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martes, 30 de julio de 2013

Confraternidad Judeocristiana


    2013

Espiritualidad.


Escuela Diocesana de Catequesis
Encuentro fraterno con la 
Confraternidad Judeocristiana

Jueves 1 de Agosto de 2013
Horario de 18 a 21.30hs.
Casa Pastoral de la Diócesis.
“La Iglesia Católica es consciente de la importancia que tiene la promoción de la amistad y el respeto entre hombres y mujeres de diferentes tradiciones religiosas”.

(del Papa Francisco en la Sala Clementina al recibir a los representantes de comunidades cristianas, judías, musulmanas y de otras religiones que habían asistido a su ceremonia de asunción.))La Escuela Diocesana de Catequesis del obispado de San Isidro, invita a todos los catequistas e interesados en el Diálogo Interreligioso a participar de un encuentro  fraterno con la participación y colaboración de la Confraternidad Judeocristiana de Argentina.

Jueves 1 de Agosto de 2013Lugar: Casa Pastoral de la Diócesis
Dirección: Ituzaingó 90 ( San Isidro) 
 Horario de 18 a 21.30hs.

domingo, 28 de julio de 2013

Jornada Mundial


    2013

Espiritualidad.

Homilía del Papa Francisco 

en Misa de Envío de la JMJ Río 2013.

Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
Queridos jóvenes.

«Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos». 
Con estas palabras, Jesús se dirige a cada uno de ustedes diciendo: 
«Qué bonito ha sido participar en la Jornada Mundial de la Juventud, vivir la fe junto a jóvenes venidos de los cuatro ángulos de la tierra, pero ahora tú debes ir y transmitir esta experiencia a los demás».
Jesús te llama a ser discípulo en misión. 
A la luz de la palabra de Dios que hemos escuchado, ¿qué nos dice hoy el Señor? 
Tres palabras: 
Vayan, sin miedo, para servir.

1. Vayan. En estos días aquí en Río, han podido experimentar la belleza de encontrar a Jesús y de encontrarlo juntos, han sentido la alegría de la fe. 
Pero la experiencia de este encuentro no puede quedar encerrada en su vida o en el pequeño grupo de la parroquia, del movimiento o de su comunidad. 
Sería como quitarle el oxígeno a una llama que arde.La fe es una llama que se hace más viva cuanto más se comparte, se transmite, para que todos conozcan, amen y profesen a Jesucristo, que es el Señor de la vida y de la historia (cf. Rm 10,9).
Pero ¡cuidado! Jesús no ha dicho: si quieren, si tienen tiempo, sino: 
«Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos». 
Compartir la experiencia de la fe, dar testimonio de la fe, anunciar el evangelio es el mandato que el Señor confía a toda la Iglesia, también a ti; es un mandato que no nace de la voluntad de dominio o de poder, sino de la fuerza del amor, del hecho que Jesús ha venido antes a nosotros y nos ha dado, no algo de sí, sino todo él, ha dado su vida para salvarnos y mostrarnos el amor y la misericordia de Dios.
Jesús no nos trata como a esclavos, sino como a hombres libres, amigos, hermanos; y no sólo nos envía, sino que nos acompaña, está siempre a nuestro lado en esta misión de amor.
¿Adónde nos envía Jesús? 
No hay fronteras, no hay límites: nos envía a todos. 
El evangelio no es para algunos sino para todos. 
No es sólo para los que nos parecen más cercanos, más receptivos, más acogedores. 
Es para todos. 
No tengan miedo de ir y llevar a Cristo a cualquier ambiente, hasta las periferias existenciales, también a quien parece más lejano, más indiferente.El Señor busca a todos, quiere que todos sientan el calor de su misericordia y de su amor.
En particular, quisiera que este mandato de Cristo: «Vayan», resonara en ustedes jóvenes de la Iglesia en América Latina, comprometidos en la misión continental promovida por los obispos. Brasil, América Latina, el mundo tiene necesidad de Cristo.
San Pablo dice: 
«¡Ay de mí si no anuncio el evangelio!»
(1 Co 9,16). 
Este continente ha recibido el anuncio del evangelio, que ha marcado su camino y ha dado mucho fruto. Ahora este anuncio se os ha confiado también a ustedes, para que resuene con renovada fuerza.
La Iglesia necesita de ustedes, del entusiasmo, la creatividad y la alegría que les caracteriza. 
Un gran apóstol de Brasil, el beato José de Anchieta, se marchó a misionar cuando tenía sólo diecinueve años. ¿Saben cuál es el mejor medio para evangelizar a los jóvenes? 
Otro joven.
 Éste es el camino que hay que recorrer.
2. Sin miedo. Puede que alguno piense: 
«No tengo ninguna preparación especial, 
¿cómo puedo ir y anunciar el evangelio?». 
Querido amigo, tu miedo no se diferencia mucho del de Jeremías, un joven como ustedes, cuando fue llamado por Dios para ser profeta.
Recién hemos escuchado sus palabras: 
«¡Ay, Señor, Dios mío! Mira que no sé hablar, que sólo soy un niño». 
También Dios dice a ustedes lo que dijo a Jeremías: 
«No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte» (Jr 1,6.8).
 Él está con nosotros.
«No tengan miedo». 
Cuando vamos a anunciar a Cristo, es él mismo el que va por delante y nos guía. 
Al enviar a sus discípulos en misión, ha prometido: 
«Yo estoy con ustedes todos los días» (Mt 28,20). Y esto es verdad también para nosotros. 
Jesús no nos deja solos, nunca les deja solos.
 Les acompaña siempre.
Además Jesús no ha dicho: 
«Ve», sino «Vayan»: somos enviados juntos. 
Queridos jóvenes, sientan la compañía de toda la Iglesia, y también la comunión de los santos, en esta misión. Cuando juntos hacemos frente a los desafíos, entonces somos fuertes, descubrimos recursos que pensábamos que no teníamos. Jesús no ha llamado a los apóstoles a vivir aislados, los ha llamado a formar un grupo, una comunidad.Quisiera dirigirme también a ustedes, queridos sacerdotes que concelebran conmigo en esta eucaristía: han venido para acompañar a sus jóvenes, y es bonito compartir esta experiencia de fe. 
Pero es una etapa en el camino. Sigan acompañándolos con generosidad y alegría, ayúdenlos a comprometerse activamente en la Iglesia; que nunca se sientan solos.
3. La última palabra: para servir. 
Al comienzo del salmo que hemos proclamado están estas palabras: 
«Canten al Señor un cántico nuevo» (95,1).
¿Cuál es este cántico nuevo? 
No son palabras, no es una melodía, sino que es el canto de su vida, es dejar que nuestra vida se identifique con la de Jesús, es tener sus sentimientos, sus pensamientos, sus acciones. 
Y la vida de Jesús es una vida para los demás. 
Es una vida de servicio.San Pablo, en la lectura que hemos escuchado hace poco, decía: 
«Me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles» (1 Co 9,19). 
Para anunciar a Jesús, Pablo se ha hecho «esclavo de todos».
Evangelizar es dar testimonio en primera persona del amor de Dios, es superar nuestros egoísmos, es servir inclinándose a lavar los pies de nuestros hermanos como hizo Jesús.
Vayan, sin miedo, para servir. 
Siguiendo estas tres palabras experimentarán que quien evangeliza es evangelizado, quien transmite la alegría de la fe, recibe alegría. 
Queridos jóvenes, cuando vuelvan a sus casas, no tengan miedo de ser generosos con Cristo, de dar testimonio del evangelio.
En la primera lectura, cuando Dios envía al profeta Jeremías, le da el poder para «arrancar y arrasar, para destruir y demoler, para reedificar y plantar» (Jr 1,10). También es así para ustedes. 
Llevar el evangelio es llevar la fuerza de Dios para arrancar y arrasar el mal y la violencia; para destruir y demoler las barreras del egoísmo, la intolerancia y el odio; para edificar un mundo nuevo. 
Jesucristo cuenta con ustedes. 
La Iglesia cuenta con ustedes.
El Papa cuenta con ustedes. 
Que María, Madre de Jesús y Madre nuestra, les acompañe siempre con su ternura: 
«Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos». 
Amén.
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Discurso del Papa  Francisco

A la Clase Dirigente.


“LA HERMANDAD ENTRE LOS HOMBRES Y LA COLABORACIÓN PARA CONSTRUIR UNA SOCIEDAD MÁS JUSTA NO SON UN SUEÑO FANTASIOSO, SINO EL RESULTADO DE UN ESFUERZO CONCERTADO DE TODOS HACIA EL BIEN COMÚN”

El mediodía del sábado el Papa encontró a la clase dirigente brasileña en el Teatro Municipal de Río de Janeiro. Ante cientos de políticos, diplomáticos, exponentes de la sociedad civil, del empresariado, de la cultura y rep...resentantes de las mayores comunidades religiosas de Brasil, Francisco recordó que “quien tiene un papel de responsabilidad en una nación está llamado a afrontar el futuro con la mirada tranquila de quien sabe ver la verdad”. En su intenso mensaje leído en español, el Papa también recalcó que la hermandad entre los hombres y la colaboración para construir una sociedad más justa no son una utopía, sino que son el resultado de un esfuerzo concertado de todos por el bien común (RC-RV)

Discurso del Papa :

Excelencias, Señoras y señores.

Doy gracias a Dios por la oportunidad de encontrar a una representación tan distinguida y cualificada de responsables políticos y diplomáticos, culturales y religiosos, académicos y empresariales de este inmenso Brasil.
Hubiera deseado hablarles en su hermosa lengua portuguesa, pero para poder expresar mejor lo que llevo en el corazón, prefiero hablar en español. 
Les pido la cortesía de disculparme.
Saludo cordialmente a todos y les expreso mi reconocimiento. Agradezco a Monseñor Orani y al Señor Walmyr Júnior sus amables palabras de bienvenida y presentación y de testimonio. 
Veo en ustedes la memoria y la esperanza: la memoria del camino y de la conciencia de su Patria, y la esperanza de que esta Patria, siempre abierta a la luz que emana del Evangelio de Jesucristo, continúe desarrollándose en el pleno respeto de los principios éticos basados en la dignidad trascendente de la persona.
Memoria del pasado y utopía hacia el futuro, se encuentran en el presente que no es una coyuntura sin historia y sin promesa, sino un momento en el tiempo, un desafío para recoger sabiduría y saber proyectarla.
Quien tiene un papel de responsabilidad en una nación está llamado a afrontar el futuro «con la mirada tranquila de quien sabe ver la verdad», como decía el pensador brasileño Alceu Amoroso Lima («Nosso tempo», en A vida sobrenatural e o mondo moderno, Río de Janeiro 1956, 106). 
Quisiera compartir con ustedes tres aspectos de esta mirada calma, serena y sabia: primero, la originalidad de una tradición cultural; segundo, la responsabilidad solidaria para construir el futuro y, tercero, el diálogo constructivo para afrontar el presente.
1. En primer lugar, es de justicia valorar la originalidad dinámica que caracteriza a la cultura brasileña, con su extraordinaria capacidad para integrar elementos diversos. 
El común sentir de un pueblo, las bases de su pensamiento y de su creatividad, los principios básicos de su vida, los criterios de juicio sobre las prioridades, las normas de actuación, se fundan, se fusionan, y crecen en una visión integral de la persona humana.
Esta visión del hombre y de la vida característica del pueblo brasileño ha recibido también la savia del Evangelio, la fe en Jesucristo, el amor de Dios y la fraternidad con el prójimo. 
La riqueza de esta savia. Puede fecundar un proceso cultural fiel a la identidad brasileña y a la vez un proceso constructor de un futuro mejor para todos. 
Un proceso que hace crecer la humanización integral y la cultura del encuentro y de la relación. 
Esta es la manera cristiana de promover el bien común, la alegría de vivir. 
Y aquí convergen la fe y la razón, la dimensión religiosa con los diferentes aspectos de la cultura humana: el arte, la ciencia, el trabajo, la literatura... 
El cristianismo combina trascendencia y encarnación; por la capacidad de revitalizar siempre el pensamiento y la vida ante la amenaza de frustración y desencanto que pueden invadir el corazón y propagarse por las calles.
2. Un segundo punto al que quisiera referirme es la responsabilidad social. 
Esta requiere un cierto tipo de paradigma cultural y, en consecuencia, de la política. 
Somos responsables de la formación de las nuevas generaciones, ayudarlos a ser capaces en la economía y la política, y firmes en los valores éticos. 
El futuro exige hoy la tarea de rehabilitar la política. Rehabilitar la política, que es una de las formas más altas de la caridad. 
El futuro nos exige una visión humanista de la economía y una política que logre cada vez más y mejor la participación de las personas, evite el elitismo y erradique la pobreza. 
Que a nadie le falte lo necesario y que se asegure a todos dignidad, fraternidad y solidaridad: éste es el camino propuesto. 
Ya en la época del profeta Amós era muy fuerte la admonición de Dios: 
«Venden al justo por dinero, al pobre por un par de sandalias. 
Oprimen contra el polvo la cabeza de los míseros y tuercen el camino de los indigentes» (Am 2,6-7). 
Los gritos que piden justicia continúan todavía hoy.
Quien desempeña un papel de guía permítanme que diga aquél a quien la vida ha ungido como guía, ha de tener objetivos concretos y buscar los medios específicos para alcanzarlos, pero también puede existir el peligro de la desilusión, la amargura, la indiferencia, cuando las expectativas no se cumplen. 
Aquí apelo a la dinámica de la esperanza que impulsa a ir siempre más allá, a emplear todas las energías y capacidades en favor de las personas para las que se trabaja, aceptando los resultados y creando condiciones para descubrir nuevos caminos, entregándose incluso sin ver los resultados, pero manteniendo viva la esperanza. 
Con esa constancia y coraje que nacen de la aceptación de la propia vocación de guía y de dirigente.
Es proprio de La dirigencia elegir la más justa de las opciones después de haberlas considerado, a partir de la propia responsabilidad y el interés del bien común; por este camino se va al centro de los males de una sociedad para superarlos con la audacia de acciones valientes y libres. 

Es nuestra responsabilidad, aunque siempre sea limitada, esa comprensión de la totalidad de la realidad, observando, sopesando, valorando, para tomar decisiones en el momento presente, pero extendiendo la mirada hacia el futuro, reflexionando sobre las consecuencias de las decisiones. Quien actúa responsablemente, pone la propia actividad ante los derechos de los demás y ante el juicio de Dios. Este sentido ético aparece hoy como un desafío histórico sin precedentes. Tenemos que buscarlo, tenemos que inserirlo en la misma sociedad. Además de la racionalidad científica y técnica, en la situación actual se impone la vinculación moral con una responsabilidad social y profundamente solidaria.3. Para completar esta reflexión, además del humanismo integral que respete la cultura original y la responsabilidad solidaria, considero fundamental para afrontar el presente: el diálogo constructivo. Entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta, siempre hay una opción posible: el diálogo. 
El diálogo entre las generaciones, el diálogo en el pueblo, que todos somos pueblo, la capacidad de dar y recibir, permaneciendo abiertos a la verdad. 
Un país crece cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva: la cultura popular, la universitaria, la juvenil, la artística y la tecnológica, la cultura económica, la cultura de la familia y de los medios de comunicación, cuando dialogan. 
Es imposible imaginar un futuro para la sociedad sin una incisiva contribución de energías morales en una democracia que se quede encerrada en la pura lógica o en el mero equilibrio de la representación de intereses establecidos. Considero también fundamental, en este diálogo, la contribución de las grandes tradiciones religiosas, que desempeñan un papel fecundo de fermento en la vida social y de animación de la democracia. 
La convivencia pacífica entre las diferentes religiones se ve beneficiada por la laicidad del Estado, que, sin asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora la presencia de la dimensión religiosa en la sociedad, favoreciendo sus expresiones concretas.
Cuando los líderes de los diferentes sectores me piden un consejo, mi respuesta es siempre la misma: 
Diálogo, diálogo, diálogo. 
El único modo de que una persona, una familia, una sociedad, crezca; la única manera de que la vida de los pueblos avance, es la cultura del encuentro, una cultura en la que todo el mundo tiene algo bueno que aportar, y todos pueden recibir algo bueno cambio. 
El otro siempre tiene algo que darme cuando sabemos acercarnos a él con actitud abierta y disponible, sin prejuicios. 
Esta actitud abierta, disponible, sin prejuicios yo la definiría como humildad social que es la que favorece el diálogo. 
Sólo así puede prosperar un buen entendimiento entre las culturas y las religiones, la estima de unas por las otras sin opiniones previas gratuitas y en clima de respeto de los derechos de cada una. 
Hoy, o se apuesta por el diálogo, o se apuesta por la cultura del encuentro, o todos perdemos, 
¡Todos perdemos!; porque aquí va el camino fecundo.
Excelencias,Señoras y señores
Gracias por su atención. 

Tomen estas palabras como expresión de mi preocupación como Pastor de la Iglesia y del respeto y afecto que tengo por el pueblo brasileño. 
La hermandad entre los hombres y la colaboración para construir una sociedad más justa no son un sueño fantasioso, sino el resultado de un esfuerzo concertado de todos hacia bien común. 
Los aliento en este su compromiso por el bien común, que requiere por parte de todos, sabiduría, prudencia y generosidad. 
Los encomiendo al Padre celestial pidiéndole, por la intercesión de Nuestra Señora de Aparecida, que colme con sus dones a cada uno de los presentes, a sus familias y comunidades humanas y de trabajo.
 Y de corazón pido a Dios que los bendiga. 
¡Muchas gracias! >>.
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Discurso del Papa Francisco

en vigilia de oración con los jóvenes.

Queridos jóvenes
Hemos recordado hace poco la historia de San Francisco de Asís. 
Ante el crucifijo oye la voz de Jesús, que le dice: 
«Ve, Francisco, y repara mi casa». 
Y el joven Francisco responde con prontitud y generosidad a esta llamada del Señor: reparar su casa. 
Pero, ¿qué casa? 
Poco a poco se da cuenta de que no se trataba de hacer de albañil y reparar un edificio de piedra, sino de dar su contribución a la vida de la Iglesia; se trataba de ponerse al servicio de la Iglesia, amándola y trabajando para que en ella se reflejara cada vez más el rostro de Cristo.
También hoy el Señor sigue necesitando a los jóvenes para su Iglesia. También hoy llama a cada uno de ustedes a seguirlo en su Iglesia y a ser misioneros. 
¿Cómo? 
¿De qué manera?
 A partir del nombre del lugar donde nos encontramos, Campus Fidei, Campo de Fe, he pensado en tres imágenes que nos pueden ayudar a entender mejor lo que significa ser un discípulo-misionero: la primera, el campo como lugar donde se siembra; la segunda, el campo como lugar de entrenamiento; y la tercera, el campo como obra en construcción.
1. El campo como lugar donde se siembra. 
Todos conocemos la parábola de Jesús que habla de un sembrador que salió a sembrar en un campo; algunas simientes cayeron al borde del camino, entre piedras o en medio de espinas, y no llegaron a desarrollarse; pero otras cayeron en tierra buena y dieron mucho fruto (cf. Mt 13,1-9). Jesús mismo explicó el significado de la parábola: La simiente es la Palabra de Dios sembrada en nuestro corazón (cf. Mt 13,18-23). Queridos jóvenes, eso significa que el verdadero Campus Fidei es el corazón de cada uno de ustedes, es su vida. 
Y es en la vida de ustedes donde Jesús pide entrar con su palabra, con su presencia.
 Por favor, dejen que Cristo y su Palabra entren en su vida, que germine y crezca.

Jesús nos dice que las simientes que cayeron al borde del camino, o entre las piedras y en medio de espinas, no dieron fruto.
 ¿Qué clase de terreno somos, qué clase de terreno queremos ser? 
Quizás somos a veces como el camino: escuchamos al Señor, pero no cambia nada en la vida, porque nos dejamos atontar por tantos reclamos superficiales que escuchamos; o como el terreno pedregoso: acogemos a Jesús con entusiasmo, pero somos inconstantes y, ante las dificultades, no tenemos el valor de ir contracorriente; o somos como el terreno espinoso: las cosas, las pasiones negativas sofocan en nosotros las palabras del Señor (cf. Mt 13,18-22). 
Hoy, sin embargo, estoy seguro de que la simiente cae en buena tierra, que ustedes quieren ser buena tierra, no cristianos a tiempo parcial, no «almidonados», de fachada, sino auténticos. Estoy seguro de que no quieren vivir en la ilusión de una libertad que se deja arrastrar por la moda y las conveniencias del momento. Sé que ustedes apuntan a lo alto, a decisiones definitivas que den pleno sentido a la vida. Jesús es capaz de ofrecer esto. 
Él es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). 
Confiemos en él. Dejémonos guiar por él.

2. El campo como lugar de entrenamiento. Jesús nos pide que le sigamos toda la vida, nos pide que seamos sus discípulos, que «juguemos en su equipo». 
Creo que a la mayoría de ustedes les gusta el deporte. 
Y aquí, en Brasil, como en otros países, el fútbol es una pasión nacional. 
Pues bien, 
¿qué hace un jugador cuando se le llama para formar parte de un equipo? 
Debe entrenarse y entrenarse mucho. Así es en nuestra vida de discípulos del Señor. San Pablo nos dice: «Los atletas se privan de todo, y lo hacen para obtener una corona que se marchita; nosotros, en cambio, por una corona incorruptible» (1 Co 9,25). ¡Jesús nos ofrece algo más grande que la Copa del Mundo! Nos ofrece la posibilidad de una vida fecunda y feliz, y también un futuro con él que no tendrá fin, la vida eterna. 
Pero nos pide que entrenemos para «estar en forma», para afrontar sin miedo todas las situaciones de la vida, dando testimonio de nuestra fe. 
¿Cómo? 
A través del diálogo con él: la oración, que es el coloquio cotidiano con Dios, que siempre nos escucha. 
A través de los sacramentos, que hacen crecer en nosotros su presencia y nos configuran con Cristo. 
A través del amor fraterno, del saber escuchar, comprender, perdonar, acoger, ayudar a los otros, a todos, sin excluir y sin marginar. 
Queridos jóvenes, ¡sean auténticos «atletas de Cristo»!
3. El campo como obra en construcción. Cuando nuestro corazón es una tierra buena que recibe la Palabra de Dios, cuando «se suda la camiseta», tratando de vivir como cristianos, experimentamos algo grande: nunca estamos solos, formamos parte de una familia de hermanos que recorren el mismo camino: somos parte de la Iglesia; más aún, nos convertimos en constructores de la Iglesia y protagonistas de la historia. San Pedro nos dice que somos piedras vivas que forman una casa espiritual (cf. 1 P 2,5). Y mirando este palco, vemos que tiene la forma de una iglesia construida con piedras, con ladrillos. En la Iglesia de Jesús, las piedras vivas somos nosotros, y Jesús nos pide que edifiquemos su Iglesia; y no como una pequeña capilla donde sólo cabe un grupito de personas. Nos pide que su Iglesia sea tan grande que pueda alojar a toda la humanidad, que sea la casa de todos. Jesús me dice a mí, a ti, a cada uno: «Vayan, y hagan discípulos a todas las naciones». Esta tarde, respondámosle: Sí, también yo quiero ser una piedra viva; juntos queremos construir la Iglesia de Jesús. Digamos juntos: Quiero ir y ser constructor de la Iglesia de Cristo.

Su joven corazón alberga el deseo de construir un mundo mejor. He seguido atentamente las noticias sobre tantos jóvenes que, en muchas partes del mundo, han salido por las calles para expresar el deseo de una civilización más justa y fraterna. Sin embargo, queda la pregunta: ¿Por dónde empezar? ¿Cuáles son los criterios para la construcción de una sociedad más justa? Cuando preguntaron a la Madre Teresa qué era lo que debía cambiar en la Iglesia, respondió: Tú y yo.
Queridos amigos, no se olviden: ustedes son el campo de la fe. Ustedes son los atletas de Cristo. 
Ustedes son los constructores de una Iglesia más hermosa y de un mundo mejor. 
Levantemos nuestros ojos hacia la Virgen.
 Ella nos ayuda a seguir a Jesús, nos da ejemplo con su «sí» a Dios: 
«Aquí está la esclava del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho» (Lc 1,38). 
Se lo digamos también nosotros a Dios, junto con María: Hágase en mí según tu palabra. 
Que así sea.
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 Homilía del Papa Francisco
 Misa con los obispos, sacerdotes, religiosos y seminaristas
 presentes en la XXVIIIa JMJ.
                     Catedral 
Santa Misa 
Queridos hermanos en Cristo

Al ver esta catedral llena de obispos, sacerdotes, seminaristas, religiosos y religiosas de todo el mundo, pienso en 
las palabras del Salmo de la misa de hoy: «Oh Dios, que te alaben los pueblos» (Sal 66). Sí, estamos aquí para alabar al  Señor, y lo hacemos reafirmando nuestra voluntad de ser instrumentos suyos, para que alaben a Dios no sólo algunos
pueblos, sino todos. 
Con la misma parresia de Pablo y Bernabé, anunciamos el Evangelio a nuestros jóvenes para que encuentren a Cristo, luz para el camino, y se conviertan en constructores de un mundo más fraterno. 
En este sentido, quisiera reflexionar con vosotros sobre tres aspectos de nuestra vocación: llamados por Dios, llamados a anunciar el Evangelio, llamados a promover la cultura del encuentro.
1. Llamados por Dios. Es importante reavivar en nosotros este hecho, que a menudo damos por descontado entretantos compromisos cotidianos: «No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes», dice Jesús (Jn 15,16). 
Es un caminar de nuevo hasta la fuente de nuestra llamada. Al comienzo de nuestro camino vocacional hay una
elección divina. 
Hemos sido llamados por Dios y llamados para permanecer con Jesús (cf. Mc3,14), unidos a él de una manera tan profunda como para poder decir con san Pablo: 
«Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» 
(Ga 2,20). 
En realidad, este vivir en Cristo marca todo lo que somos y lo que hacemos. 
Y esta «vida en Cristo» es precisamente lo que garantiza nuestra eficacia apostólica y la fecundidad de nuestro servicio: 
«Soy yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero» (Jn 15,16). 
No es la creatividad pastoral, no son los encuentros o las
planificaciones lo que aseguran los frutos, sino el ser fieles a Jesús, que nos dice con insistencia: 
«Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes» 
(Jn 15,4). Y sabemos muy bien lo que eso significa: contemplarlo, adorarlo y abrazarlo, especialmente a través de nuestra fidelidad a la vida de oración, en nuestro encuentro cotidiano con él en la Eucaristía y en las personas más necesitadas.
 El «permanecer» con Cristo no es aislarse, sino un permanecer para ir al encuentro de los otros. 
Recuerdo algunas palabras de la beata Madre Teresa de Calcuta: 
«Debemos estar muy orgullosos de nuestra vocación, que nos da la oportunidad de servir a Cristo en los pobres. 
Es en las «favelas»", en los «cantegriles», en las «villas
miseria» donde hay que ir a buscar y servir a Cristo. Debemos ir a ellos como el sacerdote se acerca al altar: con alegría» (Mother Instructions, I, p. 80). 
Jesús, el Buen Pastor, es nuestro verdadero tesoro, tratemos de fijar cada vez más nuestro corazón en él (cf. Lc 12,34).
2. Llamados a anunciar el Evangelio. Queridos Obispos y sacerdotes, muchos de ustedes, si no todos, han venido para
acompañar a los jóvenes a la Jornada Mundial de la Juventud. 
También ellos han escuchado las palabras del mandato de
Jesús: «Vayan, y hagan discípulos a todas las naciones» (cf. Mt 28,19). Nuestro compromiso es ayudarles a que arda en su corazón el deseo de ser discípulos misioneros de Jesús. 
Ciertamente, muchos podrían sentirse un poco asustados ante esta invitación, pensando que ser misioneros significa necesariamente abandonar el país, la familia y los amigos. Me acuerdo de mi sueño cuando era joven: ir de misionero al lejano Japón. 
Pero Dios me mostró que mi tierra de misión estaba mucho
más cerca: mi patria.
 Ayudemos a los jóvenes a darse cuenta de que ser discípulos misioneros es una consecuencia de ser
bautizados, es parte esencial del ser cristiano, y que el primer lugar donde se ha de evangelizar es la propia casa, el ambiente de estudio o de trabajo, la familia y los amigos.
No escatimemos esfuerzos en la formación de los jóvenes. San Pablo, dirigiéndose a sus cristianos, utiliza una bella
expresión, que él hizo realidad en su vida: 
«Hijos míos, por quienes estoy sufriendo nuevamente los dolores del parto hasta que Cristo sea formado en ustedes» (Ga 4,19). 
Que también nosotros la hagamos realidad en nuestro ministerio.
 Ayudemos a nuestros jóvenes a redescubrir el valor y la alegría de la fe, la alegría de ser amados personalmente por Dios, que ha dado a su Hijo Jesús por nuestra salvación. Eduquémoslos a la misión, a salir, a ponerse en marcha. 
Así ha hecho Jesús con sus discípulos: no los mantuvo pegados a él como una gallina con sus polluelos; los envió. No podemos quedarnos enclaustrados en la parroquia, en nuestra comunidad, cuando tantas personas están esperando el Evangelio. 
No es un simple abrir la puerta para acoger, sino salir por ella para buscar y encontrar. 
Pensemos con decisión en la pastoral desde la periferia,
comenzando por los que están más alejados, los que no suelen frecuentar la parroquia. 
También ellos están invitados a la mesa del Señor.
3. Llamados a promover la cultura del encuentro. En muchos ambientes se ha abierto paso lamentablemente una
cultura de la exclusión, una «cultura del descarte». 
No hay lugar para el anciano ni para el hijo no deseado; no hay tiempo para detenerse con aquel pobre a la vera del camino.
 A veces parece que, para algunos, las relaciones humanas estén reguladas por dos «dogmas»: la eficiencia y el pragmatismo. 
Queridos obispos, sacerdotes, religiosos y también ustedes,
seminaristas que se preparan para el ministerio, tengan el valor de ir contracorriente. 
No renunciemos a este don de Dios: la única familia de sus hijos. 
El encuentro y la acogida de todos, la solidaridad y la fraternidad, son los elementos que hacen nuestra civilización verdaderamente humana.
Ser servidores de la comunión y de la cultura del encuentro. Permítanme decir que debemos estar casi obsesionados
en este sentido. 
No queremos ser presuntuosos imponiendo 
«nuestra verdad». 
Lo que nos guía es la certeza humilde y feliz de quien ha sido encontrado, alcanzado y transformado por la Verdad que es Cristo, y no puede dejar de proclamarla (cf.Lc 24,13-35).

Queridos hermanos y hermanas, estamos llamados por Dios, llamados a anunciar el Evangelio y a promover con 
valentía la cultura del encuentro. 
Que la Virgen María sea nuestro modelo. 
En su vida ha dado el «ejemplo de aquel amor de madre que debe animar a todos los que colaboran en la misión apostólica de la Iglesia para engendrar a los hombres a
una vida nueva» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. 
Lumen gentium, 65). 
Que ella sea la Estrella que guía con seguridad nuestros pasos al encuentro del Señor. 
Amén.
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Discurso del Papa Francisco

en vigilia de oración con los jóvenes.

Queridísimos jóvenes Hemos venido hoy aquí para acompañar a Jesús a lo largo de su camino de dolor y de amor, el camino de la Cruz, que es uno de los momentos fuertes de la Jornada Mundial de la Juventud.Al concluir el Año Santo de la Redención, el beato Juan Pablo II quiso confiarles a ustedes, jóvenes, la Cruz diciéndoles: “Llévenla por el mundo como signo del amor de Jesús a la humanidad, y anuncien a todos que sólo en Cristo muerto y resucitado hay salvación y redención” (Palabras al entregar la cruz del Año Santo a los jóvenes, 22 de abril de 1984: Insegnamenti VII,1 (1984), 1105).
Desde entonces, la Cruz ha recorrido todos los continentes y ha atravesado los más variados mundos de la existencia humana, quedando como impregnada de las situaciones vitales de tantos jóvenes que la han visto y la han llevado.
Nadie puede tocar la Cruz de Jesús sin dejar en ella algo de sí mismo y sin llevar consigo algo de la cruz de Jesús a la propia vida.
Esta tarde, acompañando al Señor, me gustaría que resonasen en sus corazones tres preguntas: 
¿Qué han dejado ustedes en la Cruz, queridos jóvenes de Brasil, en estos dos años en los que ha recorrido su inmenso país?   Y 
¿qué ha dejado la Cruz en cada uno de ustedes?    
Y  finalmente, 
¿qué nos enseña para nuestra vida esta Cruz? 

1. Una antigua tradición de la Iglesia de Roma cuenta que el apóstol Pedro, saliendo de la ciudad para huir de la persecución de Nerón, vio que Jesús caminaba en dirección contraria y enseguida le preguntó: “Señor, ¿adónde vas?”. La respuesta de Jesús fue: “Voy a Roma para ser crucificado de nuevo”.
En aquel momento, Pedro comprendió que tenía que seguir al Señor con valentía, hasta el final, pero entendió sobre todo que nunca estaba solo en el camino; con él estaba siempre aquel Jesús que lo había amado hasta morir en la Cruz.
Miren, Jesús con su Cruz recorre nuestras calles para cargar con nuestros miedos, nuestros problemas, nuestros sufrimientos, también los más profundos.
Con la Cruz, Jesús se une al silencio de las víctimas de la violencia, que no pueden ya gritar, sobre todo los inocentes y los indefensos; con ella, Jesús se une a las familias que se encuentran en dificultad, que lloran la trágica pérdida de sus hijos, como en el caso de los 242 jóvenes víctimas en el incendio de la ciudad de Santa María en el incendio de este año recemos por ellos.
O que sufren al verlos víctimas de paraísos artificiales como la droga; con ella, Jesús se une a todas las personas que sufren hambre en un mundo que cada día tira toneladas de alimentos; con ella, Jesús se une a quien es perseguido por su religión, por sus ideas, o simplemente por el color de su piel; en ella, Jesús se une a tantos jóvenes que han perdido su confianza en las instituciones políticas porque ven el egoísmo y la corrupción, o que han perdido su fe en la Iglesia, e incluso en Dios, por la incoherencia de los cristianos y de los ministros del Evangelio.
En la Cruz de Cristo está el sufrimiento, el pecado del hombre, también el nuestro, y Él acoge todo con los brazos abiertos, carga sobre su espalda nuestras cruces y nos dice: ¡Ánimo! No la llevas tú solo. Yo la llevo contigo y yo he vencido a la muerte y he venido a darte esperanza, a darte vida (cf. Jn 3,16).
2. Y así podemos responder a la segunda pregunta: ¿Qué ha dejado la Cruz en los que la han visto, en los que la han tocado? 
¿Qué deja en cada uno de nosotros?
 Deja un bien que nadie más nos puede dar: 
la certeza del amor indefectible de Dios por nosotros. 
Un amor tan grande que entra en nuestro pecado y lo perdona, entra en nuestro sufrimiento y nos da fuerza para sobrellevarlo, entra también en la muerte para vencerla y salvarnos.
En la Cruz de Cristo está todo el amor de Dios, su inmensa misericordia. 
Y es un amor del que podemos fiarnos, en el que podemos creer.
Queridos jóvenes, fiémonos de Jesús, confiemos totalmente en Él (cf. Lumen fidei, 16). porque 
Él nunca defrauda a nadie.
Sólo en Cristo muerto y resucitado encontramos salvación y redención. 
Con Él, el mal, el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra, porque Él nos da esperanza y vida: ha transformado la Cruz de ser instrumento de odio, de derrota, de muerte, en un signo de amor, de victoria y de vida.
El primer nombre de Brasil fue precisamente “Terra de Santa Cruz”. 
La Cruz de Cristo fue plantada no sólo en la playa hace más de cinco siglos, sino también en la historia, en el corazón y en la vida del pueblo brasileño, y en muchos otros. 
A Cristo que sufre lo sentimos cercano, uno de nosotros que comparte nuestro camino hasta el final. 
No hay en nuestra vida cruz, pequeña o grande, que el Señor no comparta con nosotros.
3. Pero la Cruz nos invita también a dejarnos contagiar por este amor, nos enseña así a mirar siempre al otro con misericordia y amor, sobre todo a quien sufre, a quien tiene necesidad de ayuda, a quien espera una palabra, un gesto, y a salir de nosotros mismos para ir a su encuentro y tenderles la mano.
Muchos rostros han acompañado a Jesús en su camino al Calvario: Pilato, el Cireneo, María, las mujeres… También nosotros podemos ser para los demás como Pilato, que no tiene la valentía de ir contracorriente para salvar la vida de Jesús y se lava las manos. 
Queridos amigos, la Cruz de Cristo nos enseña a ser como el Cireneo, que ayuda a Jesús a llevar aquel madero pesado, como María y las otras mujeres, que no tienen miedo de acompañar a Jesús hasta el final, con amor, con ternura. 
Y tú, ¿como quién eres? 
¿Como Pilato, como el Cireneo, como María? 
Jesús te está mirando ahora y te dice 
¿Me quieres ayudar a llevar la cruz?.
Queridos jóvenes, llevemos nuestras alegrías, nuestros sufrimientos, nuestros fracasos a la Cruz de Cristo; encontraremos un Corazón abierto que nos comprende, nos perdona, nos ama y nos pide llevar este mismo amor a nuestra vida, amar a cada hermano o hermana nuestra con ese mismo amor. 
Que así sea.

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Discurso del Papa Francisco

en fiesta de bienvenida JMJ Río 2013

 Queridísimos jóvenesHemos venido hoy aquí para acompañar a Jesús a lo largo de su camino de dolor y de amor, el camino de la Cruz, que es uno de los momentos fuertes de la Jornada Mundial de la Juventud.
Al concluir el Año Santo de la Redención, el beato Juan Pablo II quiso confiarles a ustedes, jóvenes, la Cruz diciéndoles: “Llévenla por el mundo como signo del amor de Jesús a la humanidad, y anuncien a todos que sólo en Cristo muerto y resucitado hay salvación y redención” (Palabras al entregar la cruz del Año Santo a los jóvenes, 22 de abril de 1984: Insegnamenti VII,1 (1984), 1105).
Desde entonces, la Cruz ha recorrido todos los continentes y ha atravesado los más variados mundos de la existencia humana, quedando como impregnada de las situaciones vitales de tantos jóvenes que la han visto y la han llevado.
Nadie puede tocar la Cruz de Jesús sin dejar en ella algo de sí mismo y sin llevar consigo algo de la cruz de Jesús a la propia vida.
Esta tarde, acompañando al Señor, me gustaría que resonasen en sus corazones tres preguntas:
¿Qué han dejado ustedes en la Cruz, queridos jóvenes de Brasil, en estos dos años en los que ha recorrido su inmenso país? 
Y ¿qué ha dejado la Cruz en cada uno de ustedes? 
Y, finalmente, 
¿qué nos enseña para nuestra vida esta Cruz? 
1. Una antigua tradición de la Iglesia de Roma cuenta que el apóstol Pedro, saliendo de la ciudad para huir de la persecución de Nerón, vio que Jesús caminaba en dirección contraria y enseguida le preguntó: “Señor, ¿adónde vas?”. La respuesta de Jesús fue: “Voy a Roma para ser crucificado de nuevo”.
En aquel momento, Pedro comprendió que tenía que seguir al Señor con valentía, hasta el final, pero entendió sobre todo que nunca estaba solo en el camino; con él estaba siempre aquel Jesús que lo había amado hasta morir en la Cruz.
Miren, Jesús con su Cruz recorre nuestras calles para cargar con nuestros miedos, nuestros problemas, nuestros sufrimientos, también los más profundos.
Con la Cruz, Jesús se une al silencio de las víctimas de la violencia, que no pueden ya gritar, sobre todo los inocentes y los indefensos; con ella, Jesús se une a las familias que se encuentran en dificultad, que lloran la trágica pérdida de sus hijos, como en el caso de los 242 jóvenes víctimas en el incendio de la ciudad de Santa María en el incendio de este año recemos por ellos.
O que sufren al verlos víctimas de paraísos artificiales como la droga; con ella, Jesús se une a todas las personas que sufren hambre en un mundo que cada día tira toneladas de alimentos; con ella, Jesús se une a quien es perseguido por su religión, por sus ideas, o simplemente por el color de su piel; en ella, Jesús se une a tantos jóvenes que han perdido su confianza en las instituciones políticas porque ven el egoísmo y la corrupción, o que han perdido su fe en la Iglesia, e incluso en Dios, por la incoherencia de los cristianos y de los ministros del Evangelio.
En la Cruz de Cristo está el sufrimiento, el pecado del hombre, también el nuestro, y Él acoge todo con los brazos abiertos, carga sobre su espalda nuestras cruces y nos dice: ¡Ánimo! No la llevas tú solo. Yo la llevo contigo y yo he vencido a la muerte y he venido a darte esperanza, a darte vida (cf. Jn 3,16).
2. Y así podemos responder a la segunda pregunta: ¿Qué ha dejado la Cruz en los que la han visto, en los que la han tocado? ¿Qué deja en cada uno de nosotros? Deja un bien que nadie más nos puede dar: la certeza del amor indefectible de Dios por nosotros. Un amor tan grande que entra en nuestro pecado y lo perdona, entra en nuestro sufrimiento y nos da fuerza para sobrellevarlo, entra también en la muerte para vencerla y salvarnos.
En la Cruz de Cristo está todo el amor de Dios, su inmensa misericordia. Y es un amor del que podemos fiarnos, en el que podemos creer.
Queridos jóvenes, fiémonos de Jesús, confiemos totalmente en Él (cf. Lumen fidei, 16). porque Él nunca defrauda a nadie.
Sólo en Cristo muerto y resucitado encontramos salvación y redención. Con Él, el mal, el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra, porque Él nos da esperanza y vida: ha transformado la Cruz de ser instrumento de odio, de derrota, de muerte, en un signo de amor, de victoria y de vida.
El primer nombre de Brasil fue precisamente “Terra de Santa Cruz”. La Cruz de Cristo fue plantada no sólo en la playa hace más de cinco siglos, sino también en la historia, en el corazón y en la vida del pueblo brasileño, y en muchos otros. A Cristo que sufre lo sentimos cercano, uno de nosotros que comparte nuestro camino hasta el final. No hay en nuestra vida cruz, pequeña o grande, que el Señor no comparta con nosotros.
3. Pero la Cruz nos invita también a dejarnos contagiar por este amor, nos enseña así a mirar siempre al otro con misericordia y amor, sobre todo a quien sufre, a quien tiene necesidad de ayuda, a quien espera una palabra, un gesto, y a salir de nosotros mismos para ir a su encuentro y tenderles la mano.
Muchos rostros han acompañado a Jesús en su camino al Calvario: Pilato, el Cireneo, María, las mujeres… También nosotros podemos ser para los demás como Pilato, que no tiene la valentía de ir contracorriente para salvar la vida de Jesús y se lava las manos. 
Queridos amigos, la Cruz de Cristo nos enseña a ser como el Cireneo, que ayuda a Jesús a llevar aquel madero pesado, como María y las otras mujeres, que no tienen miedo de acompañar a Jesús hasta el final, con amor, con ternura. Y tú, ¿como quién eres? ¿Como Pilato, como el Cireneo, como María? Jesús te está mirando ahora y te dice ¿Me quieres ayudar a llevar la cruz?.
Queridos jóvenes, llevemos nuestras alegrías, nuestros sufrimientos, nuestros fracasos a la Cruz de Cristo; encontraremos un Corazón abierto que nos comprende, nos perdona, nos ama y nos pide llevar este mismo amor a nuestra vida, amar a cada hermano o hermana nuestra con ese mismo amor. 
Que así sea.
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Encuentro del Papa Francisco

con jóvenes argentinos‏.

Los jóvenes argentinos consiguieron ver de cerca y escuchar el mensaje que el papa Francisco tenía para ellos, en un encuentro reservado, de apenas 25 minutos, con un tono informal y lleno de emociones y señales. Los convocó a “hacer lío”, cuidar “los extremos débiles de la historia del pueblo” y no licuar la fe. Se lamentó que unas valla dispuestas por seguridad lo separaran del público y reconoció que también le cuesta seguir los protocolos que marcan su nueva misión.
Luego de mucho esperar bajo la lluvia y el frío que asombraron hasta a los cariocas, los jóvenes argentinos consiguieron ver de cerca y escuchar el mensaje que el papa Francisco tenía para ellos, en un encuentro reservado, de apenas 25 minutos, con un tono informal y lleno de emociones y señales para los más de 5.000 peregrinos venidos de todo el país. 
Afuera, sin perder el espíritu, otros 18.000 completaban el panorama en la catedral de San Sebastián, adonde el Santo Padre ingresó cerca de las 12.30. 
Francisco pasó por la entrada principal del templo mayor de Río de Janeiro, a pie, con una sonrisa en sus labios y bañado en aplausos, gritos y banderas argentinas flameantes en todos los puntos de este edificio de proporciones colosales, con una inmensa cruz colgando del techo y coronando el altar, que para la ocasión lucía el escudo pontificio. Monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, salió para recibir al obispo de Roma. Luego, dirigió unas palabras de bienvenida. 
Bañado en aplausos y cortes constantes por los saludos que llovían desde los asientos, el Santo Padre tomó la palabra y agradeció los gestos de los jóvenes. 
Habló apenas ocho minutos, sin papeles, con el ímpetu firme y la vista clavada en los jóvenes. 
A su costado, sobre el altar mayor, miraban atentos monseñor Mario Poli, arzobispo de Buenos Aires y sucesor del cardenal en la sede primada de la Argentina; monseñor Orani Joao Tempesta, arzobispo de Río de Janeiro, y el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de estado del Vaticano. 
Discurso del santo padre Francisco a los jóvenes“Gracias por el gesto. Yo le sugerí a quienes organizan el viaje si podría haber un lugarcito para encontrarme con ustedes. 
Y en un día y medio armaron todo. 
También quiero agradecer a ellos. 
Quisiera decir una cosa: qué es lo que espero, como consecuencia de la JMJ. 
Espero lío… sabemos que en Río va a haber mucho lío, 
¡pero quiero lío en las diócesis!. 
Quiero ver que la Iglesia se acerque a la gente, quiero que nos despojemos del clericalismo, lo mundano, el estar encerrados en nosotros mismos, en nuestras parroquias, colegios o estructuras, porque ellas son para salir. 
Que me perdonen los curas y los obispos si algún comentario puede meterlos en líos. 
Es un consejo. Gracias. 
Miren, yo pienso que estamos presenciando una filosofía y una praxis de exclusión de los polos de la humanidad. Exclusión a ancianos, por supuesto, porque no se los cuida. Y exclusión de los jóvenes sin trabajo. 
¡El índice de gente sin trabajo es muy grande!. 
No tienen experiencia de la dignidad que se gana por el trabajo. 
Esta civilización excluye a las dos puntas. 
Ustedes tienen que hacerse valer. 
Los jóvenes tienen que servir. 
Luchen por esos valores. 
Y los viejos, transmitan. 
No claudiquen de ser la reserva cultural de nuestro pueblo y quienes transmiten la justicia, la historia, los valores, la memoria del pueblo. 
No se metan con los viejos. 
Déjenlos hablar. 
Que Dios se haya hecho uno de nosotros es un escándalo. La cruz sigue siendo escándalo, pero es el único camino de salvación, desde la encarnación de Jesús. 
Por favor, no licúen la fe en Jesús. 
Hay licuados de manzana, naranja, pero por favor, ¡no tomen licuado de fe! 
¡La fe es entera! Jesús es quien me amó y murió por mí. Hagan el bien, cuiden a los extremos del pueblo y no se dejen excluir. 
Y no licúen la fe en Jesús. 
También las bienaventuranzas. 
Si querés saber qué cosas prácticas tenés que hacer, leé Mateo 25.
 Las bienaventuranzas y Mateo 25, y no necesitan nada más. Se los agradezco de corazón. Le agradezco la cercanía, y me da pena que estén enjaulados. Yo vivo un poco así, y se los confieso: qué feo es estar enjaulado. Gracias por acercarse, gracias por rezar por mí. Se los pido de corazón, necesito su oración. Les voy a dar la bendición y vamos a bendecir la imagen de la Virgen de Luján que va a recorrer misionariamente todo el país. 
No se olviden: 
hagan lío, cuiden los dos extremos de la historia del pueblo y no licúen la fe. 
Palabras de bienvenida de monseñor José María Arancedo“Querido papa Francisco, este cálido gesto nos permite encontrarnos en el marco de la Jornada Mundial de la Juventud. Queremos manifestarle nuestro afecto y renovar nuestra obediencia a Pedro, obispo de Roma, que preside la Iglesia Universal junto con los obispos. Queremos agradecer también sus palabras, sus gestos, su cercanía y su presencia. La justicia, la solidaridad, el amor, la gracia y la paz. El evangelio sigue siendo la novedad y la esperanza de un mundo que ha vivido con dolor muchos acontecimientos”, expresó al comienzo. 
“Querido Francisco –añadió-, estos jóvenes han pasado toda la noche afuera. Esta juventud ardía por escuchar tus palabras y recibir tu bendición para nosotros y para el mundo entero. Sos el Papa que tanto amamos y queremos. Queremos escuchar y recibir tu bendición, comprometiendo nuestra oración y nuestro corazón para que la gracia te sostenga en lo que el Señor te ha pedido: el servicio a la Iglesia”. 

El color de la jornadaAntes de la llegada, el coro de la Pastoral de Juventud animó con canciones como "Jesús te seguiré", "No tenemos miedos", y "Ven con nosotros a caminar, Santa María". Cada tanto, se escuchaba un "¡Viva el Papa!", o el cantito gestado en Madrid 2011: "¡Esta es la juventud del Papa!".
Mientras la policía militar aseguraba la zona y permitía escalonadamente el ingreso, los obispos argentinos paseaban entre el vallado, dialogaban con los periodistas y animaban a los jóvenes que lograron las primeras ubicaciones. Como en todas las ocasiones en esta JMJ, Francisco salió en monovolúmen marca Fiat, su nuevo “papamóvil”, con la ventanilla baja. Decenas de jóvenes que ya se desconcentraban tuvieron la oportunidad de saludarlo, estrecharle la mano y hasta dejarle una carta.+