¡Qué importa cuántos años tengo!
Psicólogo especialista en Educación para la Comunicación.
Frecuentemente, me preguntan cuántos años tengo... ¡Qué importa eso! Tengo la edad que quiero y siento. La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso. Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso o lo desconocido.
Tengo la experiencia de los años vividos y la fuerza de la convicción de mis deseos.
¡Qué importa cuántos años tengo! No quiero pensar en ello. Unos dicen que ya soy viejo, y otros que estoy en el apogeo. Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice, sino lo que mi corazón siente, y mi cerebro dicte.
Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso, para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos, rectificar caminos y atesorar éxitos. Ahora no tienen por qué decir: ‘Eres muy joven, no lo lograrás’.
Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma, pero con el interés de seguir creciendo.
Tengo los años en que los sueños se empiezan a acariciar con los dedos, y las ilusiones se convierten en esperanza.
Tengo los años en que el amor a veces es una loca llamarada, ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada.
Y otras en un remanso de paz, como el atardecer en la playa. ¿Qué cuántos años tengo? No necesito con un número marcar, pues mis anhelos alcanzados, mis triunfos obtenidos, las lágrimas que por el camino derramé al ver mis ilusiones rotas... valen mucho más que eso.
¡Qué importa si cumplo veinte, cuarenta, o sesenta! Lo que importa es la edad que siento. Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos. Para seguir sin temor por el sendero, pues llevo conmigo la experiencia adquirida y la fuerza de mis anhelos.
¿Qué cuantos años tengo? ¡Eso a quién le importa!. . .
Tengo los años necesarios para perder el miedo y hacer lo que quiero y siento.”
José Saramago (Premio Nobel Literatura 1998)
Hace un tiempo, llego hasta mí, vía Internet, esta reflexión cuya autoría se la adjudican a Saramago. Quienes lo hemos leído sabemos que está lejos de su forma de decir y escribir, pero no es lo que aquí importa. Cumplo al solo efecto de no dejar anónima la prosa, y, si quien me lo mandó cree que es de Saramago, debe ser así para él.
¿Qué es vivir? Según como respondamos a esta pregunta será el sentido que le demos a nuestra vida. Envejecer vamos a envejecer todos. Es el ciclo por cumplir. Lo importante es no convertirse en viejos antes de tiempo.
No me estoy refiriendo a conservar el cuerpo de la juventud o una piel más o menos tersa, sino a conservar, alimentar, hacer crecer día a día un espíritu joven.
El sentirse joven es una actitud del alma. Es no perder el entusiasmo, es dejar la nostalgia por lo pasado atrás, es tener un nuevo proyecto por realizar, sueños por concretar.
Sabemos que vamos a morir, de lo que se trata es de morir lo más joven posible.
“Podemos ser excelentes estudiantes, magníficos profesionales, queridos y respetados padres de familia, competentes empresarios o directores de empresa, que si no poseemos un alto grado de motivación, no conseguiremos el éxito, los objetivos ni la felicidad…” (Miguel Espada García).
Cuál es esa motivación que nos lleva a planificar un futuro sin dejar de valorar el día a día… esa motivación está en cada uno. El desafío es descubrirla. Tal vez el despertarse y agradecer la oportunidad de vivir un día más, mirarnos en el espejo sonriendo de manera vital, usar el humor como instrumento para enfrentar los conflictos cotidianos sean suficiente motivo.
Sentirse joven, no importa la edad, es transmitir optimismo para ayudarnos y ayudar a quienes nos rodean a alejarse de la depresión, a disipar los fantasmas del “ya no hay tiempo”, y a generar nuevas ideas que faciliten el llegar a las metas propuestas.
Sentirse joven es ver siempre la parte de la copa medio llena y desprenderse de viejos esquemas que te dicen que, llegado a cierta edad, te debes comportar como alguien mayor categorizándote de “viejo”. “Viejos son los trapos”, diría mi madre.
La juventud se lleva en el alma, no en el cuerpo. No se trata de apayasarse el rostro, llenarse de cirugías y otras yerbas, como tantas personalidades del mundo del espectáculo y la política actual, que se niegan a aceptar el paso del tiempo y conviven en una adolescencia eterna sin propuestas vitales. Un culto a la estética que, por un lado, impide gozar de la propia apariencia y, por otro, cultivar el espíritu para lograr mejores vínculos con uno mismo, con las cosas y los demás.
Pero, por sobre todo, imposibilita conectarse con lo transcendente. La felicidad se puede alcanzar cultivando un espíritu joven, y ya es el momento para empezar.
Es un don que nos es dado con el fin de disfrutar a pleno cada momento de la vida con la posibilidad de hacer del mundo un lugar mejor.
Para ser feliz, primero y ante todo, hay que proponerse y esforzarse por ser feliz.
“¿Qué cuantos años tengo? ¡Eso a quién le importa! Tengo los años necesarios para perder el miedo y hacer lo que quiero y siento.”
Que esta Navidad te encuentre joven para renovar tu compromiso con tu vida y con el Señor.
Frecuentemente, me preguntan cuántos años tengo... ¡Qué importa eso! Tengo la edad que quiero y siento. La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso. Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso o lo desconocido.
Tengo la experiencia de los años vividos y la fuerza de la convicción de mis deseos.
¡Qué importa cuántos años tengo! No quiero pensar en ello. Unos dicen que ya soy viejo, y otros que estoy en el apogeo. Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice, sino lo que mi corazón siente, y mi cerebro dicte.
Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso, para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos, rectificar caminos y atesorar éxitos. Ahora no tienen por qué decir: ‘Eres muy joven, no lo lograrás’.
Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma, pero con el interés de seguir creciendo.
Tengo los años en que los sueños se empiezan a acariciar con los dedos, y las ilusiones se convierten en esperanza.
Tengo los años en que el amor a veces es una loca llamarada, ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada.
Y otras en un remanso de paz, como el atardecer en la playa. ¿Qué cuántos años tengo? No necesito con un número marcar, pues mis anhelos alcanzados, mis triunfos obtenidos, las lágrimas que por el camino derramé al ver mis ilusiones rotas... valen mucho más que eso.
¡Qué importa si cumplo veinte, cuarenta, o sesenta! Lo que importa es la edad que siento. Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos. Para seguir sin temor por el sendero, pues llevo conmigo la experiencia adquirida y la fuerza de mis anhelos.
¿Qué cuantos años tengo?
Tengo los años necesarios para perder el miedo y hacer lo que quiero y siento.”
José Saramago (Premio Nobel Literatura 1998)
Hace un tiempo, llego hasta mí, vía Internet, esta reflexión cuya autoría se la adjudican a Saramago.
¿Qué es vivir?
No me estoy refiriendo a conservar el cuerpo de la juventud o una piel más o menos tersa, sino a conservar, alimentar, hacer crecer día a día un espíritu joven.
El sentirse joven es una actitud del alma.
Sabemos que vamos a morir, de lo que se trata es de morir lo más joven posible.
“Podemos ser excelentes estudiantes, magníficos profesionales, queridos y respetados padres de familia, competentes empresarios o directores de empresa, que si no poseemos un alto grado de motivación, no conseguiremos el éxito, los objetivos ni la felicidad…”
Cuál es esa motivación que nos lleva a planificar un futuro sin dejar de valorar el día a día… esa motivación está en cada uno. El desafío es descubrirla. Tal vez el despertarse y agradecer la oportunidad de vivir un día más, mirarnos en el espejo sonriendo de manera vital, usar el humor como instrumento para enfrentar los conflictos cotidianos sean suficiente motivo.
Sentirse joven, no importa la edad, es transmitir optimismo para ayudarnos y ayudar a quienes nos rodean a alejarse de la depresión, a disipar los fantasmas del “ya no hay tiempo”, y a generar nuevas ideas que faciliten el llegar a las metas propuestas.
Sentirse joven es ver siempre la parte de la copa medio llena y desprenderse de viejos esquemas que te dicen que, llegado a cierta edad, te debes comportar como alguien mayor categorizándote de “viejo”.
La juventud se lleva en el alma, no en el cuerpo.
Pero, por sobre todo, imposibilita conectarse con lo transcendente. La felicidad se puede alcanzar cultivando un espíritu joven, y ya es el momento para empezar.
Es un don que nos es dado con el fin de disfrutar a pleno cada momento de la vida con la posibilidad de hacer del mundo un lugar mejor.
Para ser feliz, primero y ante todo, hay que proponerse y esforzarse por ser feliz.
“¿Qué cuantos años tengo?
Que esta Navidad te encuentre joven para renovar tu compromiso con tu vida y con el Señor.