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martes, 3 de junio de 2014

Por la PAZ


2014








































EL PAPA DE LA PAZ

















 
Por Jorge R. Enríquez.

Mientras en Buenos Aires se celebraba el 25 de Mayo, un acontecimiento de notable significación se producía a miles de kilómetros.

Nuestro querido Papa Francisco, durante su histórica visita a Tierra Santa, invitó a los presidentes de Israel y Palestina a que recen con él en el Vaticano para pedir por la paz entre ambas naciones.

Los presidentes aceptaron inmediatamente la invitación y se reunirán dentro de poco tiempo en la Santa Sede, en lo que se estima como el comienzo - aunque aún no tenga ese carácter formal - de una mediación del Papa.

Nadie debe esperar una solución automática de un conflicto tan prolongado como complejo, pero es auspicioso que los líderes de Israel y Palestina hayan aceptado tan rápidamente la gestión pontificia.

El Papa pone sobre la mesa todo su prestigio. Una personalidad más cautelosa, más atenta a las cuestiones formales y protocolares, probablemente habría preferido mantenerse al margen, emitiendo cada tanto declaraciones de aliento a la paz, pero sin ponerle el cuerpo a las duras negociaciones que sobrevendrán.

Pero quienes desde hace muchos años tratamos frecuentemente al entonces Cardenal Jorge Bergoglio sabemos que no es un hombre de titubeos ni de temores frente a los riesgos. Es, por cierto, prudente y moderado, como corresponde a quien predica, con su ejemplo, el diálogo y la tolerancia; pero es también firme y corajudo, y no vacila en adoptar actitudes claras y contundentes para avanzar en pos de las metas que se traza.

Si no se tratara de Francisco, podríamos pensar que este no es más que uno de los infinitos gestos de buena voluntad que los líderes del mundo frecuentemente realizan en torno a este penoso conflicto, sin mayor compromiso ni esperanzas ciertas en sus resultados.

Sin embargo, en esta oportunidad nos atrevemos a imaginar que hay una luz al final del túnel, para usar la famosa frase del Cardenal Samoré. Los que participamos hace pocos meses del viaje a Tierra Santa y el Vaticano como parte de una delegación interreligiosa tenemos sobrados motivos para una fundada esperanza.

La paz no es algo que esté ahí afuera, esperándonos. Es una trabajosa construcción cotidiana, que debe vencer resistencias seculares y hondas desconfianzas cimentadas por guerras cruentas y por odios que nos resultan incomprensibles a quienes vivimos lejos de Medio Oriente.

Nada será fácil ni indoloro, pero ver a este argentino eminente en el centro de los esfuerzos por la paz mundial, nos vuelve a llenar de orgullo.

La enorme dimensión de la intervención del Papa en el conflicto de Medio Oriente se puede calibrar si se toma en cuenta, por ejemplo, que las autoridades de Israel y de Palestina hace mucho que no dialogan personalmente.

Ni siquiera cuando el año pasado el Secretario de Estado norteamericano, John Kerry, realizó gestiones en pos de un acuerdo los líderes de ambas naciones se encontraron.

Por eso, entre otras cosas, la presencia de Simon Peres y de Mahmud Abbas el próximo 8 de junio en el Vaticano, junto a Francisco, tendrá un carácter histórico.

El Papa no alcanza este primer objetivo solo por mero voluntarismo o por el extraordinario imán de su figura. Ha trabajado, además, intensamente desde hace muchos años, cuando era Arzobispo de Buenos Aires, para que las grandes religiones monoteístas privilegiaran sus denominadores comunes y, lo que es más importante, que sus dirigentes se conocieran y conversaran amigablemente.

Fruto de esa paciente labor es el Diálogo Interreligioso. Las autoridades religiosas del judaísmo y del islamismo ven en Francisco un amigo, confían profundamente en él y le reconocen una autoridad moral indisputable.

De ningún líder mundial, por importante que sea, puede decirse lo mismo. Y no por defectos personales de esos líderes, sino porque el Papa puede situarse por encima de las inevitables confrontaciones de intereses.

Pero es cierto que otros han tenido esa ubicación y no la pudieron aprovechar. En el caso de Francisco, debe apuntarse todo ese trabajo preparatorio previo, silencioso, pero tremendamente efectivo, que conocíamos bien quienes dialogábamos con frecuencia con él pero que no tenía por qué conocer el gran público.

Esa amistad con los diferentes cultos, esa predisposición para el diálogo y el encuentro, conviven, sin embargo, con la constante manifestación de convicciones muy firmes. Así, por ejemplo, al visitar el Museo de las víctimas del Terrorismo, afirmó:

“El terrorismo es un mal en el origen porque viene del odio, y en los resultados, porque no construye sino destruye. Querría que todo el mundo entendiera que el terrorismo es fundamentalmente criminal. Yo rezo por estas víctimas y por todas las víctimas del terrorismo del mundo. Por favor, no más terrorismo. El terrorismo es un camino sin fin".

Ojalá sea escuchado, en Medio Oriente pero también en la Argentina. No hay terrorismo bueno. A partir de esa premisa, puede construirse la paz.

Viernes 30 de mayo de 2014

Dr. Jorge R. Enríquez

jrenriquez2000@gmail.com

twitter: @enriquezjorge

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