad. De esta calma y de esta alegría, quiero que toda mi ser y toda mi vida estén siempre penetradas, por dentro y por fuera... Cuidaré de guardar esta alegría interior y exterior...
La comparación de San Francisco de Sales que me gusta repetir, entre otras: "Estoy como un pájaro que canta sobre un matorral de espinas", debe ser una invitación continua para mí. Por tanto, pocas confidencias sobre lo que puede hacer sufrir; mucha discreción e indulgencia juzgando a los hombres y las situaciones; me esforzaré por rezar especialmente por los que me hacen sufrir; y luego en toda cosa una gran bondad, una paciencia sin límites, acordándome de que otro sentimiento... no está conforme con el espíritu del Evangelio y de la perfección evangélica. Desde el momento que hago triunfar la caridad cueste lo que cueste, quiero pasar por un hombre cualquiera. Me dejaré atropellar, pero quiero ser paciente y bueno hasta el heroísmo.


Doctor Juan Carlo Amatucci.

EL PAPA
TENGAMOS PRESENTE NUESTRA CONDICIÓN MORTAL, 
ACOGIENDO EN ELLA A DIOS Y ESPERANDO LA RESURRECCIÓN.
Ciudad del Vaticano, 23 febrero 2012 (VIS).-
En la tarde de ayer, miércoles de Ceniza, el Santo Padre presidió la tradicional procesión penitencial desde la Iglesia de San Anselmo del Aventino hasta la basílica de Santa Sabina, en la misma colina romana. 
Tomaron parte en ella numerosos cardenales, arzobispos y obispos, así como los monjes benedictinos de San Anselmo, los padres dominicos de Santa Sabina y los fieles.
Tras la procesión, Benedicto XVI presidió la celebración Eucarística con el rito de la bendición y la imposición de la ceniza. El Papa la recibió de manos del cardenal Josef Tomko, titular de la basílica, y seguidamente la impuso a los cardenales y a algunos monjes, religiosos y fieles. Después de la proclamación del Evangelio, pronunció una homilía en la que explicó el significado del signo litúrgico de la ceniza, “un elemento de la naturaleza -dijo- que se convierte en la Liturgia en un símbolo sacro, muy importante en esta jornada que da inicio al itinerario cuaresmal”.
“La ceniza es uno de esos signos materiales que llevan el cosmos al interior de la Liturgia. (…) Se trata de un signo no sacramental, pero ligado a la oración y la santificación del pueblo cristiano”. De hecho, antes de imponerla sobre la cabeza de los fieles, el sacerdote bendice la ceniza; una de las fórmulas de bendición hace referencia al pasaje del Génesis que acompaña el gesto de la imposición: “Polvo eres y al polvo volverás” (Gen 3, 19). Se trata de las palabras con las que concluye el juicio pronunciado por Dios después del pecado original.
A causa del pecado de Adán, Dios maldice la tierra de la que éste había surgido, cuando, tras la creación del mundo, “el Señor formó al hombre del polvo de la tierra, insufló en sus narices aliento de vida y el hombre se convirtió en un ser vivo”. (Gen 2-7). En este punto, el Papa señaló que “el signo de la ceniza nos lleva al gran relato de la creación, en el que se dice que el ser humano es una singular unidad de materia y soplo divino, mediante la imagen del polvo de la tierra plasmado por Dios y animado por su aliento. Podemos observar que, en la narración del Génesis, el símbolo del polvo experimenta una transformación negativa a causa del pecado. Antes de la caída, la tierra posee una potencialidad totalmente buena” que “recuerda el gesto creador de Dios, abierto a la vida”; después del pecado y la consiguiente maldición divina, “se convierte en signo de un inexorable destino de muerte: 'Polvo eres y al polvo volverás'”.
La tierra sigue, pues, la suerte de la humanidad, y le concederá sus frutos sólo a cambio de “dolor” y del “sudor de la frente”. Sin embargo, “esta maldición de la tierra tiene una función medicinal para el hombre, ya que la 'resistencia' que le opone le ayuda a mantenerse en sus límites y a reconocer su propia naturaleza. (…) Esto significa que la intención de Dios, que es siempre benéfica, es más profunda que la maldición. Ésta es debida no a Dios, sino al pecado; pero Dios la inflige porque respeta la libertad del hombre y sus consecuencias, incluso las negativas”. Sin embargo, el Señor, junto al “justo castigo, desea anunciar también una vía de salvación que pasará precisamente a través de la tierra, del polvo, de la carne que será asumida por el Verbo”.
La Liturgia del miércoles de Ceniza retoma las palabras del Génesis desde esta perspectiva salvífica, como “invitación a la penitencia, a la humildad, a tener presente la propia condición mortal, pero no para caer en la desesperación, sino para acoger, en esta mortalidad nuestra, la impensable cercanía de Dios que, más allá de la muerte, abre el paso a la resurrección, al paraíso finalmente reencontrado”.
“La posibilidad del perdón divino depende esencialmente del hecho de que Dios mismo, en la persona de su Hijo, ha querido compartir nuestra condición, pero no la corrupción del pecado. 

El Padre lo ha resucitado con la potencia de su Santo Espíritu y Jesús, el nuevo Adán, se ha transformado (…) en la primicia de la nueva creación”.
Como conclusión, Benedicto XVI afirmó: “El Dios que echó a nuestros progenitores del Edén ha mandado a su propio Hijo a la tierra devastada por el pecado (…) para que nosotros, hijos pródigos, podamos volver, arrepentidos y redimidos por su misericordia, a nuestra verdadera patria. 

Que así sea para cada uno de nosotros, para todos los creyentes, para todo hombre que humildemente reconoce que necesita salvación”.

jueves, 23 de febrero de 2012

Dr. Juan Carlo Amatucci..

San Juan de la Cruz.


Catequesis de los míércoles en la audiencia pública de Benedicto XVI.

Queridos hermanos y hermanas,
hace dos semanas presenté la figura de la gran mística española Teresa de Jesús. Hoy quisiera hablar de otro importante santo de esas tierras, amigo espiritual de santa Teresa, reformador, junto a ella, de la familia religiosa carmelita: san Juan de la Cruz, proclamado Doctor de la Iglesia por el papa Pío XI, en 1926, y al que la tradición puso el sobrenombre de Doctor mysticus, “Doctor místico”. Juan de la Cruz nació en 1542 en la pequeña villa de Fontiveros, cerca de Ávila, en Castilla la Vieja, hijo de Gonzalo de Yepes y Catalina Álvarez. La familia era paupérrima, porque el padre, de noble origen toledano, había sido expulsado de casa y desheredado por haberse casado con Catalina, una humilde tejedora de seda. Huérfano de padre a tierna edad, Juan, a los nueve años, se trasladó, con la madre y el hermano Francisco, a Medina del Campo, cerca de Valladolid, centro comercial y cultural. Aquí asistió al Colegio de los Doctrinos, llevando a cabo también trabajos humildes para las monjas de la iglesia-convento de la Magdalena. Posteriormente, dadas sus cualidades humanas y sus resultados en los estudios. Fue admitido primero como enfermero en el Hospital de la Concepción, y después en el Colegio de los Jesuitas, apenas fundado en Medina del Campo: en él entró Juan a los dieciocho años y estudió durante tres años ciencias humanas, retórica y lenguas clásicas. Al final de su formación, tenía muy clara su propia vocación: la vida religiosa y, entre las muchas órdenes presentes en Medina, se sintió llamado al Carmelo.
En el verano de 1563 inició el noviciado entre los Carmelitas de la ciudad, asumiendo el nombre religioso de Matías. Al año siguiente fue destinado a la prestigiosa Universidad de Salamanca, donde estudió por un trienio filosofía y artes. En 1567 fue ordenado sacerdote y volvió a Medina del Campo para celebrar su Primera Misa rodeado del afecto de sus familiares. Precisamente aquí tuvo lugar el primer encuentro entre Juan y Teresa de Jesús. El encuentro fue decisivo para ambos: Teresa le expuso su plan de reforma del Carmelo también en la rama masculina, y propuso a Juan que se adhiriera a él “para mayor gloria de Dios”; el joven sacerdote quedó fascinado por las ideas de Teresa, hasta el punto de convertirse en un gran apoyo del proyecto. Los dos trabajaron juntos algunos meses, compartiendo ideales y propuestas para inaugurar lo antes posible la primera casa de Carmelitas descalzos: la apertura tuvo lugar el 28 de diciembre de 1568 en Duruelo, lugar solitario de la provincia de Ávila. Con Juan, formaban esta primera comunidad masculina otros tres compañeros. Al renovar su profesión religiosa según la Regla primitiva. Los cuatro adoptaron un nuevo nombre: Juan se llamó entonces “de la Cruz”, nombre con el que será después universalmente conocido. A finales de 1572, a petición de santa Teresa, se convirtió en confesor y vicario del monasterio de la Encarnación de Ávila, donde la Santa era priora. Fueron años de estrecha colaboración y amistad espiritual, que enriqueció a ambos. A aquel periodo se remontan también las más importantes obras teresianas y los primeros escritos de Juan.
La adhesión a la reforma carmelita no fue fácil y le costó a Juan incluso graves sufrimientos. El episodio más dramático fue, en 1577, su apresamiento y su encarcelamiento en el convento de los Carmelitas de la Antigua Observancia de Toledo, a raíz de una acusación injusta. El santo permaneció en prisión durante seis meses, sometido a privaciones y constricciones físicas y morales. Aquí compuso, junto con otras poesías, el célebre "Cántico espiritual". Finalmente, en la noche entre el 16 y el 17 de agosto de 1578, consiguió huir de forma aventurada, refugiándose en el monasterio de las Carmelitas Descalzas de la ciudad. Santa Teresa y sus compañeros reformados celebraron con inmensa alegría su liberación y, tras un breve tiempo para recuperar las fuerzas, Juan fue destinado a Andalucía, donde transcurrió diez años en varios conventos, especialmente en Granada. Asumió cargos cada vez más importantes en la Orden, hasta llegar a ser Vicario Provincial, y completó la redacción de sus tratados espirituales. Después volvió a su tierra natal, como miembro del gobierno general de la familia religiosa teresiana, que gozaba ya de plena autonomía jurídica. Vivió en el Carmelo de Segovia, desempeñando el cargo de superior de esa comunidad. En 1591 fue quitado de toda responsabilidad y destinado a la nueva Provincia religiosa de México. Mientras se preparaba para el largo viaje con otros diez compañeros, se retiró a un convento solitario cerca de Jaén, donde enfermó gravemente. Juan afrontó con ejemplar serenidad y paciencia enormes sufrimientos. Murió en la noche entre el 13 y el 14 de diciembre de 1591, mientras sus hermanos recitaban el Oficio matutino. Se despidió de ellos diciendo: “Hoy voy a cantar el Oficio en el cielo”. Sus restos mortales fueron trasladados a Segovia. Fue beatificado por Clemente X en 1675 y canonizado por Benedicto XIII en 1726.
Juan es considerado uno de los más importantes poetas líricos de la literatura española. Sus obras mayores son cuatro: Subida al Monte Carmelo, Noche oscura, Cántico espiritual y Llama de amor viva.
En el Cántico espiritual, san Juan presenta el camino de purificación del alma, es decir, la progresiva posesión gozosa de Dios, hasta que el alma llega a sentir que ama a Dios con el mismo amor con que es amada por Él. La Llama de amor viva prosigue en esta perspectiva, describiendo más en detalle el estado de unión transformadora con Dios. El ejemplo utilizado por Juan es siempre el del fuego: como el fuego cuanto más arde y consume el leño, tanto más se hace incandescente hasta convertirse en llama, así el Espíritu Santo, que durante la noche oscura purifica y "limpia" el alma, con el tiempo la ilumina y la calienta como si fuese una llama. La vida del alma es una continua fiesta del Espíritu Santo, que deja entrever la gloria de la unión con Dios en la eternidad.
La Subida al Monte Carmelo presenta el itinerario espiritual desde el punto de vista de la purificación progresiva del alma, necesaria para escalar la cumbre de la perfección cristiana, simbolizada por la cima del Monte Carmelo. Esta purificación es propuesta como un camino que el hombre emprende, colaborando con la acción divina, para liberar el alma de todo apego o afecto contrario a la voluntad de Dios. La purificación, que para llegar a la unión de amor con Dios debe ser total, comienza desde la de la vía de los sentidos y prosigue con la que se obtiene por medio de las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, que purifican la intención, la memoria y la voluntad. La “Noche oscura" describe el aspecto “pasivo”, es decir, la intervención de Dios en el proceso de “purificación” del alma. El esfuerzo humano, de hecho, es incapaz por sí solo de llegar hasta las raíces profundas de las inclinaciones y de las malas costumbres de la persona: las puede frenar, pero no desarraigarlas totalmente. Para hacerlo, es necesaria la acción especial de Dios que purifica radicalmente el espíritu y lo dispone a la unión de amor con Él. San Juan define "pasiva" esta purificación, precisamente porque, aun aceptada por el alma, es realizada por la acción misteriosa del Espíritu Santo que, como llama de fuego, consume toda impureza. En este estado, el alma es sometida a todo tipo de pruebas, como si se encontrase en una noche oscura.
Estas indicaciones sobre las obras principales del Santo nos ayudan a acercarnos a los puntos sobresalientes de su vasta y profunda doctrina mística, cuyo objetivo es describir un camino seguro para llegar a la santidad, el estado de perfección al que Dios nos llama a todos nosotros. Según Juan de la Cruz, todo lo que existe, creado por Dios, es bueno. A través de las criaturas, podemos llegar al descubrimiento de Aquel que nos ha dejado en ellas su huella. La fe, con todo, es la única fuente dada al hombre para conocer a Dios tal como es Él en sí mismo, como Dios Uno y Trino. Todo lo que Dios quería comunicar al hombre, lo dijo en Jesucristo, su Palabra hecha carne. Él, Jesucristo, es el único y definitivo camino al Padre (cfr Jn 14,6). Cualquier cosa creada no es nada comparada con Dios y nada vale fuera de Él: en consecuencia, para llegar al amor perfecto de Dios, cualquier otro amor debe conformarse en Cristo al amor divino. De aquí deriva la insistencia de san Juan de la Cruz en la necesidad de la purificación y del vaciamiento interior para transformarse en Dios, que es la única meta de la perfección. Esta “purificación” no consiste en la simple falta física de las cosas o de su uso; lo que hace al alma pura y libre, en cambio, es eliminar toda dependencia desordenada de las cosas. Todo debe colocarse en Dios como centro y fin de la vida. El largo y fatigoso proceso de purificación exige el esfuerzo personal, pero el verdadero protagonista es Dios: todo lo que el hombre puede hacer es “disponerse”, estar abierto a la acción divina y no ponerle obstáculos. Viviendo las virtudes teologales, el hombre se eleva y da valor a su propio empeño. El ritmo de crecimiento de la fe, de la esperanza y de la caridad va al mismo paso que la obra de purificación y con la progresiva unión con Dios hasta transformarse en Él. Cuando se llega a esta meta, el alma se sumerge en la misma vida trinitaria, de forma que san Juan afirma que ésta llega a amar a Dios con el mismo amor con que Él la ama, porque la ama en el Espíritu Santo. De ahí que el Doctor Místico sostenga que no existe verdadera unión de amor con Dios si no culmina en la unión trinitaria. En este estado supremo el alma santa lo conoce todo en Dios y ya no debe pasar a través de las criaturas para llegar a Él. El alma se siente ya inundada por el amor divino y se alegra completamente en él.
Queridos hermanos y hermanas, al final queda la cuestión: este santo con su alta mística, con este arduo camino hacia la cima de la perfección, ¿tiene algo que decirnos a nosotros, al cristiano normal que vive en las circunstancias de esta vida de hoy, o es un ejemplo, un modelo solo para pocas almas elegidas que pueden realmente emprender este camino de la purificación, de la ascensión mística? Para encontrar la respuesta debemos ante todo tener presente que la vida de san Juan de la Cruz no fue un “vuelo por las nubes místicas”, sino que fue una vida muy dura, muy práctica y concreta, tanto como reformador de la orden, donde encontró muchas oposiciones, como de superior provincial, como en la cárcel de sus hermanos de religión, donde estuvo expuesto a insultos increíbles y malos tratos físicos. Fue una vida dura, pero precisamente en los meses pasados en la cárcel escribió una de sus obras más bellas. Y así podemos comprender que el camino con Cristo, el ir con Cristo, "el Camino", no es un peso añadido a la ya suficientemente dura carga de nuestra vida, no es algo que haría aún más pesada esta carga, sino algo completamente distinto, es una luz, una fuerza que nos ayuda a llevar esta carga. Si un hombre tiene en sí un gran amor, este amor casi le da alas, y soporta más fácilmente todas las molestias de la vida, porque lleva en sí esta gran luz; esta es la fe: ser amado por Dios y dejarse amar por Dios en Cristo Jesús. Este dejarse amar es la luz que nos ayuda a llevar la carga de cada día. Y la santidad no es obra nuestra, muy difícil, sino que es precisamente esta “apertura”: abrir las ventanas de nuestra alma para que la luz de Dios pueda entrar, no olvidar a Dios porque precisamente en la apertura a su luz se encuentra fuerza, se encuentra la alegría de los redimidos. Oremos al Señor para que nos ayude a encontrar esta santidad, a dejarnos amar por Dios, que es la vocación de todos nosotros y la verdadera redención. Gracias.
©Libreria Editrice Vaticana.

Dr, Juan Carlo Amatucci.

Solsona, 
en 
Lérida,
España...
21 de febrero, 2012. (Rome  reports.com) 

El obispo de Solsona, en Lérida, España, se rebajará su sueldo un 25 por ciento y destinará ese ahorro a ayudas sociales.
Con un comunicado titulado: “Todos contra la crisis”, el obispo Xavier Novell dice que es una decisión personal y comunica un Plan de Cáritas para que la diócesis destine el 10 por cierto de su presupuesto a ayudar a los más afectados por la crisis económica.
Xavier Novell, tiene 43 años y es el obispo más joven de España. Pasa de recibir 1.200€ a 900€ y ha invitado a los párrocos a que hagan lo mismo. Además, pide a la sociedad una mayor colaboración con los que más lo necesitan.

Cnel.Ingeniero Juan Carlos Perez Arrieu. Un colaborador con fé.

CRISTO REY

 Río de Janeiro.
El Cristo Redentor 'cerró'  los brazos 


en un abrazo simbólico a :


Rio de Janeiro, El efecto- una ilusión óptica provocada por proyección de luces e imágenes, como parte de la campaña contra la explotación sexual y la violencia contra los niños.
Para simular el abrazo el cineasta Fernando Salis, usó ocho proyectores.
Con la música de "Bachianas Brasileiras nª 7" de Villa Lobos, con animación en 3D, la estatua parece cerrar los brazos. 



http://www.youtube.com/watch?

v=2STmHsZiUr4&feature=player_embedded 
Impresionante!

miércoles, 22 de febrero de 2012

DISCURSO DEL CARDENAL TIMOTHY DOLAN:
Santísimo Padre,
señor cardenal Sodano, 
queridos hermanos:Alabado sea Jesucristo! 
Se remonta al último mandato de Jesús: "¡Vayan, y hagan discípulos en todas las naciones!", es tan actual como la Palabra de Dios que hemos escuchado en la liturgia de esta mañana...
Me refiero al deber sagrado de la nueva evangelización. Es "siempre antigua, siempre nueva". El cómo, el cuándo y el dónde pueden cambiar, pero el mandato sigue siendo el mismo, así como el mensaje y la inspiración: "Jesucristo... el mismo ayer, hoy y siempre".
Estamos reunidos en el caput mundi, evangelizada por los apóstoles Pedro y Pablo; en la ciudad de la que el sucesor de Pedro "ha enviado" evangelizadores a ofrecer la Persona, el mensaje y la invitación que están en el corazón de la evangelización, para toda la Europa, hasta el "nuevo mundo", en la era de los "descubrimientos geográficos", así como en África y Asia en tiempos más recientes.
Estamos reunidos frente a la basílica, donde el celo evangélico de la Iglesia se expandió durante el Concilio Vaticano II; cerca de la tumba del sumo pontífice que ha creado el término "Nueva Evangelización", familiar para todos.
Nos reunimos agradecidos por la compañía fraternal de un pastor que nos hace recordar todos los días, el desafío de la nueva evangelización.
Sí, estamos aquí juntos como misioneros, como evangelizadores.
Acogemos la enseñanza del Concilio Vaticano II, especialmente en lo que está expresado en los documentosLumen Gentium, Gaudium et Spes y Ad Gentes, que especifican con precisión cómo entiende la Iglesia su propio deber evangélico, llamando a toda la Iglesia misionera; es decir, que todos los cristianos, en virtud del bautismo, la confirmación y la eucaristía, son evangelizadores.
Sí, el Concilio ha reiterado, sobre todo en Ad Gentes, que si bien son misioneros explícitos aquellos enviados a los lugares donde las personas nunca han oído el nombre mediante el cual todos los hombres han sido salvados, sin embargo, no hay cristiano que esté excluido de la tarea de dar testimonio de Jesús, transmitiendo a los demás el llamado del Señor en la vida cotidiana.
Por lo tanto, la misión se ha convertido en el punto central de la vida de cada Iglesia local, de cada creyente. La naturaleza misionera se renueva no sólo en un sentido geográfico, sino en el sentido teológico, en tanto el destinatario de la 'misión' no es sólo el no creyente, sino el creyente. Algunos se preguntaban si esta ampliación del concepto de la evangelización hubiese debilitado involuntariamente el significado de la misión 'ad gentes'.
El beato Juan Pablo II ha desarrollado esta nueva comprensión del término, haciendo hincapié en la evangelización de la cultura, en cuanto el parangón entre fe y cultura sustituyó la relación entre la Iglesia y el Estado que prevaleció hasta el Concilio, y en este cambio de acento consiste la tarea de reevangelizar culturas que alguna vez fueron el verdadero motor de los valores evangélicos. Así, la nueva evangelización se convierte en el reto de aplicar la llamada de Jesús a la conversión del corazón, no sólo ad extrasino también ad intra; a los creyentes y culturas en las que la sal del evangelio ha perdido su sabor. Por lo tanto, la misión se dirige no sólo a Nueva Guinea, sino también a Nueva York.
En la Redemptoris Missio, número 33, el beato Juan Pablo II presentó este planteamiento, haciendo una distinción entre la evangelización primaria --el anuncio de Jesús a los pueblos y contextos socioculturales donde Cristo y su Evangelio no son conocidos--, y la nueva evangelización --el reavivar la fe en la gente y las culturas en las que se ha apagado--, y la atención pastoral de las iglesias que viven la fe y han reconocido su compromiso universal.
Está claro que no hay oposición entre la misión ad gentesy la nueva evangelización: no se trata de un aut-autsino de un et-et. La Nueva Evangelización genera misioneros entusiastas, y aquellos que están comprometidos en la misión ad gentes deben dejarse evangelizar continuamente.
Desde el Nuevo Testamento, la misma generación que recibió la misión ad gentes del Maestro en el momento de la Ascensión necesitaba que san Pablo la exhortase a "reavivar el carisma de Dios", reavivando la llama de la fe depositada en ellos. Esto es sin duda, uno de los primeros ejemplos de la nueva evangelización.
Y más recientemente, durante el alentador Sínodo sobre África, hemos escuchado las voces de nuestros hermanos que están ejerciendo su ministerio en los lugares donde la cosecha de la misión ad gentesera rica, pero ahora que han pasado dos o tres generaciones, también ellos sienten la necesidad de una nueva evangelización.
El reconocido misionero televisivo, arzobispo Fulton J. Sheen, dijo: "La primera palabra de Jesús a sus discípulos fue 'vengan', y la última fue 'vayan'. Uno no puede 'ir' a menos que primero no haya 'venido' a él".
Un gran reto, tanto para la misión ad gentescomo a la nueva evangelización, es el llamado secularismo. Escuchemos cómo lo describe el Santo Padre: "La secularización, que se presenta en las culturas como una configuración del mundo y de la humanidad sin referencia a la Trascendencia, invade todos los aspectos de la vida diaria y desarrolla una mentalidad en la que Dios de hecho está ausente, total o parcialmente, de la existencia y de la conciencia humanas. Esta secularización no es sólo una amenaza exterior para los creyentes, sino que ya desde hace tiempo se manifiesta en el seno de la Iglesia misma. Desnaturaliza desde dentro y en profundidad la fe cristiana y, como consecuencia, el estilo de vida y el comportamiento diario de los creyentes. Estos viven en el mundo y a menudo están marcados, cuando no condicionados, por la cultura de la imagen, que impone modelos e impulsos contradictorios, negando en la práctica a Dios: ya no hay necesidad de Dios, de pensar en él y de volver a él. Además, la mentalidad hedonista y consumista predominante favorece, tanto en los fieles como en los pastores, una tendencia hacia la superficialidad y un egocentrismo que daña la vida eclesial." (Discurso de Su Santidad Benedicto XVI a la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para la Cultura, 8.III.2008).
Esta secularización nos llama a una estrategia eficaz de evangelización.
Permítanme exponerla en siete puntos:
1. 

A decir verdad, al invitarme a hablar sobre este tema "El anuncio del Evangelio hoy: entre misión ad gentesy la nueva evangelización", el eminentísimo secretario de Estado, me pidió contextualizar el secularismo, sugiriendo que mi archidiócesis de Nueva York es quizá "la capital de la cultura secularizada".
Pero, --y creo que mi amigo y colega, el cardenal Edwin O'Brien, que creció en Nueva York, estará de acuerdo--, yo diría que Nueva York, a pesar de dar la impresión de ser secularizada, es sin embargo una ciudad muy religiosa.
Incluso en los lugares que suelen ser clasificados como "materialistas", tales como los medios de comunicación, el entretenimiento, las finanzas, la política, el arte, la literatura, hay una innegable apertura a la trascendencia, ¡a lo divino!
Los cardenales que sirven a Jesús y a su Iglesia en la Curia Romana pueden recordar el discurso de Su Santidad por la Navidad hace dos años, en el que se celebraba esta apertura natural a lo divino, incluso en aquellos que dicen adherirse al secularismo:
"...Considero importante sobre todo el hecho de que también las personas que se declaran agnósticas y ateas deben interesarnos a nosotros como creyentes. Cuando hablamos de una nueva evangelización, estas personas tal vez se asustan. No quieren verse a sí mismas como objeto de misión, ni renunciar a su libertad de pensamiento y de voluntad. Pero la cuestión sobre Dios sigue estando también en ellos... Como primer paso de la evangelización debemos tratar de mantener viva esta búsqueda; debemos preocuparnos de que el hombre no descarte la cuestión sobre Dios como cuestión esencial de su existencia; preocuparnos de que acepte esa cuestión y la nostalgia que en ella se esconde... Creo que la Iglesia debería abrir también hoy una especie de "atrio de los gentiles" donde los hombres puedan entrar en contacto de alguna manera con Dios sin conocerlo y antes de que hayan encontrado el acceso a su misterio, a cuyo servicio está la vida interna de la Iglesia".
Este es mi primer punto: 
Compartimos la convicción de los filósofos y poetas del pasado, los cuales no tenían la ventaja de haber recibido la revelación. Y, por eso, incluso una persona que dice adherirse al secularismo y despreciar las religiones, tiene dentro de sí una chispa de interés en el más allá, y reconoce que la humanidad y la creación serían un enigma absurdo sin un concepto de 'creador'.
En el cine hay ahora una película llamada The Way (El Camino), en la que uno de los protagonistas es un conocido actor, Martin Sheen. Quizás la hayan visto. Hace el papel de un padre cuyo hijo distanciado muere mientras recorre el Camino de Santiago de Compostela en España. El angustiado padre decide completar la peregrinación en lugar del hijo perdido. Es el icono del hombre secular: satisfecho de sí mismo, despectivo hacia Dios y la religión, que se definía "excatólico", cínico frente a a la fe... pero, sin embargo, es incapaz de negar que dentro de sí hay un interés irresistible de conocer más allá, una sed de algo más -o alguien más--, que crece en él a lo largo del camino.
Sí, podríamos tomar prestado lo que los apóstoles le dijeron a Jesús en el evangelio del domingo: ¡"todos te buscan"! Y te están buscando incluso hoy..

.2. 
Esto me lleva al segundo punto: este hecho nos da una inmensa confianza y el coraje decisivo para cumplir con el sagrado deber de la misión y la nueva evangelización. "No tengan miedo", como suele decirse, es la exhortación más repetida en la Biblia.
Después del Concilio, la buena noticia era que el triunfalismo en la Iglesia había muerto. Pero, por desgracia, ¡también la confianza!
Estamos convencidos, confiados y valientes con la nueva evangelización gracias al poder de la Persona que nos ha confiado esta misión --da la casualidad de que es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad--, y gracias a la verdad de su mensaje y la profunda apertura a lo divino, incluso entre las personas más secularizadas de nuestra sociedad actual.¡Seguros, sí!
Triunfalistas, ¡nunca más!

Lo que nos mantiene lejos de la arrogancia y de la soberbia del triunfalismo es el reconocimiento de lo que nos enseñó el papa Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi: ¡la Iglesia misma tiene siempre la necesidad de ser evangelizada!
Esto nos da la humildad de admitir que nemo dat quod non habet, que la Iglesia tiene una profunda necesidad de conversión interior, algo medular en la llamada a la evangelización.
3.
Un tercer elemento para una misión eficaz es la conciencia de que Dios no sacia la sed del corazón humano con un concepto, sino a través de una persona que se llama Jesús. La invitación implícita en la misión ad gentes y la nueva evangelización no es una doctrina, sino un llamado a conocer, amar y servir --no a algo--, sino a alguien.
Santo Padre, cuando comenzó su pontificado, nos invitó a una amistad con Jesús, expresión con la que Usted ha definido la santidad. Es el amor de una Persona, una relación personal que está en el origen de nuestra fe.
Como escribe san Agustín: "Ex una sane doctrina impressam fidem credentium cordibus ingulorum qui hoc idem credunt verissime dicimus, sed aliud sunt ea quae creduntur, aliud fides qua reduntur" (De Trinitate, XIII, 2.5).
4. 
Y aquí está el cuarto punto: esta persona, este Jesús de Nazaret, nos dice que Él es la verdad. Por lo tanto, nuestra misión tiene una sustancia, un contenido. A veinte años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, en el quincuagésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II y al umbral de este Año de la fe, nos encontramos con el reto de combatir el analfabetismo catequético.
Es verdad que la nueva evangelización es urgente, porque a veces el secularismo ha ahogado el grano de la fe; pero esto fue posible porque muchos creyentes no tienen la mínima idea de la sabiduría, la belleza y la coherenciade la Verdad.
Su eminencia el cardenal George Pell, dijo que "no es tan cierto que las personas han perdido la fe, sino que no la tuvieron desde el inicio; y si la había de algún modo, era tan insignificante que podía ser fácilmente arrancada".
Por eso el cardenal Avery Dulles nos ha llamado a una neoapologética, no radicada en discusiones vacías, sino en la Verdad que tiene un nombre, Jesús.
Del mismo modo, cuando el beato John Henry Newman recibió la tarjeta para la nominación al Colegio de Cardenales, advirtió sobre los peligros del liberalismo en la religión, es decir, "la doctrina según la cual no hay ninguna verdad positiva en la religión, en que un credo vale tanto como otro. La religión revelada no es una verdad, sino un sentimiento y una preferencia personal".
Cuando Jesús nos dice "Yo soy la Verdad", dijo también que es "el Camino y la Vida." El camino de Jesús es al interior y a través de su Iglesia, que como una madre santa nos da la Vida del Señor.
"¿Cómo lo habrías conocido a Él si no a través de Ella?", preguntaba De Lubac, haciendo referencia a la relación inseparable entre Jesús y su Iglesia.
Por lo tanto, nuestra misión, esta nueva evangelización, tiene unas dimensiones catequéticas y eclesiales.
Esto nos lleva a pensar en la Iglesia de una manera renovada: a pensar en ella como una Misión en sí misma. Como nos enseñó el beato Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris Missio, la Iglesia no tiene una misión, como si la "misión" fuera una cosa entre las muchas que Iglesia hace. No, la Iglesia es una misión, y cada uno de nosotros que confiesa a Jesús como Señor y Salvador debería interrogarse sobre su propia eficacia en la misión.
En los últimos cincuenta años desde la apertura del Concilio, hemos visto a la Iglesia pasar por las últimas etapas de la Contrarreforma y volver a descubrirse como una obra misionera. En algunos lugares esto ha significado un nuevo descubrimiento del Evangelio. En los países cristianos ya ha dado lugar a una reevangelización que abandona las aguas estancadas de la conservación institucionaly, como Juan Pablo II ha enseñado en la Novo Millennio Ineunte, nos invita a despegar en pos de una pesca eficaz.

En muchos de los países aquí representados, alguna vez la cultura y el entorno social transmitían el evangelio, pero hoy en día no es así. Ahora, por lo tanto, el anuncio del evangelio --la invitación explícita a entrar en la amistad con el Señor Jesús--, debe estar en el centro de la vida católica y de todos los católicos. Pero en todo momento, el Concilio Vaticano II y los grandes papas que le han dado una interpretación autorizada, nos impulsan a llamar a nuestra gente a pensarse como un despliegue de misioneros y evangelizadores.
5. 
Cuando era seminarista en el Colegio Norteamericano, todos los estudiantes de teología del primer año de todos los ateneos de Roma fueron invitados a una misa en San Pedro celebrada por el prefecto de la Congregación para el Clero, el cardenal John Wright.
Esperábamos una homilía densa. Pero él empezó pidiéndonos: "Seminaristas, háganme un favor a mí y a la Iglesia: cuando vayan por las calles de Roma, ¡sonrían!".
Por lo tanto, el punto cinco: el misionero, el evangelizador, debe ser una persona alegre. "La alegría es el signo infalible de la presencia de Dios", afirma Leon Bloy. Cuando asumí como arzobispo de Nueva York un sacerdote me dijo "sería mejor si deja de sonreir cuando va por las calles de Manhattan o ¡terminará por hacerse arrestar!"
Un enfermo terminal de sida en la casa Don de la Paz llevada por las Misioneras de la Caridad en la archidiócesis de Washington del cardenal Donald Wuerl, pidió ser bautizado. Cuando el sacerdote le pidió una expresión de fe, murmuró: "lo que sé es que soy un infeliz, y las hermanas en cambio son muy felices, incluso cuando las insulto y les escupo. Ayer finalmente les pregunté la razón de su felicidad y ellas me contestaron "Jesús". Yo quiero a este Jesús para que así yo también pueda ser feliz.
Un verdadero acto de fe, ¿no?

La nueva evangelización se realiza con una sonrisa, no con el ceño fruncido.La misión ad genteses, básicamente, un sí a todo aquello que hay de decente, bueno, verdadero, bello y noble en la persona humana.¡La Iglesia es básicamente un sí, ¡no un no!
6.-
Y, penúltimo punto, la Nueva Evangelización, es un acto de amor. Recientemente le preguntaron a nuestro hermano John Tomas Kattrukudiyil, obispo de Itanagar, en el noreste de la India, el motivo del enorme crecimiento de la Iglesia en su diócesis, que registra más de diez mil conversiones de adultos al año.
"Porque presentamos a Dios como un Padre amoroso, y porque la gente ve que la Iglesia los ama", respondió. No es un amor etéreo, añadió, sino un amor encarnado en maravillosas escuelas para los niños, clínicas para los enfermos, casas para los ancianos, orfanatos, alimentos para los hambrientos.
En Nueva York, hasta el corazón del más convencido secularizado se enternece cuando visita una de nuestras escuelas católicas de la ciudad. Cuando uno de nuestros benefactores, que se definía como agnóstico, le preguntó a la hermana Michelle, por qué a su edad y con dolores de artritis en las rodillas, seguía trabajando en una escuela hermosa, pero muy exigente, ella respondió: "Porque Dios me ama y yo lo amo y quiero que estos niños descubran este amor."
7. 
Alegría, amor y... último punto... siento decirlo, la sangre.
Mañana, veintidós de nosotros oirán lo que la mayoría de ustedes ya han oído: "Para la gloria de Dios y en honor de la Sede Apostólica recibe esta birreta, signo de la dignidad cardenalicia, sabiendo que tendrás que actuar con fortaleza hasta el derramamiento de tu sangre: para la difusión de la fe cristiana, la paz y la tranquilidad del pueblo de Dios, la libertad y el crecimiento de la Santa Iglesia Romana."
Santísimo Padre, ¿podría, por favor, saltar lo del "derramamiento de tu sangre" cuando me entregue la birreta?

¡Por supuesto que no! Pero nosotros somos audiovisuales escarlata para todos nuestros hermanos y hermanas que también están llamados a sufrir y morir por Jesús.
Fue Pablo VI quien observó sabiamente que el hombre moderno aprende más de los testigos que de los maestros, y el supremo testimonio es el martirio.
Hoy en día, lamentablemente, tenemos mártires en abundancia.
Gracias, Santo Padre, porque nos recuerda a menudo a aquellos que hoy en día sufren la persecución a causa de su fe en todo el mundo.
Gracias al cardenal Koch, porque cada año llama a la Iglesia a un "día de solidaridad" con los perseguidos por causa del evangelio, y por la invitación a nuestros interlocutores en el ecumenismo y en el diálogo interreligioso a un "ecumenismo en el martirio".
Mientras lloramos a los mártires cristianos; mientras los amamos, oremos con y por ellos; mientras actuamos enérgicamente en su defensa, estamos también muy orgullosos de ellos, nos sentimos orgullosos de ellos y proclamamos su testimonio supremo al mundo.
Ellos encienden la chispa de la misión ad gentesde la Nueva Evangelización.
Un joven de Nueva York me dijo que volvió a la fe católica, abandonada en la adolescencia, después de haber leído ‘Los monjes de Tibhirine', sobre los trapenses martirizados en Argelia quince años atrás, y al haber visto su historia en el film francés ‘De dioses y hombres'.
Tertuliano no se sorprendería.

Gracias a ustedes, santo padre y hermanos, por soportar mi italiano básico. Cuando el cardenal Bertone me pidió que hablara en italiano, estuve preocupado porque yo hablo italiano como un niño.
Pero entonces me acordé de que cuando era un joven sacerdote, recién ordenado, mi primer párroco me dijo mientras iba a enseñar el catecismo a los niños de seis años: "¡Ahora vamos a ver que hará toda tu teología, y si podrás hablar de la fe como un niño!".
Y quizás conviene concluir simplemente con este pensamiento: tenemos necesidad de decir de nuevo, como un niño, la verdad eterna, la belleza y la sencillez de Jesús y de su Iglesia.
¡Alabado sea Jesucristo!

domingo, 19 de febrero de 2012


Fecundidad 


apostólica 


del


sufrimiento.


 1ª Parte.

Autor:   Mario Pezzi


Fuente: mscperu.org

La fe en la participación en los sufrimientos de Cristo lleva consigo la certeza interior de que el hombre que sufre «completa lo que falta a los padecimientos de Cristo»; que en la dimensión espiritual de la obra de la redención sirve, como Cristo, para la salvación de sus hermanos y hermanas. Por lo tanto, no sólo es útil a los demás, sino que realiza incluso un servicio insustituible. En el cuerpo de Cristo, que crece incesantemente desde la cruz del Redentor, precisamente el sufrimiento, penetrado por el espíritu del .sacrificio de Cristo, es el mediador insustituible y autor de los bienes indispensables para la salvación del mundo. El sufrimiento, más que cualquier otra cosa, es el que abre el camino a la gracia que transforma las almas. El sufrimiento, más que todo lo demás, hace presente en la historia de la humanidad la fuerza de la Redención. En la lucha «cósmica» entre las fuerzas espirituales del bien y las del mal, de las que habla la carta a los Efesios, los sufrimientos humanos, unidos al sufrimiento redentor de Cristo, constituyen un particular apoyo a las fuerzas del bien, abriendo el camino a la victoria de estas fuerzas salvíficas.
"El convencimiento" de que el sufrimiento llevado con el espíritu de Cristo tiene una eficacia "apostólica", ha sido vivido como telón de fondo de la vida cristiana a través de la historia de la Iglesia. En efecto, muchos creyentes encuentran valor y generosidad para afrontar el martirio y la cotidiana cruz del sufrimiento, que les ha sido impuesta por la providencia, con la certeza de que esa paciencia animada por la fe tendrá una utilidad "espiritual" para el prójimo, especialmente en el ambiente inmediato del que sufre .
Los mismos mártires se han convencido de que el martirio no es sólo un testimonio que tiene una excepcional eficacia para la verdad del mensaje cristiano, pero es también la continuación de la obra de Cristo, como fuente objetiva de fuerza y d e vida, para la edificación del cuerpo de Cristo. Más adelante, la vida sacrificada de los monjes, y de los ascetas, y la paciencia heroica de los enfermos han sido consideradas como una prolongación de la pasión vivificante del Señor. La doctrina sobre la eficacia apostólica del sufrimiento, fue tematizada y teorizada, en la segunda mitad del siglo XVIII y en la primera mitad del XIX, en una serie de escritos de teología espiritual, que han tenido poca consideración también porque, al dirigirse directamente a los enfermos, permanecían extraños al cuadro sistemático de la enseñanza académica.
Dirigiéndose a los enfermos y a los fieles afectados por varios sufrimientos (físicos y morales), los últimos tres pontífices reafirmaban con creciente frecuencia e insistencia la doctrina según la cual el sufrimiento sobrellevado con espíritu de fe, tiene una utilidad para la edificación del cuerpo místico.
Eso se repite en el nuevo rito de la unción de los enfermos: los sacerdotes deben exhortar a los enfermos a unirse con libre aceptación a la pasión y a la muerte de Cristo, y a contribuir así al bien del pueblo de Dios.
Lo que media la salvación no es el sufrimiento en su. materialidad, sino el Espíritu de Cristo, vivido intensamente. Sería, pues, un malentendido suponer que la función redentora de la cruz del discípulo aumente, en proporción cuantitativa con la intensidad del dolor; en todos casos, se podría buscar una cierta proporción entre la función comunitaria y la intensidad de la caridad, provocada y manifestada por la cruz. El sufrimiento es, en efecto, operante, en cuanto que es estímulo y manifestación de la caridad ".
Participación de los hermanos de la propia comunidad.En los momentos en los que experimentamos mayormente nuestra debilidad e impotencia (enfermedad, vejez, muerte) es cuando advertimos la necesidad de la cercanía de las personas queridas y de los hermanos de la comunidad. Sólo la Palabra de Dios escuchada con asiduidad, las celebraciones en la comunidad en cuanto la salud nos lo permita, la participación en la Eucaristía, el apoyo de los hermanos, nos ayudan y nos sostienen en el combate contra el demonio, que siempre toma ocasión de nuestros sufrimientos para hacernos dudar del amor de Dios, para hacer que nos rebelemos contra su voluntad, aumentando así mucho más profundamente nuestra soledad, nuestro sufrimiento, y tal vez nuestra desesperación.
Desde hace varios años nuestros catequistas invitan sobre todo al responsable, al presbítero, pero también a todos los hermanos de la misma com unidad, en los límites de sus propias posibilidades y sin hacer de eso una ley con exigencia, a estar cercanos a los hermanos enfermos tanto en los hospitales como en sus familias.
También nos han indicado que mientras les sea posible a los hermanos enfermos o ancianos el poder participar, se celebre el grupo de los garantes y la scrutatio en sus casas. Como también asegurar la participación en la Celebración de la Eucaristía de la comunidad llevándoles la comunión. También el rezo de las Laudes, o de las Vísperas, o del Rosario, y tal vez también la celebración de la Eucaristía sobre todo en los momentos más críticos, con un presbítero y algunos hermanos alrededor del lecho del enfermo o en el hospital o en su casa (previo eventual permiso del párroco), son de gran ayuda y expresan la profunda comunión que nos une y que se manifiesta en los momento s de mayor necesidad, de mayor debilidad.
Los hermanos están llamados a tener este mismo cuidado también con los hermanos más ancianos, a lo mejor impedidos en su propia casa, imposibilitados a participar ya en las celebraciones y en los actos de la comunidad, a veces también en condiciones psíquicamente debilitadas. No hay que abandonarles, aunque estén muy deteriorados son siempre hermanos, parte del Cuerpo de Cristo, vivido en la comunidad. También con ellos hay que mantener una cercanía sensible que los alivie de sus sufrimientos y los ayude, y prepare el paso de este mundo al Padre.
También en situaciones de pérdida de facultades mentales, como en los casos de Alzheimer, en estado avanzado, cuando las personas ya no conectan con la realidad, no reconocen ni siquiera a sus propios familiares, parecen completamente ausentes de la realidad, la experiencia ha demostrado que rezar con e llos, hacerlos participar en las celebraciones eucarísticas tal vez domésticas siempre les ayuda. Efectivamente como aún habiendo perdido ciertas facultades mantienen una viva sensibilidad por la que perciben el ambiente que los rodea, la acogida y el calor afectivo de la familia, pero sobre todo les ayuda el ambiente de oración con los salmos, con la Palabra de Dios, con los cantos: a su manera participan encontrando alivio y paz interior.
Es por eso que el Señor instituyó un sacramento para enfermos en peligro grave. Un sacramento que se da como ayuda por parte de la Iglesia, de la comunidad, cuando somos afectados por enfermedad grave.
La Unción de los enfermos.
El nuevo ritual se llama: "Sacramento de la Unción y cuidado pastoral de los enfermos" , desplazando pues la acentuación del momento de la muerte al apoyo durante una enfermedad grave : e s decir, que presenta un riesgo de muerte, como ciertas operaciones, o enfermedades degenerativas graves, como en caso de tumores, etc.
La visita a los enfermos.
En el nuevo Ritual la Iglesia apunta como primera ayuda la "Visita y Comunión a los enfermos", en sus casas o en los hospitales. Aunque la invitación está dirigida a la atención de los presbíteros y de los diáconos, en nuestras comunidades este sentido de participación y de ayuda mutua en los momentos de mayor debilidad atañe a todos los hermanos de la comunidad, sobre todo a aquellos que están más predispuestos por el Espíritu Santo y tienen mayor disponibilidad de tiempo. En efecto, todos sabemos que en los momentos de mayor gravedad de la enfermedad, sobre todo después de una intervención o en el período de recuperación, uno se encuentra casi impedido para concentrarse en la oraci&o acute;n o leer el Salterio, la Palabra de Dios, por eso la ayuda de algún hermano de la comunidad que vaya a rezar con nosotros nos es de gran alivio y ayuda.
"El nuevo ritual, aprobado el 30 de noviembre de 1973 y promulgado el 7 de diciembre siguiente[38] por el mismo título revela y explícita la mentalidad subyacente: la unción de los enfermos se inserta en el marco de toda la pastoral de los enfermos, de la que se corrobora la característica eclesial: es la Iglesia entera, en la obediencia a Cristo, la que debe ser movida por la solicitud hacia los enfermos, cuyo cuidado no puede ser asunto exclusivo de los presbíteros, sino obra de toda la comunidad cristiana .
"Por eso conviene sobremanera que todos los bautizados ejerzan este ministerio de caridad mutua en el Cuerpo de Cristo, tanto en la lucha contra la enfermedad y en el amor a los que sufren como en la celebración d e los sacramentos de los enfermos. Estos sacramentos, como los demás, revisten un carácter comunitario que, en la medida de lo posible, debe manifestarse en su celebración" (SUCPE 33). Una exhortación particular se les hace a los familiares de los mismos enfermos y a aquellos que de algún modo están encargados de su cuidado.
Fecundidad 

apostólica
del
sufrimiento.
IIª Parte.

El rito de la unción de los enfermos.

Si la cercanía a los hermanos enfermos es recomendada a todos los miembros de la comunidad según sus propias posibilidades y disponibilidad de tiempo, la administración del Sacramento de la unción de los enfermos en la medida de lo posible debería implicar a toda la comunidad, que por lo menos en el espíritu está unida para suplicar del Señor la salud y el consuelo del hermano enfermo.
El nuevo Ordo reacciona contra un espiritualismo exagerado, recuperando a la luz de la encarnación todo lo que la cultura moderna ha descubierto en torno a la corporeidad: el hombre no es una interioridad cerrada que en un segundo tiempo, como si se tratara de una segunda fase, se encarna en el mundo a través de la corporeidad. 

El cuerpo humano forma parte indivisiblemente como tal de la subjetividad del hombre. 
Es en el cuerpo que el hombre se manifiesta, se hace visible, perceptible, abierto a todos. 
La carne del hombre, su ser cuerpo, es el "lugar" en el que el hombre ama, sufre, trabaja, se relaciona con el otro. 
A la luz de esta recuperación, el ritual declara que el hombre entero, espíritu encarnado, es ayudado para vivir su vida, a pesar de las particulares dificultades de la enfermedad (SUCPE 6; 59; 77 bis; 79; 80). 
La misma fórmula sacramental revela un cambio de rumbo respecto a la visión expresada por la invocación medieval, con la cual se pedía el perdón de los pecados cometidos con c ada uno de los sentidos. La liberación del pecado implícita en todo evento de salvación, es al contrario un efecto secundario y condicionado:
"Por esta santa Unción y por su bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo. Amén. Para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad. Amén".
La fórmula coloca, pues, el sacramento en el plano del evento salvífico, Cristo no se presenta como uno que hace la competencia a aquellos que actúan en el campo de la medicina: Cristo es el Salvador. La unción, en efecto, es sacramento de la fe, encuentro con Cristo en el y mediante el signo sacramental, que es don de gracia al fin de superar las dificultades de la situación de enfermedad, sostén en la prueba, fuerza para seguir adelante en el camino de salvación en el ámbito de la misión de la Iglesia.
La experiencia nos ha mostrado como muchas veces la oración de los hermanos de la comunidad (hecha también levantándose en la noche) ha obtenido auténticos milagros de curación[40] (sobre todo en casos de enfermedades graves de padres con hijos todavía pequeños) y de cualquier modo han constituido siempre un beneficio en el combate de la enfermedad.
El sufrimiento destinado a santificar a los que sufren y también a los que les asisten
"A todos los que me escucháis quisiera dejaros como conclusión las palabras de Jesús: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40). Eso significa que el sufrimiento, destinado a santificar a los que sufren, también está destinado a santificar a los que les proporcionan ayuda y consue lo". (Catequesis del Papa a los enfermos, Roma 27 de abril de 1994 )
"Si a la luz del Evangelio la enfermedad puede ser un tiempo de gracia, un tiempo en que el amor divino penetra más profundamente en los que sufren, no cabe duda que, con su ofrenda, los enfermos se santifican y contribuyen a la santificación de los demás. Eso vale, en particular para los que se dedican al servicio de los enfermos. Dicho servicio, al igual que la enfermedad, es un camino de santificación. A lo largo de los siglos, ha sido una manifestación de la caridad de Cristo, que es precisamente la fuente de la santidad.
Es un servicio que requiere entrega, paciencia y delicadeza, así como una gran capacidad de compasión y comprensión, sobre todo porque, además de la curación bajo el aspecto estrictamente sanitario, hace falta llevar a los enfermos también el consuelo moral, como sugiere Jesús: « estuve enfermo y me visitasteis» (Mt 25, 36)". (Catequesis del Papa a los enfermos, Roma 15 de junio de 1994 ).
Aceptación del sufrimiento no significa oponerse a las curas médicas.
"El sentido salvífico no se identifica de ninguna manera con una actitud de pasividad" (SD 30) "Esto no significa que no deba profundizarse en el arte médico, realidad necesaria y que tanto bien aporta. De hecho, hay que destacar la importancia que tienen hoy aquellos profesionales que se dedican al cuidado de los que sufren. Esta actividad ha ido adoptando, a lo largo del tiempo, formas institucionales organizadas y profesionales, que prestan un gran servicio. Lo que aquí pretendemos es insistir en que el problema no es cómo mantener el dolor y el sufrimiento dentro de unos límites aceptables, sino encontrar su sentido, y señalar el peligro de olvidar que «ninguna institución puede de suyo sustituir el corazón humano, la compasión humana, el amor humano, la iniciativa humana, cuando se trata de salir al encuentro del sufrimiento ajeno. Esto se refiere a los sufrimientos físicos, pero vale todavía más si se trata de los múltiples sufrimientos morales, y cuando la que sufre es ante todo el alma» (SD 29).
La ayuda del personal sanitario.

El Papa Benedicto XVI en la Carta Encíclica Deus Caritas est, habla así al personal sanitario:
"Por lo que se refiere al servicio que se ofrece a los que sufren, es preciso que sean competentes profesionalmente: quienes prestan ayuda han de ser formados de manera que sepan hacer lo más apropiado y de la maneta más adecuada, asumiendo el compromiso de que se continúe después las atenciones necesarias. 
Un primer requisito fundamental es la competencia profesional, pero por sí sol a no basta. 
En efecto, se trata de seres humanos, y los seres humanos necesitan siempre algo más que una atención sólo técnicamente correcta. 
Necesitan humanidad... Por eso, dichos agentes, además de la preparación profesional, necesitan también y sobre todo una «formación del corazón»: se les ha de guiar hacia ese encuentro con Dios en Cristo, que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad (cf. Gal 5, 6). (Benedicto XVI, Deus Caritas est).
La calidad de la vida: discriminación moderna.

Hoy día está difundida la mentalidad que distingue entonces entre vida cualitativamente digna y sana, y vida cualitativa indigna, carente de val or en cuanto que está irreparablemente enferma. El valor intrínseco de la vida queda medido de esta manera sobre criterios subjetivos y utilitarios». Sin embargo, esta forma de expresarse, tan extendida en la actualidad, es engañosa, porque la dignidad de una persona no depende de sus circunstancias; es decir: un ser humano no pierde su dignidad por el hecho de sufrir.
Es cierto que la vida es un valor fundamental de la persona, pero no es un valor absoluto, pues «forman parte de la dignidad de la persona otros valores más altos que el de su vida física, y por los que el hombre puede entregar su vida, gastarla y hasta acortarla mientras no atente directamente contra ella». Es un error considerar la salud y la total ausencia de sufrimiento como un bien absoluto. Es preciso afirmar, en este sentido, que nos encontramos ante un caso grave de manipulación del lenguaje, lo cual tiene como consecuencia la tergiversaci&o acute;n del significado de las acciones.
Resulta evidente que «si el ideal supremo del hombre es el bienestar físico y material, la salud, la belleza, la fuerza, la perspectiva de un porvenir cómodo, entonces su sufrimiento inútil e irremediable es un mal absoluto, y la eutanasia sirve para evitarlo.[44] Dentro de esta perspectiva materialista, tendremos que concluir también que hay vidas humanas sin valor y hombres que no merecen vivir». Sin embargo, como hemos venido exponiendo a lo largo de este estudio, el dolor y el sufrimiento no sólo no son realidades ajenas al hombre, sino que poseen un valor positivo para la vida humana Convertir la huída de toda experiencia de sufrimiento en el valor supremo de la vida, supone negar la propia realidad, y conduce de manera inevitable a la frustración existencial.
Uso de los paliativos para aliviar el dolor.
«La prudencia hu mana y cristiana sugiere para la mayoría de los enfermos el uso de medicamentos apropiados para aliviar o suprimir el dolor, aunque de estos puedan derivarse entorpecimiento o menor lucidez mental (...) Cuando "motivos proporcionados" lo exijan, está permitido utilizar con moderación narcóticos que calmarían el dolor, pero también conducirían a una muerte más rápida. En tal caso, la muerte no es querida o buscada en ningún modo, aunque se corre este riesgo por una causa justificable: simplemente se tiene la intención de mitigar el dolor de manera eficaz, usando para tal fin aquellos analgésicos de los cuales dispone la medicina»[45]. En cualquier caso, conviene apuntar que los recientes avances en el tratamiento eficaz del dolor y de la enfermedad terminal han reducido casi por completo el riesgo de anticipar indebidamente la muerte.
Debe tenerse también en cuenta que la posib ilidad por parte del paciente de rechazar estos medicamentos especiales es admisible, pues «es necesario dejar libre al enfermo que desea vivir los momentos de su enfermedad en una perspectiva personal y cristiana de renunciar a la posibilidad de aliviar sus sufrimientos, porque, en este caso, el dolor asume un precioso significado salvífico, como Participación a la cruz de Cristo y, por tanto, puede ser acogido libremente». Aunque tal acto puede considerarse como heroico en una asunción personal del sufrimiento, no debe, sin embargo, ser exigido ni impuesto a nadie.
La fe viva es el mejor paliativo.

Además, el misterio cristiano no es sólo algo que se contempla, sino que se experimenta. Sólo viviendo el misterio del sufrimiento cristiano se puede comprender un poco qué significa el sufrimiento y cómo trascenderlo y superarlo». Teniendo, pues, en cuenta todo lo expuest o, puede afirmarse que la fe aparece en la experiencia del que sufre, y de modo particular en la fase terminal del tiempo de la muerte, como realidad trascendente de verdadero alivio paliativo .

Dr. Juan Carlo Amatucci.

Bergoglio..

en una visita clave al Vaticano que

definirá su futuro.

El purpurado sabrá, aunque quizá no trascienda, si el Papa le pedirá que siga al frente de la arquidiócesis de Buenos Aires dos años más como se especula.En diciembre había presentado su renuncia por haber llegado a la edad límite de 75 años.
José Ignacio López (La Nación)
Por primera vez desde que presentó su renuncia como arzobispo de Buenos Aires al cumplir, en diciembre, 75 años, el cardenal Jorge Bergoglio viajó a Roma para participar del consistorio al que convocó Benedicto XVI para la creación de 22 nuevos cardenales. Bergoglio, uno de los dos cardenales argentinos en condiciones de participar de un eventual cónclave, sabrá en estos días -aunque la decisión no se haga pública- si el Papa le pedirá que continúe al frente de la arquidiócesis, como se descuenta en medios de la Iglesia.
El arzobispo porteño, que, según versiones, recogió votos en las primeras rondas del cónclave que eligió a Benedicto XVI, goza de buena salud y ha recibido muestras de confianza del Papa y de otros cardenales y obispos tanto en los últimos sínodos como en la IV Asamblea General del Episcopado de América latina y el Caribe en Aparecida, Brasil. Es habitual que el Papa prorrogue el mandato de los obispos que dimiten cuando llegan al límite de los 75 años y sólo acepte la renuncia simultáneamente con la designación del sucesor.
En otros casos, como acaba de ocurrir en la diócesis de San Isidro, la dimisión de monseñor Jorge Casaretto fue aceptada rápidamente porque hacía tiempo que estaba designado Oscar Ojea como coadjutor con derecho a sucesión.
En noviembre, Bergoglio terminó su segundo período de tres años como presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, y el 17 de diciembre alcanzó la edad fijada para presentar la dimisión como arzobispo de Buenos Aires. Por esa coincidencia entre la finalización de un mandato que ya no admitía reelección y la renuncia por razones de edad se llegó a interpretar que también dejaba inmediatamente el gobierno de la arquidiócesis.
La Congregación de Obispos es el dicasterio que asiste al pontífice en la selección y designación de obispos -proceso que es materia de controversia y demandas de cambio- y en el cual el nuncio tiene un papel significativo. 

En enero último, el Papa designó al frente de la Nunciatura al suizo Emil Paul Tscherrig, quien llegará a Buenos Aires en la primera semana de marzo.
Bergoglio y el cardenal Leonardo Sandri, quien fue directo colaborador de Juan Pablo II, hoy prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, son los purpurados argentinos en condiciones de elegir al próximo pontífice. 
Los otros dos, Jorge Mejía, archivista y bibliotecario emérito de la Santa Sede, y Estanislao Esteban Karlic, arzobispo emérito de Paraná y ex presidente del Episcopado, han pasado el límite de edad para votar: el primero llegó a 89 años el 31 de enero, y una semana después Karlic, de visita en Roma, cumplió 86.
Los cuatro participarán el sábado próximo del cuarto consistorio del pontificado de Benedicto XVI, durante el cual el Papa entregará las birretas a 22 nuevos cardenales, entre los cuales hay un solo latinoamericano: el ex arzobispo de Brasilia Joao Braz de Aviz, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada. Ese es uno de los rasgos que distinguen a este consistorio: diez de los nuevos purpurados presiden dicasterios o son miembros de la curia vaticana, como Fernando Filoni, que fue durante cuatro años hasta 2011 sustituto del secretario de Estado, o el único español de la lista, Santos Abril y Castelló. Otros nueve son obispos residenciales de distintas zonas del mundo y los otros tres "beneméritos eclesiásticos que se han distinguido por su compromiso y servicio a la Iglesia" y que exceden largamente los 80 años.

El Papa explica: 

el porqué 

del color rojo de los cardenales ."

19 de Febrero, 2012. 

(Romereports.com).


El Papa recordó en el ángelus que este fin de semana ha creado 22 nuevos cardenales, y explicó por qué van vestidos de rojo. “Desde ahora se dedicarán aún más a colaborar conmigo en la guía de la Iglesia universal, y a testimoniar el Evangelio hasta el sacrificio de su propia vida: esto significa el color rojo de sus vestiduras”, dijo el Papa.
Además, dijo a los nuevos cardenales que no han venido para ser servidos sino para servir. El ángelus coincidió con la fiesta de la “Cátedra de San Pedro” y el Papa explicó que la “cátedra” es el lugar desde el que el obispo preside las ceremonias y enseña a los católicos; y que de ahí deriva el nombre “catedral”.
“La Cátedra de Pedro es signo de autoridad, pero de la autoridad de Cristo, que se basa en la fe y en el amor”.
Mañana el Papa se reunirá con las familias de los nuevos cardenales. Será el último encuentro relacionado con los nuevos purpurados, un evento que ha atraido miles de personas a Roma.
JMB CTV BN.

Dr. Juan Carlo Amatucci.

Benedicto  XVI celebró

una Misa,

 con los

 22 nuevos

 cardenales.

 19 de Febrero, 2012. (Romereports.com).
Para celebrar la fiesta de la “Cátedra de San Pedro”. 
Entre los asistentes estaban los demás purpurados. 
En la homilía, les dijo que la principal misión de cada cardenal es “mostrar la alegría del amor de Cristo por cada hombre y mujer” y que la fe no puede limitarse al interior de la catedral o al sermón del domingo.


Benedicto XVI.

“La Iglesia no existe para sí misma, no es un punto de llegada, sino que debe remitir más allá, hacia lo alto, por encima de nosotros”. 
Durante la homilía, evocó una característica importante que debe tener el sucesor de Pedro. Un gesto particular, puesto que los cardenales votarán en el futuro para elegir a un Papa.
Benedicto XVI dijo que todos los criterios para ocupar la cátedra de Pedro deben apuntar hacia el amor, algo que deben vivir todos ellos como sucesores de los apóstoles.
Benedicto XVI. La Cátedra está situada con gran realce en esta basílica, porque aquí está la tumba del apóstol Pedro, pero también tiende hacia el amor de Dios. En efecto, la fe se orienta al amor. Una fe egoísta no es una fe verdadera”.
Antes de concluir, el Papa recordó a los nuevos cardenales que les espera una responsabilidad especial.
Benedicto XVI. Esta es, concretamente, vuestra tarea, venerados hermanos cardenales: dar testimonio de la alegría del amor de Cristo”.
Durante la homilía, el Papa reflexionó sobre las metáforas de la Cátedra de San Pedro evocada en la escultura deBernini a mediados del siglo XVII. Ademas, cada año en este día, la estatua de San Pedro hecha por Arnulfo di Cambio, lleva las vestiduras del Papa.