2014
Espiritualidad.
Reflexión acerca de esta festividad,Judíos y cristianos,
en nuestras “Pascua ritual”, propia de los
dos Testamentos.
Por Aldo Ranieri.
Quisiera compartir con Uds una interpretación del sentido de la Pascua que, a mi parecer, es válida para todos “los hombres de buena voluntad”.
Lo haremos partiendo de textos bíblicos de la Primera y de la Segunda Alianza.En efecto celebramos dos fiestas de Pascua: la primera es la del Libro del Éxodo 12, en donde la Pascua está definida como un “precepto permanente”, y entendemos esta expresión como que no será ni va a ser nunca derogado. Es la Pascua celebrada aún hoy por el Judaísmo, la Pascua de la liberación. Dice el Éxodo: “El Señor pasará para castigar a Egipto, pero al ver la sangre en el dintel… pasará de largo por aquella puerta… y no permitirá que el Exterminador entre en sus casas para castigarlos.” (12, 23). Aparece en este texto la forma verbalpasaj que significa “pasar de largo” y que en su forma nominal pᵉsaj significa también “víctima pascual”.
Entendemos con esto que la celebración pascual de la Primera Alianza es un rito perpetuo, que celebrará para siempre que el Señor defenderá a los más débiles contra toda clase de opresor. Este rito tiene dos acontecimientos que subrayan su sentido de liberación del débil de parte del Señor.
El primero es cuando el Señor revela su nombre a Moisés: “Yo soy el que soy” (Ex 3, 14). En realidad no le hace conocer su nombre con una forma de cualificación de identidad, como podría ser un substantivo, sino que le revela su nombre mediante una forma verbal: hawwah que se podría traducir como el que lleva a la existencia, o el ser existente en si mismo. El asunto es que lo que hace este Ser y el sentido de Su existencia hay que deducirlo del contexto. En efecto, lo encontramos poco antes. Dios le dice a Moisés: “… Yo he visto como son oprimidos por los egipcios. Ahora ve, yo te envío al Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas.” (Ex 3, 9 – 10). Dios a Moisés se identifica a sí mismo como el que está allí para liberar a los oprimidos que no tienen salvación y hacer de ellos un pueblo de reyes y sacerdotes.
El segundo acontecimiento es el paso del Mar de las Cañas, más conocido como Mar Rojo. Cuando las aguas volvieron, cubrieron (Ex 14, 28) al faraón y su ejército, es decir que los envolvieron, los escondieron, como que éstos quedaron identificados con ellas.
En otras palabras esto significa que el faraón, transformado ahora en símbolo de todos los poderes opresores del ser humano, quedó al acecho, se camufló, pero no desapareció. Tanto es así que volveremos a encontrarlo bajo otros nombres: el imperio asirio, persa, romano etc.
Hoy diríamos: narcotráfico, trata de personas, esclavitud, explotación económica etc. Entonces, cuando hoy en día el Judaísmo celebra su Pascua, celebra esta presencia liberadora del Señor: es el testigo de que Dios sigue fiel a la revelación de su Nombre. En otras palabras, la Pascua israelita tiene plena vigencia, sus ritos no son obsoletos, no son superados, sino que son un “precepto permanente”.
¿Y qué sentido tiene la Pascua cristiana?
Para que sea posible la hermandad universal del ser humano, tiene que desaparecer toda violencia y opresión entre nosotros. En otras palabras, el faraón tiene que desaparecer del todo de en medio de la humanidad. Pero esta vez se trata del faraón escondido en el corazón de cada hombre, como el deseo de poder, la insaciable codicia y ambición, en fin esa corrupción que aparece en miles de maneras cotidianamente y de la cual todos tenemos experiencia. El autor del libro del Apocalipsis dice: “Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron y el Mar ya no existe más.” (Ap 21, 1). Aquí el Mar es otra vez el faraón, en el sentido que dijimos antes. El profeta anuncia así el resultado de la Pascua cristiana, que no elimina la pascua judía, sino que la asume y la lleva a un cumplimiento perfecto. El texto del Nuevo Testamento que nos explica esto es la Carta a los Hebreos. Esta carta no es de Pablo, sino de un Judeocristiano desconocido de origen farisea y eximio conocedor de las Escrituras, que la escribe para las comunidades judías que habían aceptado el mensaje de Jesús. El planteo que le hicieron estas comunidades era el siguiente: a Jesús lo mataron no todo el pueblo judío, sino los Saduceos, el partido de los Sumos Sacerdotes, utilizando a los romanos; y sin embargo Jesús fue resucitado por Dios, claro signo de que lo que Jesús fue dijo y enseñó, Le era agradable. Pero esto también quería decir que Dios rechazaba la clase sacerdotal judía. La dificultad nacía del hecho de que Jesús no era un sacerdote, era un laico de la tribu de Judá. La pregunta de esos primitivos cristianos era entonces: ¿Quién pudo haberlo declarado Sacerdote? Y si así fuere, ¿Quién sería ahora el sacerdote, dado que Jesús ascendió a los cielos? El autor inspirado nos revela que Jesús es ahora el único sacerdote, porque fue declarado tal por su mismo Padre en el Getsemaní, pero no según el orden de Aarón, un sacerdocio terrenal, sino según el orden de Melquisedec, un sacerdocio eterno, es decir una mediación efectiva y eterna entre Dios y los hombres. Se da así un cambio de calidad en el sacerdocio. Nosotros entendemos que en el Getsemaní hubo la Pascua real, cósmica, que abarca todo lo creado y lo libera definitivamente del mal. Esto fue obra sólo de Jesús y se desarrolló en el ámbito interior de su persona divino-humana. En el Getsemaní se jugó el sentido de todo: del Padre en su poder creador; del Mal y la Muerte como rebelión inevitable contra el Padre de todo lo que Él crea; del Espíritu Santo amor que une a Jesús a su Padre y a toda creatura; y de Jesús hombre a merced de todo lo tenebroso y mortal del creado. Nadie fue testigo de eso, porque Jesús se hizo cargo de la enorme cantidad de pecados de toda la humanidad, habida y por haber, como si hubiera sido él el que los cometió, y se hizo cargo por el gran amor con que nos amaba. Fue realmente nuestro hermano. Por un momento esto lo puso en poder de la Muerte, del Mal cósmico y metafísico que nos corrompe a todos, nos hace rebeldes a Dios y destructores de los hermanos y nos supera sin límite, como lo atestigua el hecho que todos morimos. Desde esta situación, Jesús se presentó al Padre y, por el infinito amor con que él amaba a su Padre y a nosotros, Le pidió que perdonara a todos gratuitamente, aceptando él, en su cuerpo, la sanción que les tocaba a nosotros los rebeldes. Como Hijo de Dios y ser humano, se sometió absolutamente a la voluntad del Padre. Es cierto que llevaba nuestros pecados, pero nunca había sido cómplice con nosotros en la rebelión a Dios, y Dios aceptó el pedido de su Hijo. Este enorme acto de amor y de humildad de Jesús en su aspecto humano, se opuso con una fuerza infinita contra toda soberbia y rebelión creatural y aniquiló el Mal y la Muerte. Por primera vez, una creatura como nosotros, Jesús dijo “No!” a toda tentación de auto-divinizarse, sustituyéndose a Dios, a expensas de los hermanos. Así, limpió definitivamente toda creación de la Corrupción y del Pecado, pero su cuerpo registró la violencia del combate sudando sangre. El texto de la Carta insiste sobre la eficacia de una acción transformadora del Padre en la humanidad de Jesús que purificó absolutamente de toda corrupción, y para siempre, a todo ser creado, humano o de cualquier otra creación, y que sea libre y consciente. Esta acción mediadora de Jesús consistió así en dos momentos: una súplica de perdón gratuito y una ofrenda de su cuerpo para recibir él la sanción que nos tocaba. Nosotros éramos los rebeldes, no él. Jesús, cuando salió del Getsemaní, sabía que había vencido. Entonces la narrativa de su pasión, muerte y resurrección que encontramos en los evangelios, la podríamos denominar la Pascua histórica, acontecimientos crueles y sangrientos sobre su cuerpo para que nosotros pudiéramos ver los que de otra manera nos hubiera sido oculto para siempre: la lucha cósmica del Getsemaní.
Por último, todo esto lo celebramos, judíos y cristianos, en nuestras “Pascua ritual”, propia de los dos Testamentos.
Ésta es el memorial, la celebración litúrgica, repetida todos los años, en la que reafirmamos constantemente nuestra fe de que los acontecimientos del Mar de las Cañas y del Getsemaní – Monte Calvario siguen siendo reales, construyendo incansablemente seres humanos libres y solidarios en todas las generaciones que se van subsiguiendo a lo largo de los tiempos.
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