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martes, 29 de noviembre de 2011

Doctor Juan Carlo Amatucci.

Los  tres depredadores 
que afectan la 
armonía  familiar y social.
El árbol de la sociedad occidental sufre en sus raíces el daño de tres depredadores mortales, que dañan al ser humano, en lo más hondo y afectan a la armonía familiar y social. Carcomas que se gestaron en los famosos años 60 y que han sido absorbidas por la cultura actual, de forma que han perdido su imagen de agresividad, pero son los causantes reales de gran parte de la violencia actual.
La primera nació con la revolución sexual, que en aras de una falsa libertad, nos hizo creer que el amor y la sexualidad eran dos realidades separables. La erotización de la sociedad a través de los medios fue la estrategia práctica que derivó de esta novedad. La pornografía saltó a las calles y el sexo se exaltó y comercializó hasta llegar a su total trivialización. Conocida es la cercana relación que hay entre la vivencia de una sexualidad utilitarista y la desinhibición de toda forma de control y dominio personal.
De ahí a la violencia, sólo hay un paso, que por desgracia muchos dan.
La excitación sexual conduce en muchos casos a la violencia física contra la mujer.
Esta situación habitual provoca en el hombre tres sensaciones que, a su vez, inducen a comportamientos agresivos: el desencanto que acaba en frustración, la pérdida del respeto por la mujer, como ser humano, ya que se convierte en objeto de consumo, y una hipertrofia de la afectividad, una especie de inmadurez afectiva e hipersentimentalismo que provoca un desequilibrio anímico. En resumen, la revolución sexual ha dado a luz un hombre más violento y más egoísta. Y los causantes de este mal no son sólo los hombres. La mujer que lo consiente y lo acepta se convierte en aliada de su propia denigración.
Una segunda carcoma es una libertad de expresión mal entendida, que se ha convertido en el escudo de los medios, donde las escenas de violencia y de sexo llegan a cuotas disparatadas. El 60% de los niños en edad escolar y preescolar permanece tres horas al día frente al televisor. Según datos fiables, estos niños ven unos 10 casos de violencia física, tres de ellos con resultado de muerte; una serie notable de efusiones sentimentales y eróticas fuera de matrimonio; y uniones carnales descritas con bastante minuciosidad. Algo parecido ocurre con la industria cinematográfica que difunde unos mensajes opuestos a valores que el público medio aprecia: fidelidad, lealtad, respeto.
El niño normal que visualiza estas cantidades ingentes de violencia queda afectado. Sería interesante conocer la cantidad de escenas violentas que cada agresor ha consumido a lo largo de su vida.
La tercera carcoma que mata el árbol familiar y siembra semillas de posible violencia, es la educación que reciben los niños, en la que por temor a “crear traumas infantiles”, se tiende a la permisividad. Hay padres que parecen tener miedo a sus hijos; temen negarles un permiso o enseñarles el valor del respeto a los demás y a sí mismos. Pocos son los que educan en la generosidad real y en el servicio al otro. La palabra sacrificio carece de contenido, pero no se puede educar en el amor sin enseñar a sacrificarse por el otro.
Esta generación de padres enseña a sus hijos que vales tanto según tienes y puedes, no según eres. Es normal que varones con esta educación o des-educación se conviertan, en una sociedad competitiva, en personas inseguras. No han aprendido a amar y no son capaces de valorarse por lo que son. El fracaso o la decepción en cualquier área les produce inseguridad. La violencia en cualquiera de sus formas, pero mucho más la física, es manifestación clara de miedo y de inseguridad personal.
Las salidas a un problema tan profundo no pueden ser proponer nuevas medidas cautelares, ni crear un cuerpo especializado de policías para la defensa de la mujer agredida.
Estos remedios vienen a ser parches pero la herida sigue abierta y sangra.

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