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domingo, 19 de febrero de 2012

Fecundidad 

apostólica
del
sufrimiento.
IIª Parte.

El rito de la unción de los enfermos.

Si la cercanía a los hermanos enfermos es recomendada a todos los miembros de la comunidad según sus propias posibilidades y disponibilidad de tiempo, la administración del Sacramento de la unción de los enfermos en la medida de lo posible debería implicar a toda la comunidad, que por lo menos en el espíritu está unida para suplicar del Señor la salud y el consuelo del hermano enfermo.
El nuevo Ordo reacciona contra un espiritualismo exagerado, recuperando a la luz de la encarnación todo lo que la cultura moderna ha descubierto en torno a la corporeidad: el hombre no es una interioridad cerrada que en un segundo tiempo, como si se tratara de una segunda fase, se encarna en el mundo a través de la corporeidad. 

El cuerpo humano forma parte indivisiblemente como tal de la subjetividad del hombre. 
Es en el cuerpo que el hombre se manifiesta, se hace visible, perceptible, abierto a todos. 
La carne del hombre, su ser cuerpo, es el "lugar" en el que el hombre ama, sufre, trabaja, se relaciona con el otro. 
A la luz de esta recuperación, el ritual declara que el hombre entero, espíritu encarnado, es ayudado para vivir su vida, a pesar de las particulares dificultades de la enfermedad (SUCPE 6; 59; 77 bis; 79; 80). 
La misma fórmula sacramental revela un cambio de rumbo respecto a la visión expresada por la invocación medieval, con la cual se pedía el perdón de los pecados cometidos con c ada uno de los sentidos. La liberación del pecado implícita en todo evento de salvación, es al contrario un efecto secundario y condicionado:
"Por esta santa Unción y por su bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo. Amén. Para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad. Amén".
La fórmula coloca, pues, el sacramento en el plano del evento salvífico, Cristo no se presenta como uno que hace la competencia a aquellos que actúan en el campo de la medicina: Cristo es el Salvador. La unción, en efecto, es sacramento de la fe, encuentro con Cristo en el y mediante el signo sacramental, que es don de gracia al fin de superar las dificultades de la situación de enfermedad, sostén en la prueba, fuerza para seguir adelante en el camino de salvación en el ámbito de la misión de la Iglesia.
La experiencia nos ha mostrado como muchas veces la oración de los hermanos de la comunidad (hecha también levantándose en la noche) ha obtenido auténticos milagros de curación[40] (sobre todo en casos de enfermedades graves de padres con hijos todavía pequeños) y de cualquier modo han constituido siempre un beneficio en el combate de la enfermedad.
El sufrimiento destinado a santificar a los que sufren y también a los que les asisten
"A todos los que me escucháis quisiera dejaros como conclusión las palabras de Jesús: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40). Eso significa que el sufrimiento, destinado a santificar a los que sufren, también está destinado a santificar a los que les proporcionan ayuda y consue lo". (Catequesis del Papa a los enfermos, Roma 27 de abril de 1994 )
"Si a la luz del Evangelio la enfermedad puede ser un tiempo de gracia, un tiempo en que el amor divino penetra más profundamente en los que sufren, no cabe duda que, con su ofrenda, los enfermos se santifican y contribuyen a la santificación de los demás. Eso vale, en particular para los que se dedican al servicio de los enfermos. Dicho servicio, al igual que la enfermedad, es un camino de santificación. A lo largo de los siglos, ha sido una manifestación de la caridad de Cristo, que es precisamente la fuente de la santidad.
Es un servicio que requiere entrega, paciencia y delicadeza, así como una gran capacidad de compasión y comprensión, sobre todo porque, además de la curación bajo el aspecto estrictamente sanitario, hace falta llevar a los enfermos también el consuelo moral, como sugiere Jesús: « estuve enfermo y me visitasteis» (Mt 25, 36)". (Catequesis del Papa a los enfermos, Roma 15 de junio de 1994 ).
Aceptación del sufrimiento no significa oponerse a las curas médicas.
"El sentido salvífico no se identifica de ninguna manera con una actitud de pasividad" (SD 30) "Esto no significa que no deba profundizarse en el arte médico, realidad necesaria y que tanto bien aporta. De hecho, hay que destacar la importancia que tienen hoy aquellos profesionales que se dedican al cuidado de los que sufren. Esta actividad ha ido adoptando, a lo largo del tiempo, formas institucionales organizadas y profesionales, que prestan un gran servicio. Lo que aquí pretendemos es insistir en que el problema no es cómo mantener el dolor y el sufrimiento dentro de unos límites aceptables, sino encontrar su sentido, y señalar el peligro de olvidar que «ninguna institución puede de suyo sustituir el corazón humano, la compasión humana, el amor humano, la iniciativa humana, cuando se trata de salir al encuentro del sufrimiento ajeno. Esto se refiere a los sufrimientos físicos, pero vale todavía más si se trata de los múltiples sufrimientos morales, y cuando la que sufre es ante todo el alma» (SD 29).
La ayuda del personal sanitario.

El Papa Benedicto XVI en la Carta Encíclica Deus Caritas est, habla así al personal sanitario:
"Por lo que se refiere al servicio que se ofrece a los que sufren, es preciso que sean competentes profesionalmente: quienes prestan ayuda han de ser formados de manera que sepan hacer lo más apropiado y de la maneta más adecuada, asumiendo el compromiso de que se continúe después las atenciones necesarias. 
Un primer requisito fundamental es la competencia profesional, pero por sí sol a no basta. 
En efecto, se trata de seres humanos, y los seres humanos necesitan siempre algo más que una atención sólo técnicamente correcta. 
Necesitan humanidad... Por eso, dichos agentes, además de la preparación profesional, necesitan también y sobre todo una «formación del corazón»: se les ha de guiar hacia ese encuentro con Dios en Cristo, que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad (cf. Gal 5, 6). (Benedicto XVI, Deus Caritas est).
La calidad de la vida: discriminación moderna.

Hoy día está difundida la mentalidad que distingue entonces entre vida cualitativamente digna y sana, y vida cualitativa indigna, carente de val or en cuanto que está irreparablemente enferma. El valor intrínseco de la vida queda medido de esta manera sobre criterios subjetivos y utilitarios». Sin embargo, esta forma de expresarse, tan extendida en la actualidad, es engañosa, porque la dignidad de una persona no depende de sus circunstancias; es decir: un ser humano no pierde su dignidad por el hecho de sufrir.
Es cierto que la vida es un valor fundamental de la persona, pero no es un valor absoluto, pues «forman parte de la dignidad de la persona otros valores más altos que el de su vida física, y por los que el hombre puede entregar su vida, gastarla y hasta acortarla mientras no atente directamente contra ella». Es un error considerar la salud y la total ausencia de sufrimiento como un bien absoluto. Es preciso afirmar, en este sentido, que nos encontramos ante un caso grave de manipulación del lenguaje, lo cual tiene como consecuencia la tergiversaci&o acute;n del significado de las acciones.
Resulta evidente que «si el ideal supremo del hombre es el bienestar físico y material, la salud, la belleza, la fuerza, la perspectiva de un porvenir cómodo, entonces su sufrimiento inútil e irremediable es un mal absoluto, y la eutanasia sirve para evitarlo.[44] Dentro de esta perspectiva materialista, tendremos que concluir también que hay vidas humanas sin valor y hombres que no merecen vivir». Sin embargo, como hemos venido exponiendo a lo largo de este estudio, el dolor y el sufrimiento no sólo no son realidades ajenas al hombre, sino que poseen un valor positivo para la vida humana Convertir la huída de toda experiencia de sufrimiento en el valor supremo de la vida, supone negar la propia realidad, y conduce de manera inevitable a la frustración existencial.
Uso de los paliativos para aliviar el dolor.
«La prudencia hu mana y cristiana sugiere para la mayoría de los enfermos el uso de medicamentos apropiados para aliviar o suprimir el dolor, aunque de estos puedan derivarse entorpecimiento o menor lucidez mental (...) Cuando "motivos proporcionados" lo exijan, está permitido utilizar con moderación narcóticos que calmarían el dolor, pero también conducirían a una muerte más rápida. En tal caso, la muerte no es querida o buscada en ningún modo, aunque se corre este riesgo por una causa justificable: simplemente se tiene la intención de mitigar el dolor de manera eficaz, usando para tal fin aquellos analgésicos de los cuales dispone la medicina»[45]. En cualquier caso, conviene apuntar que los recientes avances en el tratamiento eficaz del dolor y de la enfermedad terminal han reducido casi por completo el riesgo de anticipar indebidamente la muerte.
Debe tenerse también en cuenta que la posib ilidad por parte del paciente de rechazar estos medicamentos especiales es admisible, pues «es necesario dejar libre al enfermo que desea vivir los momentos de su enfermedad en una perspectiva personal y cristiana de renunciar a la posibilidad de aliviar sus sufrimientos, porque, en este caso, el dolor asume un precioso significado salvífico, como Participación a la cruz de Cristo y, por tanto, puede ser acogido libremente». Aunque tal acto puede considerarse como heroico en una asunción personal del sufrimiento, no debe, sin embargo, ser exigido ni impuesto a nadie.
La fe viva es el mejor paliativo.

Además, el misterio cristiano no es sólo algo que se contempla, sino que se experimenta. Sólo viviendo el misterio del sufrimiento cristiano se puede comprender un poco qué significa el sufrimiento y cómo trascenderlo y superarlo». Teniendo, pues, en cuenta todo lo expuest o, puede afirmarse que la fe aparece en la experiencia del que sufre, y de modo particular en la fase terminal del tiempo de la muerte, como realidad trascendente de verdadero alivio paliativo .

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