El Estado está ausente, por completo, en la vida de los pobladores de esas zonas críticas y marginales de Buenos Aires.
Ha causado un profundo impacto en la opinión pública el contundente documento sobre el estado actual del consumo de drogas, emitido días atrás por 19 sacerdotes que viven y ejercen su ministerio cotidianamente en las villas de emergencia porteñas.
El valiente y sobrecogedor testimonio de los comúnmente conocidos como "curas villeros" fue ampliado y enriquecido por dos de ellos : los padres Gustavo Carrara y José María Di Paola
( El Padre Pepe, en la actualiadad está misionando en la Diócesis de Añatuya ) en declaraciones ante los medios electrónicos de comunicación, lo que permitió obtener un completo y conmovedor testimonio acerca de la cruel impunidad con que el narcotráfico hace sentir sus efectos en esos asentamientos marginales de la Capital Federal.
Según los sacerdotes, las discusiones que mantienen habitualmente los jueces y los ministros del Gobierno en torno de la tenencia y el consumo de drogas están totalmente alejadas de la realidad, al menos tal como se la vive en las villas. Se ignora, por ejemplo, que los asentamientos villeros son "zonas liberadas" para ese tráfico funesto y que esa liberación es enteramente funcional a los intereses del narcotráfico.
"Entre nosotros, la droga está despenalizada de hecho", aseguran los curas de las villas. Y agregan que en esos lugares existe la absoluta posibilidad de tener, llevar y consumir drogas sin ser prácticamente molestado por ninguna autoridad. Dicho con otras palabras: el Estado está ausente, por completo, en la vida de los pobladores de esas zonas críticas de la ciudad. Y las víctimas de esa ausencia son casi siempre los jóvenes y los adolescentes, que llevan cotidianamente el veneno en sus manos sin que ningún organismo público intervenga u oponga el más mínimo reparo ante el avance desenfadado de ese tráfico destructor.
Es ésta la segunda oportunidad en que el equipo de sacerdotes para las villas de emergencia de la Arquidiócesis de Buenos Aires hace oír su voz para plantear los problemas más acuciantes que padecen los habitantes de esos sectores. El documento denuncia que el drama de la droga está estrechamente conectado con el fenómeno de la delincuencia y, en general, con el permanente incremento de la violencia. Y eso lleva de manera natural a considerar el otro gran tráfico que afecta a los pobladores de las villas, que es el de armas. "Si un chico tiene un arma y la utiliza es porque alguien se la puso en las manos", observan con plena razón los sacerdotes, cuyo testimonio no es fruto de visitas ocasionales a las villas, sino de muchos años de compartir cotidianamente los desvelos y las angustias de sus pobladores. Las iglesias y las parroquias de las villas son ámbitos en los cuales la población estable de los asentamientos se encuentra a sí misma y examina con espíritu crítico, muchas veces, sus propias fortalezas y sus propias debilidades.
Una de las preocupaciones principales del grupo de sacerdotes que se ha movilizado en estos días es evitar que se incurra en nocivas generalizaciones cuando se habla de las villas. No se debe ignorar ?observan? que en esos barrios marginales de la ciudad residen trabajadores y obreros que todos los días se esfuerzan por mejorar la calidad de sus vidas y la dignidad del conjunto social al que pertenecen, en el marco de una lucha diaria contra el mal y la miseria que los acosan. Y esa lucha merece ser reconocida y alentada, obviamente, por el conjunto de la sociedad.
En ese sentido, es importante considerar la propuesta que han formulado las parroquias católicas para que sea incorporada a los programas educativos, en todas las escuelas cercanas a las villas, una materia de prevención en la que se transmitan conocimientos básicos fundamentales acerca de la droga y de las modalidades que reviste cuando circula en los mercados.
El camino que se debe recorrer en relación con muchas de las villas, como lo señalaron los sacerdotes que realizan tareas pastorales en el corazón mismo de esos asentamientos, no debe seguir siendo el de la segregación o el miedo, sino el de su plena y constructiva integración a la sociedad organizada.
Según los sacerdotes, las discusiones que mantienen habitualmente los jueces y los ministros del Gobierno en torno de la tenencia y el consumo de drogas están totalmente alejadas de la realidad, al menos tal como se la vive en las villas. Se ignora, por ejemplo, que los asentamientos villeros son "zonas liberadas" para ese tráfico funesto y que esa liberación es enteramente funcional a los intereses del narcotráfico.
"Entre nosotros, la droga está despenalizada de hecho", aseguran los curas de las villas. Y agregan que en esos lugares existe la absoluta posibilidad de tener, llevar y consumir drogas sin ser prácticamente molestado por ninguna autoridad. Dicho con otras palabras: el Estado está ausente, por completo, en la vida de los pobladores de esas zonas críticas de la ciudad. Y las víctimas de esa ausencia son casi siempre los jóvenes y los adolescentes, que llevan cotidianamente el veneno en sus manos sin que ningún organismo público intervenga u oponga el más mínimo reparo ante el avance desenfadado de ese tráfico destructor.
Es ésta la segunda oportunidad en que el equipo de sacerdotes para las villas de emergencia de la Arquidiócesis de Buenos Aires hace oír su voz para plantear los problemas más acuciantes que padecen los habitantes de esos sectores. El documento denuncia que el drama de la droga está estrechamente conectado con el fenómeno de la delincuencia y, en general, con el permanente incremento de la violencia. Y eso lleva de manera natural a considerar el otro gran tráfico que afecta a los pobladores de las villas, que es el de armas. "Si un chico tiene un arma y la utiliza es porque alguien se la puso en las manos", observan con plena razón los sacerdotes, cuyo testimonio no es fruto de visitas ocasionales a las villas, sino de muchos años de compartir cotidianamente los desvelos y las angustias de sus pobladores. Las iglesias y las parroquias de las villas son ámbitos en los cuales la población estable de los asentamientos se encuentra a sí misma y examina con espíritu crítico, muchas veces, sus propias fortalezas y sus propias debilidades.
Una de las preocupaciones principales del grupo de sacerdotes que se ha movilizado en estos días es evitar que se incurra en nocivas generalizaciones cuando se habla de las villas. No se debe ignorar ?observan? que en esos barrios marginales de la ciudad residen trabajadores y obreros que todos los días se esfuerzan por mejorar la calidad de sus vidas y la dignidad del conjunto social al que pertenecen, en el marco de una lucha diaria contra el mal y la miseria que los acosan. Y esa lucha merece ser reconocida y alentada, obviamente, por el conjunto de la sociedad.
En ese sentido, es importante considerar la propuesta que han formulado las parroquias católicas para que sea incorporada a los programas educativos, en todas las escuelas cercanas a las villas, una materia de prevención en la que se transmitan conocimientos básicos fundamentales acerca de la droga y de las modalidades que reviste cuando circula en los mercados.
El camino que se debe recorrer en relación con muchas de las villas, como lo señalaron los sacerdotes que realizan tareas pastorales en el corazón mismo de esos asentamientos, no debe seguir siendo el de la segregación o el miedo, sino el de su plena y constructiva integración a la sociedad organizada.
Los nucleamientos villeros deben avanzar hacia su incorporación dinámica a la vida social y deben abrir gradualmente sus puertas a la acción de aquellos organismos del Estado sin los cuales no se concibe el desenvolvimiento civilizado de una comunidad.
Nada se ganaría si los esperasen nuevas o diferentes formas de marginación.
La voz de estos sacerdotes resuena como la de Don Peppino, el sacerdote italiano que escribió el documento:
La voz de estos sacerdotes resuena como la de Don Peppino, el sacerdote italiano que escribió el documento:
"Por amor a mi pueblo no callaré",
donde se denunciaba el dolor de tantas familias que veían a sus hijos como víctimas o mandantes de las organizaciones de la Camorra, como cuenta Roberto Saviano en su libro Gomorra.
La voz y la experiencia de la Iglesia deben ser escuchadas, porque provienen además de quienes son protagonistas cotidianos de la tarea pastoral que cumplen las parroquias de la zona.
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