La gracia de Dios es como la lluvia, que a todos moja.
2013
Cura Brochero
Desde el año 1997 un grupo de hombres, queriendo revivir los momentos pasados por el cura gaucho en su gran obra evangelizadora, cruzó las imponentes Sierras Grandes desde Brochero hacia Córdoba, todo esto sin tomar verdadera conciencia de lo que iba a significar ver las innumerables marcas y obras que el cura gaucho había trazado en los pueblos serranos. Luego de haber atravesado parte de los caminos del cura gaucho se dieron cuenta que no se podía dejar de peregrinar, y un grupo de hombres siguió con esta causa, hoy llamada «Cabalgata Brocheriana».
Con su salud quebrantada, el 24 de abril de 1898 aceptó la canonjía efectiva en la catedral de Córdoba que le ofreció el obispo de Córdoba, fray Reginaldo Toro, para que se repusiera. Así, luego de casi 30 años de ejercicio como párroco en las sierras cordobesas, entregó el curato del Tránsito el 30 de mayo. La colación de la canonjía en la catedral de Córdoba tuvo lugar el 12 de agosto. Pero el 25 de agosto de 1902 fue nombrado nuevamente cura del Tránsito, y el 3 de octubre de ese año se hizo cargo de su parroquia otra vez, previa renuncia a la canonjía.6
Dicen que al despedirse de sus ilustrísimos colegas, quitose rápido la muceta, como si le molestara, y la entregó con gracia, diciendo: «Este apero no es para mi lomo». Y según otro testimonio, habría luego añadido: «Ni esta mula para este corral».1
Alrededor de su figura se adensó su fama abrojada con ingenuas salidas conversadoras y con sus continuas pedigueñadas para lograr algo más para los habitantes de su curato. Así era complaciente de escribir a su ex-condiscípulo el doctor Miguel Juárez Celman solicitándole alguna obra benéfica para su pueblo y exclamando entre confianzudo y serio para ganar el ánimo de su interlocutor epistolar: «... Haz una gauchada, caramba...». Bien sabía la marca liberal del gobernante, causante de espanto en toda la clerecía de Córdoba, pero así lograba lo que él deseaba para su pueblo, consiguiendo que hasta el propio mandatario, en 1883, afrontara las incomodidades de un viaje a estas regiones, para que pudiera palpar con sus propias manos las miserias, para que pudiera ver con sus propios ojos lo que era necesario hacer.9
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