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viernes, 3 de agosto de 2012

¿ Nueva era?


Espiritualidad.

Religioso new age.

Autor: Germán Díaz .

Religioso Salesiano. Lic. en Comunicación Social
Enviado por :  Dr. J.C. Amatucci .



Días atrás estuve charlando con una señorita muy entusiasmada con el tema religioso. Parece que haber ingresado en un grupo de oración le cambió la vida. Después de escucharla largo rato y detectar sus desencuentros, sobre todo con el aspecto moral, le dije: ─¿Sabías que la religión conlleva una ética de vida? 
─Me miró preocupada─. 
Así es, y no hay otra forma de resolverlo. La religión viene con el “combo” de una reforma de vida, de un cambio de actitudes y de opciones. La realización del hombre o de la mujer se puede dar en el contexto religioso. El cambio personal toma como base el evangelio. Si Cristo dice: “Hay que perdonar”, entonces, “yo tengo que perdonar”. Si Cristo dice: “den de comer al hambriento”, entonces, no puedo mirar para otro lado cuando me piden comida o cuando detecto necesidades en mis hermanos. Cuando terminé de hablar, la señorita se fue quizás desalentada y no volvió.
Hoy parece que vivimos en una religión de puros ritos o simples compromisos dominicales. La religión es una forma de vivir la vida. El que no vive como indica la Biblia o como expresa el catecismo no es cristiano. Puede llamarse religioso o devoto, pero no cristiano. Seguir a Cristo es más que una simple bendición o una promesa en una procesión.
Hoy vivimos en una religión de santería. Cada uno con su “santito”, con sus sales aromáticas, con sus piedras energéticas, y de moral ni hablar. Así estamos, bien con Dios y bien con quién sabe quién.
Hoy no hay vergüenza, ni miedo al juicio social y, menos aún, al juicio final. Suena tan de otra época. Cada cual anda orgulloso por la calle, con su mundo, con su historia, con su propio “rollo”. Estamos en la sociedad de la multicomprensión. Todos son comprendidos y escuchados desde su propio contexto y sus íntimas necesidades. No vale una moral general, sino lo que cada uno puede hacer con el sostén psicológico que le permita. La religión ni Dios tienen suficiente autoridad para juzgar pecados o errores. Las únicas voces autorizadas son la psicoterapia, la especialista en derechos humanos o la secretaría de “género”.
Dios no puede ir contra las sapienciales y existencialistas defensoras de los más débiles. La religión debe limitarse a borrar o perdonar aquellos pecados poco conflictivos y que, según la propia reflexión, no deberían producir demasiado “estrés”.
La religión del bienestar personal no puede irrumpir en la necesidad del propio espacio, del mezquino límite sensible. La religión parece estar demasiado lejos de los valientes y tan próxima a los “sapitos” de la buena onda y la abundante luz que viene por un mandato cuasi divino.
En el mercado libre de la búsqueda de Dios, hay de todo. Sexo eficaz y placentero, energía máxima sin mínimo esfuerzo, ángeles pícaros y de asombrosa actuación cotidiana. 


La mirada de Dios es tan benevolente que hasta la dieta puede ser espiritual, si uno vive sonriendo y oliendo sahumerios. Basta una persona para formular una verdad y un montón de insensatos para crear hinchadas.

La baja cultura genera una religión de velitas aromáticas, no hay nada de sacrificio, solo buena onda y paz con todos los que no te jodan la vida.
La religión de “lechucitas”, pirámides y metafísica berreta tiene muchos adeptos. Gente que hoy se convierte a la religión del “imán” y mañana peregrina hasta “Itatí” o va a ver al Padre Ignacio. Las anécdotas son extraordinarias: “todo bueno, todo superenergético, salimos llenos de paz y sentimos una fuerza interna”. No se habla de compromiso, ni de solidaridad, ni siquiera de cambiar de vida. Todo es referido al propio bienestar personal.
En la religión de la autosatisfacción, siempre hay un maestro. Me hace olvidar de todo, me siento liberado por dentro. No cambia ni mejora mi vida ética, solo percibo una energía intensa. La palabra mágica es decir: Señor, señor, señor… Hasta el infinito, hasta como muletilla, hasta hartarse y hartar a todos. No se entiende si al principio se dice Señor y luego se sobreentiende a quién van dirigidas las frases posteriores.
La vida del cristiano no tiene nada que ver con esto. El seguimiento de Cristo no tiene de fondo música celta ni se ambienta en un arroyo con audioterapia. No se imagina ambientes de paz interior o de “dieta light”... Ir tras las huellas del Nazareno es olvidarse de sí mismo, tomar la propia cruz y seguirlo.

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