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domingo, 19 de febrero de 2012


Fecundidad 


apostólica 


del


sufrimiento.


 1ª Parte.

Autor:   Mario Pezzi


Fuente: mscperu.org

La fe en la participación en los sufrimientos de Cristo lleva consigo la certeza interior de que el hombre que sufre «completa lo que falta a los padecimientos de Cristo»; que en la dimensión espiritual de la obra de la redención sirve, como Cristo, para la salvación de sus hermanos y hermanas. Por lo tanto, no sólo es útil a los demás, sino que realiza incluso un servicio insustituible. En el cuerpo de Cristo, que crece incesantemente desde la cruz del Redentor, precisamente el sufrimiento, penetrado por el espíritu del .sacrificio de Cristo, es el mediador insustituible y autor de los bienes indispensables para la salvación del mundo. El sufrimiento, más que cualquier otra cosa, es el que abre el camino a la gracia que transforma las almas. El sufrimiento, más que todo lo demás, hace presente en la historia de la humanidad la fuerza de la Redención. En la lucha «cósmica» entre las fuerzas espirituales del bien y las del mal, de las que habla la carta a los Efesios, los sufrimientos humanos, unidos al sufrimiento redentor de Cristo, constituyen un particular apoyo a las fuerzas del bien, abriendo el camino a la victoria de estas fuerzas salvíficas.
"El convencimiento" de que el sufrimiento llevado con el espíritu de Cristo tiene una eficacia "apostólica", ha sido vivido como telón de fondo de la vida cristiana a través de la historia de la Iglesia. En efecto, muchos creyentes encuentran valor y generosidad para afrontar el martirio y la cotidiana cruz del sufrimiento, que les ha sido impuesta por la providencia, con la certeza de que esa paciencia animada por la fe tendrá una utilidad "espiritual" para el prójimo, especialmente en el ambiente inmediato del que sufre .
Los mismos mártires se han convencido de que el martirio no es sólo un testimonio que tiene una excepcional eficacia para la verdad del mensaje cristiano, pero es también la continuación de la obra de Cristo, como fuente objetiva de fuerza y d e vida, para la edificación del cuerpo de Cristo. Más adelante, la vida sacrificada de los monjes, y de los ascetas, y la paciencia heroica de los enfermos han sido consideradas como una prolongación de la pasión vivificante del Señor. La doctrina sobre la eficacia apostólica del sufrimiento, fue tematizada y teorizada, en la segunda mitad del siglo XVIII y en la primera mitad del XIX, en una serie de escritos de teología espiritual, que han tenido poca consideración también porque, al dirigirse directamente a los enfermos, permanecían extraños al cuadro sistemático de la enseñanza académica.
Dirigiéndose a los enfermos y a los fieles afectados por varios sufrimientos (físicos y morales), los últimos tres pontífices reafirmaban con creciente frecuencia e insistencia la doctrina según la cual el sufrimiento sobrellevado con espíritu de fe, tiene una utilidad para la edificación del cuerpo místico.
Eso se repite en el nuevo rito de la unción de los enfermos: los sacerdotes deben exhortar a los enfermos a unirse con libre aceptación a la pasión y a la muerte de Cristo, y a contribuir así al bien del pueblo de Dios.
Lo que media la salvación no es el sufrimiento en su. materialidad, sino el Espíritu de Cristo, vivido intensamente. Sería, pues, un malentendido suponer que la función redentora de la cruz del discípulo aumente, en proporción cuantitativa con la intensidad del dolor; en todos casos, se podría buscar una cierta proporción entre la función comunitaria y la intensidad de la caridad, provocada y manifestada por la cruz. El sufrimiento es, en efecto, operante, en cuanto que es estímulo y manifestación de la caridad ".
Participación de los hermanos de la propia comunidad.En los momentos en los que experimentamos mayormente nuestra debilidad e impotencia (enfermedad, vejez, muerte) es cuando advertimos la necesidad de la cercanía de las personas queridas y de los hermanos de la comunidad. Sólo la Palabra de Dios escuchada con asiduidad, las celebraciones en la comunidad en cuanto la salud nos lo permita, la participación en la Eucaristía, el apoyo de los hermanos, nos ayudan y nos sostienen en el combate contra el demonio, que siempre toma ocasión de nuestros sufrimientos para hacernos dudar del amor de Dios, para hacer que nos rebelemos contra su voluntad, aumentando así mucho más profundamente nuestra soledad, nuestro sufrimiento, y tal vez nuestra desesperación.
Desde hace varios años nuestros catequistas invitan sobre todo al responsable, al presbítero, pero también a todos los hermanos de la misma com unidad, en los límites de sus propias posibilidades y sin hacer de eso una ley con exigencia, a estar cercanos a los hermanos enfermos tanto en los hospitales como en sus familias.
También nos han indicado que mientras les sea posible a los hermanos enfermos o ancianos el poder participar, se celebre el grupo de los garantes y la scrutatio en sus casas. Como también asegurar la participación en la Celebración de la Eucaristía de la comunidad llevándoles la comunión. También el rezo de las Laudes, o de las Vísperas, o del Rosario, y tal vez también la celebración de la Eucaristía sobre todo en los momentos más críticos, con un presbítero y algunos hermanos alrededor del lecho del enfermo o en el hospital o en su casa (previo eventual permiso del párroco), son de gran ayuda y expresan la profunda comunión que nos une y que se manifiesta en los momento s de mayor necesidad, de mayor debilidad.
Los hermanos están llamados a tener este mismo cuidado también con los hermanos más ancianos, a lo mejor impedidos en su propia casa, imposibilitados a participar ya en las celebraciones y en los actos de la comunidad, a veces también en condiciones psíquicamente debilitadas. No hay que abandonarles, aunque estén muy deteriorados son siempre hermanos, parte del Cuerpo de Cristo, vivido en la comunidad. También con ellos hay que mantener una cercanía sensible que los alivie de sus sufrimientos y los ayude, y prepare el paso de este mundo al Padre.
También en situaciones de pérdida de facultades mentales, como en los casos de Alzheimer, en estado avanzado, cuando las personas ya no conectan con la realidad, no reconocen ni siquiera a sus propios familiares, parecen completamente ausentes de la realidad, la experiencia ha demostrado que rezar con e llos, hacerlos participar en las celebraciones eucarísticas tal vez domésticas siempre les ayuda. Efectivamente como aún habiendo perdido ciertas facultades mantienen una viva sensibilidad por la que perciben el ambiente que los rodea, la acogida y el calor afectivo de la familia, pero sobre todo les ayuda el ambiente de oración con los salmos, con la Palabra de Dios, con los cantos: a su manera participan encontrando alivio y paz interior.
Es por eso que el Señor instituyó un sacramento para enfermos en peligro grave. Un sacramento que se da como ayuda por parte de la Iglesia, de la comunidad, cuando somos afectados por enfermedad grave.
La Unción de los enfermos.
El nuevo ritual se llama: "Sacramento de la Unción y cuidado pastoral de los enfermos" , desplazando pues la acentuación del momento de la muerte al apoyo durante una enfermedad grave : e s decir, que presenta un riesgo de muerte, como ciertas operaciones, o enfermedades degenerativas graves, como en caso de tumores, etc.
La visita a los enfermos.
En el nuevo Ritual la Iglesia apunta como primera ayuda la "Visita y Comunión a los enfermos", en sus casas o en los hospitales. Aunque la invitación está dirigida a la atención de los presbíteros y de los diáconos, en nuestras comunidades este sentido de participación y de ayuda mutua en los momentos de mayor debilidad atañe a todos los hermanos de la comunidad, sobre todo a aquellos que están más predispuestos por el Espíritu Santo y tienen mayor disponibilidad de tiempo. En efecto, todos sabemos que en los momentos de mayor gravedad de la enfermedad, sobre todo después de una intervención o en el período de recuperación, uno se encuentra casi impedido para concentrarse en la oraci&o acute;n o leer el Salterio, la Palabra de Dios, por eso la ayuda de algún hermano de la comunidad que vaya a rezar con nosotros nos es de gran alivio y ayuda.
"El nuevo ritual, aprobado el 30 de noviembre de 1973 y promulgado el 7 de diciembre siguiente[38] por el mismo título revela y explícita la mentalidad subyacente: la unción de los enfermos se inserta en el marco de toda la pastoral de los enfermos, de la que se corrobora la característica eclesial: es la Iglesia entera, en la obediencia a Cristo, la que debe ser movida por la solicitud hacia los enfermos, cuyo cuidado no puede ser asunto exclusivo de los presbíteros, sino obra de toda la comunidad cristiana .
"Por eso conviene sobremanera que todos los bautizados ejerzan este ministerio de caridad mutua en el Cuerpo de Cristo, tanto en la lucha contra la enfermedad y en el amor a los que sufren como en la celebración d e los sacramentos de los enfermos. Estos sacramentos, como los demás, revisten un carácter comunitario que, en la medida de lo posible, debe manifestarse en su celebración" (SUCPE 33). Una exhortación particular se les hace a los familiares de los mismos enfermos y a aquellos que de algún modo están encargados de su cuidado.

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