La historia de una iniciación.
Hay una vieja leyenda del noroeste argentino que narra la iniciación del alfarero.
El antiguo arte de amasar creativamente la tierra se transmite, todavía hoy, de generación en generación.
Con toda la solemnidad de un rito de iniciación, el alfarero anciano ofrece al alfarero joven su mejor y más perfecta vasija.
En esta entrega callada y cargada de esperanza está la herencia.
Todo lo que él ha aprendido, la delicadeza de las curvas y la armonía de los colores.
Todo es entregado al joven alfarero con el mismo silencio de la semilla que se hunde en el surco para generar la vida nueva.
Ni siquiera una palabra se dicen.
Pero en el acto de la entrega, en el tesoro dado y recibido, se comunican lo más valioso de sus vidas.
El joven recibe la vasija con la ilusión de los inicios.
Probablemente no sepa todavía qué va a hacer con el don recibido ni imagina, tampoco, cuánto va a crecer en él.
Pero lo recibe, dispuesto al itinerario que marcará su crecimiento.
Con la perfecta obra en sus manos es ya un alfarero adulto.
Tiene, por fin, todo el derecho y todo el deber de ser quien está llamado a ser.
Y, entonces, él hace su maduro acto de libertad.
Acepta ser alfarero y elige cómo serlo.
Lejos de guardar la obra convirtiéndola en el recuerdo de un tiempo pasado, él la rompe en mil diversos pedazos y comienza su obra de alfarero iniciado.
En cada nueva vasija introduce un trozo de la vasija del anciano alfarero.
Ninguna de las nuevas piezas es idéntica a la pieza primera recibida durante la iniciación.
Pero, en el secreto del barro amasado, todas ellas contienen parte del valor de la vasija inicial.
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