Buendianoticia 3.blogspot.com

domingo, 22 de septiembre de 2013

Un Villero que . . .


   2013

Javier Moyano:

un villero que se hizo cura‏.

Por :
Dr. Juan Carlo Amatucci

En el barrio donde se crió Javier Moyano, que es cura hace dos años y medio, no había capilla. 
Dice que se acuerda de todo: de cómo en su casa el agua le subía hasta la cintura cuando llovía, del galpón, donde cursó primer, segundo y tercer grado, de cómo muchas veces quedaba a cargo de sus tres hermanos cuando su mamá se iba a limpiar en casas de familia y su papá salía temprano a trabajar como albañil.
Javier nació en una villa en Beccar hace 38 años, en el barrio San Cayetano, un asentamiento que se formó con personas venidas desde el interior: chaqueños, correntinos, tucumanos y santiagueños. "Uno se puede transformar. Los villeros se tienen que sacar la etiqueta de pibes chorros. Siempre digo que no soy un cura villero, sino un villero que es cura", define.
Tenía 10 años cuando unos seminaristas fueron de visita a La Sanca (como le dicen ahora a la villa). "Me llamó la atención cómo se acercaban a la gente. 
Ahí comenzó la curiosidad por las cosas de Dios. 
Me duró nada, porque no tenía un entorno que alentara esta idea", reconoce, sentado en un pequeño cuarto a pocos metros de la parroquia de Santa Teresita del Niño Jesús, en Virreyes, donde es vicario del párroco. 
"Estoy muy agradecido a mis padres porque en las carencias que vivimos me enseñaron el valor del estudio y del trabajo. En mi casa no eran practicantes, pero con sus acciones me enseñaron sobre la solidaridad. Siempre había lugar para que alguien más se sentara a la mesa."
A los 13 empezó a trabajar. 
Hizo de todo. 
Fue ayudante de albañil, atendió una verdulería, un supermercado. 
A los 15 salía a bailar todos los fines de semana. 
Y a los 17 se anotó en el secundario de noche. 
"Quería hacer algo distinto. 
Cuando me veían ir a la escuela nocturna con la carpetita abajo del brazo, mis amigos del barrio me gastaban. Entonces, daba la vuelta y salía por la otra cuadra para que no me vieran."
Mientras tanto seguía trabajando de día. Cumplía diez horas en una estación de servicio y, a la noche, a la escuela. 
"Haber terminado el secundario con mi propio esfuerzo me hizo valorar un montón de cosas. 
Me abrió la cabeza. 
Pude salir de esta filosofía del barrio:
nacés así, morís así."
Luego vinieron los siete años como empleado de seguridad en una fábrica de helados. 
En esas jornadas maratónicas comenzó a sentir que faltaba algo. 
"Tenía un vacío en el corazón y no entendía qué me pasaba. Mis amigos empezaron a formar familia y yo me lo planteaba: tenía trabajo y novia, 28 años ya, pero no me cerraba. 
Mi búsqueda de plenitud estaba en otro lado."
Un día invitó a un cura a tomar unos mates a su casa. 
"En esa visita sentí algo en el corazón muy fuerte. 
Algo se despertó. 
Pero no se puede explicar, es misterioso. 
Sentí deseos de Dios. 
Durante dos años charlé con este sacerdote y después hice un encuentro para discernir mi vocación."
En el caso de Javier, la vocación -que nace de distintas maneras- surgió por la vida en comunidad. "Lo que más feliz me hace es acompañar a las personas en situaciones de dolor por el bien que siento que el otro está recibiendo."
El 11 de agosto de 2001, en un retiro en Bella Vista, sintió el llamado a ser cura. Le preguntó a Jesús mientras rezaba qué es lo que quería de él. "Me estremecí y la respuesta fue una paz y un gozo muy profundo en el corazón. 
Dios me quiere feliz como cura, pensé."
Sus amigos no se lo esperaban. "En dos meses te vemos por acá", le decían. 
Su mamá no le habló durante tres días.
 "Era el mayor. 
El que le iba a dar nietos."
La vida del sacerdote exige ciertas renuncias, y para Javier son renuncias que uno debe hacer constantemente. "A todos nos surge en algún momento de nuestras vidas el deseo de formar una familia. 
Dos de mis hermanos fueron papás con una diferencia de un mes. 
Y yo los miraba y pensaba: ¡qué lindo! 
Uno también renuncia a la independencia económica y no es fácil.  
Aun poniendo ambas cosas en la balanza sigo pensando que soy feliz con lo que soy."
Todos los amigos del barrio fueron a su ordenación. 
"Che, hablemos cosas de Dios, me piden ahora cuando voy", se alegra Javier, que celebra misa todos los días en la parroquia o en alguno de los seis centros que tiene cerca.
"Una de las cosas que más me motiva es ayudar a que cada hermano pueda descubrir sus potencialidades. 
Esto desde mi propia experiencia de vida y de camino de fe. Quiero que también en medio de las contrariedades de la vida puedan sentir la presencia amorosa de Dios que los sostiene y anima a seguir hacia adelante."

No hay comentarios: