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martes, 5 de julio de 2011

Si la teología se retira deja a la fe en oscuridad.‏
El cardenal Camilo Ruini, presidente del comité científico de la fundación vaticana “Joseph Ratzinger-Benedicto XVI”, hizo entrega, ayer en el Vaticano, del premio “Ratzinger”, a los teólogos: el español Olegario González de Cardedal, el laico italiano Manlio Simonetti y el cisterciense alemán Maximilian Heim, abad del Monasterio de Heiligenkreuz en Austria.
La fundación vaticana “Joseph Ratzinger–Benedicto XVI” quiso distinguir a tres teólogos de procedencias culturales diversas y hasta de estados de vida diferentes.


Es la primera entrega de este premio, que tiene una remuneración económica de 50.000 euros proveniente de donativos y derechos de autor del Papa, y es considerado como el "Nobel de la Teología" y se otorga a los estudiosos que se hayan distinguido por especiales méritos en la investigación científica.
Benedicto XVI, en su alocución, manifestó ante todo su alegría y gratitud por el hecho de que, con el otorgamiento de este premio teológico, la Fundación que lleva su nombre dé público reconocimiento a la obra llevada a cabo, durante toda su vida, por dos grandes teólogos, y de un teólogo de la generación más joven, dando así un aliciente para avanzar por el camino emprendido.
El Papa recordó –dice una nota de Radio Vaticana- que con el profesor González de Cardedal lo une un camino común de muchos decenios, que ambos iniciaron con san Buenaventura, dejándose guiar por él.
Y añadió que durante su larga vida de estudioso, el profesor González trató todos los grandes temas de la teología, y no reflexionando y hablando simplemente en abstracto, sino confrontando siempre con el drama de nuestro tiempo, viviendo y también sufriendo de modo totalmente personal las grandes cuestiones de la fe y con ellas las cuestiones del hombre de hoy.
“De este modo –prosiguió el Santo Padre– la palabra de la fe no es algo del pasado; porque en sus obras, la palabra de la fe llega a ser contemporánea para nosotros”.
 Del profesor Simonetti el Pontífice recordó que abrió de modo nuevo el mundo de los Padres. Precisamente mostrándonos desde el punto de vista histórico, con precisión y atención, lo que dicen los Padres, ellos se convierten en personas contemporáneas a nosotros, que hablan con nosotros.
Mientras del padre Maximilian Heim, recientemente elegido Abad del monasterio de Heiligenkreuz en Viena, Su Santidad recordó que con esto asume ahora la tarea de hacer actual una gran historia y conducirla hacia el futuro. Y también manifestó su deseo de que para esto el trabajo sobre la teología del mismo Papa, pueda serle útil, y que la Abadía de Heiligenkreuz pueda desarrollar en nuestro tiempo, la teología monástica, que acompañó siempre a la universitaria, formando con ella el conjunto de la teología occidental.
El Obispo de Roma aprovechó para analizar brevemente la cuestión fundamental acerca de qué es, verdaderamente, la teología. Y explicó que la teología es ciencia de la fe, tal como nos dice la tradición.
Sin embargo formuló una serie de preguntas entre las cuales si ¿acaso ciencia no es lo contrario de fe?
O si ¿la fe no deja de ser fe, cuando se convierte en ciencia? ¿Y no deja la ciencia de ser ciencia cuando está ordenada, o incluso subordinada, a la fe?
De estas cuestiones el Pontífice recordó que ya para la teología medieval representaban un serio problema, con el moderno concepto de ciencia que se han vuelto aún más impelentes, a primera vista, incluso, sin solución.
De ahí que manifestara que se comprende “por qué, en la era moderna, la teología en vastos ámbitos se haya retirado primariamente en el ámbito de la historia, a fin de demostrar aquí su seria característica científica”.
Y añadió que “es necesario reconocer, con gratitud, que con esto se hayan realizado obras grandiosas, y el mensaje cristiano ha recibido nueva luz, capaz de hacer visible su íntima riqueza”.
Benedicto XVI también destacó que “si la teología se retira totalmente al pasado, deja hoy a la fe en la oscuridad”. Mientras la verdadera pregunta que resuena es si “¿es verdad aquello en lo que creemos o no”?
De donde se comprende –agregó más adelante– que la fe cristiana, por su misma naturaleza, debe suscitar la teología, interrogándose sobre la sensatez de la fe.
El Santo Padre también puso de manifiesto que la razón experimental se presenta hoy ampliamente como la única forma de racionalidad declarada científica.
Sin embargo, destacó que existe un límite a semejante uso de la razón: “Dios no es un objeto de la experimentación humana.
Él es Sujeto y se manifiesta sólo en la relación de persona a persona: esto forma parte de la esencia de la persona”.
Desde este punto de vista también afirmó que “el amor quiere conocer mejor a aquel que ama.
El amor, el amor verdadero, no vuelve ciegos, sino videntes.

 De esto forma parte precisamente la sed de conocimiento, de un verdadero conocimiento del otro.
Por esto, los Padres de la Iglesia han encontrado a los precursores y a los pioneros del cristianismo –fuera del mundo de la revelación de Israel– no en el ámbito de la religión consuetudinaria, sino en los hombres en busca de Dios, en los “filósofos”: en personas que estaban sedientas de verdad y estaban, por lo tanto, en camino hacia Dios”.
Mientras que cuando no existe este uso de la razón –añadió–, entonces las grandes cuestiones de la humanidad caen fuera del ámbito de la razón y son dejadas a la irracionalidad.
Por esto una teología auténtica es tan importante. La fe recta orienta la razón para abrirse a lo divino, a fin de que ella, guiada por el amor de la verdad, pueda conocer a Dios más de cerca.
 La iniciativa para este camino está en Dios, que puso en el corazón del hombre la búsqueda de su rostro.
Por tanto, forma parte de la teología, por un lado, la humildad que se deja “tocar” por Dios y, por otro, la disciplina que se liga al orden de la razón, preserva el amor de la ceguera y ayuda a desarrollar su fuerza visiva”.
 Concluyó afirmando que “soy consciente de que con todo esto no fue dada una respuesta a la cuestión acerca de la posibilidad y la tarea de la recta teología, sino que sólo fue puesta en luz la grandeza del desafío ínsito en la naturaleza de la teología.
Sin embargo, precisamente de este desafío el hombre tiene necesidad, porque la teología nos impulsa a abrir nuestra razón interrogándonos acerca de la misma verdad, acerca del rostro de Dios”.+

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