Soñar por lo alto.
En Salta, a 2800 metros y con el impulso del padre Sigfrido Chifri Moroder, la comunidad de El Alfarcito mira de frente al futuro. Educación, innovación tecnológica y defensa de la identidad son las bases de su apuesta.
Juntos somos más.
La sonrisa contagiosa del padre Chifri se suma a la de los chicos que asisten a la escuela secundaria que funciona en el paraje salteño.
Martín Lucesole.
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Me gustaría que me dijeras cómo hace uno para saber cuál es su lugar.
Me gustaría que me dijeras cómo hace uno para saber cuál es su lugar.
Yo por ahora no lo tengo. Supongo que me voy a dar cuenta cuando lo encuentre y no me pueda ir.
La frase que golpeaba directo al corazón en Un lugar en el mundo, la emblemática película de Adolfo Aristarain, se hace carne en la vida de Sigfrido Chifri Moroder (de 46 años), el padre que en los cerros salteños encontró la razón para vivir lejos de la Buenos Aires que lo vio crecer.
Educación en El Alfarcito, a 2800 metros.
Su pasión por misionar lo trajo a Salta en el otoño de 1999, a la iglesia Santa Rita de Rosario de Lerma, donde rápidamente se interesó por la vida de los lugareños. Con mochila al hombro comenzó a tomar contacto con las 26 comunidades que se reparten en una región de 4900 km2 en los Andes salteños. Ya sea a pie, en bicicleta o a lomo de burro, Chifri recorrió las escuelas diseminadas por la región que se levanta entre los 1500 y 4000 metros sobre el nivel del mar. Pronto conoció las necesidades de la gente que resiste los intensos rayos del sol de altura y el crudo viento cordillerano -capaz de congelar las noches hasta los -25ºC-, por lo que no dudó en transformarse en el principal promotor del desarrollo de las comunidades. El primer gran paso que dio fue el de conectarlas entre sí para que pudieran trabajar junto a las 22 escuelas rurales de la zona, en red y en beneficio mutuo. "Los meses iniciales los dediqué a recorrer y compartir experiencias con la gente del lugar -cuenta-. Siempre me recibieron con los brazos abiertos. Son personas que durante mucho tiempo no fueron visitadas, estaban como olvidadas. La cara se les transformaba cuando veían que alguien llegaba caminando a sus casas o a sus corrales."
Decidido a emprender la tarea de trabajar en red, el padre eligió El Alfarcito como lugar estratégico -está en el centro de la quebrada- para poner manos a la obra. Y así lo hizo. Rápidamente, con el fin de comunicar a todas las escuelas, instaló una radio que funciona a través del sistema Banda Lateral Unica (BLU), el mismo que se suele utilizar en alta mar para establecer comunicaciones de larga distancia. "Por décadas el progreso les fue ajeno a estos cerros -reconoce-. Queda mucho por hacer, pero estamos encaminados."
En pos del desarrollo.
La creación del primer secundario albergue de la quebrada busca evitar el desarraigo de los jóvenes, por lo que se les brinda una educación orientada a la producción, el turismo y las artesanías. Se los capacita en agricultura, utilización de invernaderos, envasado de alimentos, construcciones bioclimáticas (utilización de tecnología solar o aprovechamiento de materiales de la zona para, por ejemplo, transformar una pared en un calefactor solar. Este recurso se conoce como Muro trombe) "Nuestro lema es Aprender a aprender, aprender a ser, aprender a emprender -destaca el padre-. Es importante que ellos elijan qué hacer con sus vidas. Por eso con el bachiller que reciben aquí tienen la oportunidad de ingresar a una universidad si así lo prefieren (tienen convenios de becas), o capacitarse para trabajar aquí en el cerro."
De sonrisas plenas, esas que se dibujan de oreja a oreja, Belén (13) y Anahí (15) se muestran orgullosas por ser las abanderadas del colegio. Ambas cursan segundo año y en 2014 serán parte de la camada de los primeros egresados. "Quiero ir a la facultad. Las matemáticas me gustan mucho pero no sé muy bien qué estudiar", confiesa Belén, la chica de Cerro Negro de Tejada que, para llegar a la escuela albergue, debe caminar poco más de cinco horas, tomar un remise y un colectivo. "Todo lo que aprendemos nos sirve, nos ayuda -arremete Anahí, de Santa Rosa- . Creo que en los cerros se puede vivir mejor, como acá en El Alfarcito."
Aún con el peine en la mano y un prolijo jopo que se levanta en su cabeza, Enzo (14) saluda con cierta timidez al padre Chifri. Enzo es de Palomar, una región de muy difícil acceso. "Me quedo acá hasta las vacaciones de invierno -cuenta entrecortado y bien bajito-.
Extraño a mi familia, pero acá lo paso bien.
Este es mi segundo año.
Me gusta mucho inglés, quizás haga turismo." Muchos son los que se acercan a Enzo para darle la bienvenida. Es que este año se sumó un poco más tarde al ciclo lectivo por lo intransitable de los caminos. "Qué esfuerzo, ¿no? -exclama Chifri-. Todos dan cuenta de una fuerza de voluntad maravillosa."
Y qué mejor ejemplo que el del mismo padre, que a pesar del grave accidente en parapente que lo dejó casi inmovilizado en 2004, siguió adelante. Hoy se lo ve yendo de un lado para otro en su cuatriciclo o trasladándose con ayuda de muletas. Tal experiencia de rehabilitación física y emocional lo llevó a escribir Después del abismo, libro con el que se propuso transmitir su espíritu de lucha.
"Es un ejemplo -dice Dionisia (53), una las encargadas del shopping de artesanías que funciona en El Alfarcito-. Su lucha es un ejemplo. Hizo que volviéramos a sentirnos orgullosos de nosotros. Para mí es un honor vender lo que hacemos. Y una gran ayuda." Con el fin de reforzar la identidad y la cultura de los cerros, cada objeto tiene una etiqueta en la que el artesano coloca su nombre, lugar de origen, material con el que fue hecho y precio sugerido.
"Daría mi vida en agradecimiento por todo lo que se está haciendo por los chicos -dice Marta (75), con la voz entrecortada detrás del mostrador del shopping mientras coloca en una bolsita una de las llamas hechas en lana-. No nos olvidaron
Y qué mejor ejemplo que el del mismo padre, que a pesar del grave accidente en parapente que lo dejó casi inmovilizado en 2004, siguió adelante. Hoy se lo ve yendo de un lado para otro en su cuatriciclo o trasladándose con ayuda de muletas. Tal experiencia de rehabilitación física y emocional lo llevó a escribir Después del abismo, libro con el que se propuso transmitir su espíritu de lucha.
"Es un ejemplo -dice Dionisia (53), una las encargadas del shopping de artesanías que funciona en El Alfarcito-. Su lucha es un ejemplo. Hizo que volviéramos a sentirnos orgullosos de nosotros. Para mí es un honor vender lo que hacemos. Y una gran ayuda." Con el fin de reforzar la identidad y la cultura de los cerros, cada objeto tiene una etiqueta en la que el artesano coloca su nombre, lugar de origen, material con el que fue hecho y precio sugerido.
"Daría mi vida en agradecimiento por todo lo que se está haciendo por los chicos -dice Marta (75), con la voz entrecortada detrás del mostrador del shopping mientras coloca en una bolsita una de las llamas hechas en lana-. No nos olvidaron
Por Fabiana Scherer
fscherer La Nacion.com.ar
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