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sábado, 7 de abril de 2012

Espiritualidad.

 ¿Vale la pena la cruz?

Autor: Germán Díaz 
Religioso Salesiano. Lic. en Comunicación Social
Enviado por San Pablo Newsletter 
No está de moda el sufrimiento, si hasta las religiones que se dicen cristianas predican el “pare de sufrir”. 
Entonces, ¿de qué vale el sufrimiento nada más y nada menos que del Hijo de Dios?
Mirar la cruz y pensar: 
¿No será que Dios se equivocó al armar un escenario de muerte y encima con su propio Hijo? 
¿Qué nos quiere decir Dios con el misterioso desenlace de la crucifixión de su Hijo amado? 
¡Acaso no se citan tantas veces versículos con un: 
Este es mi Hijo muy querido! (Mt 3,17) 
¡Este es mi Hijo muy querido! 
Su propio Padre permite la cruz y lo redime, pero primero la pasión, el sacrificio, el suplicio, la abnegación... 
Cada año meditamos esto, y cada año tiene un mensaje nuevo para nosotros. 
¿Cuál? 
La respuesta está en nuestro silencio y contemplación.
Vivimos en un mundo y en un país donde las madres y padres matan a sus propios hijos. 

La maldad, el egoísmo, la desesperación, los proyectos individualistas acreditan y promueven el asesinato de inocentes. 
Dios lo ve y lo sigue permitiendo... 
Hay madres y padres del dolor que sufren y luchan por y con la muerte de sus hijos. 
Muchos otros monumentos vivos de “La Piedad” sufren el peor dolor, quizás.
¿Dónde está el mensaje de la muerte?
No existe una respuesta única, una explicación cómoda, lineal y razonable para todos. 
Hay una respuesta personal. 
En el Viernes Santo, Jesús responde a nuestro dolor, a nuestra lucha. 
Hay un dolor que permite y por el cual vamos a la luz. La cruz hoy pasó de moda, pero su sentido permanece. Algunos hasta quieren que desaparezcan estos íconos cristianos en los edificios públicos. 
Jesús sigue siendo actual, y el Viernes Santo aún trasmite un mensaje para cada uno de nosotros, por más que científicos mediáticos y oportunistas realicen negocios con las dudas históricas sobre los hechos reales de la Biblia. 
Hoy seguimos crucificando a nuestros hermanos, claro que no tan sanguinariamente. 
Lo hacemos de una manera mucho más sutil. 
Hoy ciertos derechos humanos brindan prestigio a quienes los promueven. 
Nuestra crucifixión contiene mucho de Pilatos, la culpa es de los otros. 
A nuestra sociedad le falta autorresponsabilidad.
Nadie quiere cargar con la cruz. 
Somos las “lloronas” de Jerusalén (Lc 23, 27), muy sentimentales, muy de la lágrima fácil, pero no nos atrevemos a llevar la cruz a cuesta, ni a desafiar a los soldados romanos para limpiar el rostro de Jesús.
Este Viernes Santo tiene algo para decirnos, algo fuerte, algo nuevo. 

Un mensaje que quiere mover nuestro corazón y estampar en nuestro ser el verdadero mensaje del amor.
Somos de Cristo, y él está en la cruz, aunque haya resucitado, porque continúa en la cruz del hermano que sufre.
¿Qué sentido tiene la cruz en este mundo que esconde el dolor? 

¿De qué sirve seguir a Cristo si el reino de este mundo es de los exitosos, de los ídolos, de las estrellas “pop”? 
La cruz nos habla de olvido, de muerte, de fracaso. Amamos a los exitosos, a los grandes del escenario y las luces. 
No queremos en realidad un Dios de la exigencia, queremos un Dios acomodado a nuestra moda, a la tendencia, “aggiornado” a la vida de hoy. 
Queremos un Dios para el aborto, una Iglesia para el matrimonio igualitario, una ética sin frenos, una responsabilidad etérea, una moral sin límites, una religión oficialista y acrítica. Queremos un Dios de supermercado, que se ajuste a la demanda, que supere nuestros "casting" y sepa ser neutral. 
Queremos un Dios a medida, que no discrimine, que suene bien, que permita “mis deseos”, que adorne cualquier ideología. 
Queremos un Dios rey del pop, ni hombre, ni mujer, ni bueno, ni malo, ni excedido, ni malhumorado.
Un Dios que se ajuste a nuestro “target”, pero no demasiado, por si pasa rápido de moda.
No se quiere el Dios de la cruz y el calvario. 

No nos gusta que acepte la condena. 
Se quiere un final de película donde todos los que hicieron daño paguen sus culpas. 
Que se demuestre la culpabilidad de los malos, que no haya ni olvido, ni perdón.
Se quiere un Dios que condene al malo y se acomode al tibio. 

Un Dios de Viernes Santo no tiene “rating”. 
Gusta demasiado el “polirrubro” de tiempo ordinario. 
Se prefiere un resucitado sin sangre, sin heridas a los costados. 
Tiene éxito ese Cristo de peinado al viento y barba rebajada. 
Simpático y estilizado. 
Nada de Viernes Santo, nada bizarro. 
Nos gusta el Dios de la Pascua, el que regala un conejo o sorpresas inútiles de un huevo “bajas calorías” y sin “grasas trans”. Nos gusta la Pascua sin historia, la vida sin muerte, la alegría de refresco batido con hielo y limón. 
Nos gusta la Pascua vacía sin sacrificios, sin esfuerzo, rápido y fácil. 
No queremos el sufrimiento, queremos todo indoloro con anestesia y una semana santa de “spa”.

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