Espiritualidad.
Dones y frutos del Espíritu Santo
Colaboración .
Juan CarloAmatucci.Médico. Periodista.
Nota 1.
Vivimos rodeados
de regalos de Dios.
Fue sobretodo en el momento de nuestro Bautismo cuando nuestro Padre Dios nos llenó de bienes incontables. Junto con la gracia, Dios adornó nuestra alma con las virtudes sobrenaturales y los dones del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo nos inspira (Mateo 10, 19 ss; Juan 3, 8), nos enseña (Juan 14, 26), nos guía (Juan 16, 13), nos consuela (Juan 14, 16), nos santifica (Romanos 15, 16), nos vivifica (Romanos 8, 11). Por eso nuestro Señor Jesús lo llama “otro Paráclito” (Juan 14, 16), palabra griega que significa literalmente “aquél que es invocado” y, por lo tanto, abogado, mediador, defensor, consolador.
El abogado defensor es aquel que, poniéndose de parte de los que son culpables debido a sus pecados, los defiende del castigo merecido, los salva del peligro de perder la vida y la salvación eterna.
Esto es lo que ha realizado Cristo, y el Espíritu Santo es llamado “otro paráclito” porque continúa haciendo operante la redención con la que Cristo nos ha librado del pecado y de la muerte eterna.
El Espíritu Santo, a través de sus dones, va conformando nuestra vida según las maneras y modos propios de un hijo de Dios que se guía ahora por el querer de Dios, Su Voluntad, y no por nuestros gustos y caprichos.
Hoy le pedimos al Paráclito, nuestro Divino Santificador, que doblegue lo que es rígido en nosotros, particularmente la rigidez de la soberbia, que caliente en nosotros lo que es frío, la tibieza en el trato con Dios; que enderece lo extraviado.
La Iglesia nos invita de muchas maneras a preparar nuestra alma a la acción del Espíritu Santo.
En el Catecismo nos da la relación de estos maravillosos dones:
El don de inteligencia nos descubre con mayor claridad las riquezas de la fe.
El don de ciencia nos lleva a juzgar con rectitud de las cosas creadas y a mantener nuestro corazón en Dios y en lo creado en la medida que nos lleve a Él.
El don de sabiduría nos hace comprender la maravilla insondable de Dios y nos impulsa a buscarle sobre todas las cosas y en medio de nuestro trabajo y nuestras obligaciones.
El don de consejo nos señala los caminos de la santidad, el querer de Dios en nuestra vida diaria, nos anima a seguir la solución que más concuerda con la gloria de Dios y el bien de los demás.
El don de piedad nos mueve a tratar a Dios con la confianza con la que un hijo trata a su Padre.
El don de fortaleza
nos alienta continuamente
y
nos ayuda a superar las dificultades que
sin duda encontramos en nuestro caminar hacia Dios.
El temor nos induce a huir de las ocasiones de pecar,
a no ceder a la tentación, a evitar todo mal que pueda contristar al Espíritu
Santo, a temer radicalmente separarnos de Aquél a quien amamos y constituye
nuestra razón de ser y vivir.
Contrarias al Espíritu son las obras de la carne: “fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes... quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios” (Gálatas 5, 19-21).
Nota 2.
La sabiduría.
La sabiduría educa a sus hijos y cuida de los que la buscan. La sabiduría.
El que la ama, ama la vida; los que parten de mañana en su búsqueda serán colmados de alegría.
El que la posee alcanzará al fin la gloria;
el Señor le dará su bendición.
Los que la sirven se hacen los ministros del Santo,
Los que la sirven se hacen los ministros del Santo,
los que la aman son amados del Señor.
El que la escucha tendrá un juicio acertado,
El que la escucha tendrá un juicio acertado,
el que le obedece estará seguro.
El que confía en ella la heredará,
El que confía en ella la heredará,
y sus descendientes disfrutarán de ella.
Al principio lo llevará por caminos ásperos, le provocará miedos y sustos;
Al principio lo llevará por caminos ásperos, le provocará miedos y sustos;
lo agotará con su disciplina hasta el momento en que pueda contar con él; multiplicará sus exigencias para ponerlo a prueba.
Pero luego lo llevará por caminos planos, le procurará la alegría y le revelará sus secretos.
Pero si se ha extraviado, lo abandonará y dejará que se pierda.
Nota 3.
Ser Testigos Valientes del Evangelio.
Nota 4.
Cristo ama la infancia que al principio él mismo asumió, tanto en su alma como en su cuerpo.
Cristo ama la infancia que enseña humildad, que es la norma de la inocencia, el modelo de la dulzura.
Cristo ama la infancia, hacia la que orienta la conducta de los adultos, hacia la que conduce a los ancianos y llama a imitar su propio ejemplo a aquellos que deseen alcanzar el reino eterno.
Pero para entender cómo es posible realizar tal conversión, y con qué transformación él nos revierte a una actitud de niños, dejemos que san Pablo nos instruya y nos lo diga: “Para aquel que tenga sentido común, no se debe ser un niño pequeño en cuanto a vuestros pensamientos, sino un niño pequeño en lo que respecta a la malicia” (1Corintios 14,20). Por lo tanto, no debemos volver a nuestros días de infancia, ni a las torpezas del inicio, sino tomar alguna cosa que pertenece a los años de madurez; es decir, apaciguar rápidamente las agitaciones interiores, encontrar rápido la calma, olvidar totalmente las ofensas, ser completamente indiferente a los honores, amar y reencontrarse juntos, guardar la igualdad de ánimo como un estado natural. Es un gran bien no saber cómo dañar a otros y no tener gusto por el mal...; no devolver a nadie el mal por el mal (Pablo a los Romanos 12,17), es la paz interior de los niños, la que le conviene a los cristianos... Es esta forma de humildad la que nos enseña el Salvador cuando era niño y fue adorado por los magos.
Pero luego lo llevará por caminos planos, le procurará la alegría y le revelará sus secretos.
Pero si se ha extraviado, lo abandonará y dejará que se pierda.
Nota 3.
Ser Testigos Valientes del Evangelio.
Papa Francisco ha dedicado la catequesis de la audiencia general de los miércoles al Espíritu Santo
“sin el cual -ha dicho el Papa- la Iglesia no podría vivir . . .y realizar la misión que Jesús nos ha confiado de ir y hacer discípulos de todas las naciones. Esta misión no es sólo de algunos, sino la mía, la tuya, la nuestra.
Todos deben ser evangelizadores, sobre todo con la propia vida. Para ello es necesario abrirse sin temor a la acción del Espíritu Santo.
En Pentecostés, el Espíritu Santo hizo salir de sí mismos a los Apóstoles y los transformó en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada uno entendía en su propia lengua. Este es un primer efecto importante de la acción del Espíritu Santo, la unidad, la comunión".
"La
confusión de las lenguas, como en Babel, queda superada, porque ahora reina la
apertura a Dios y a los demás, y lleva al anuncio de la Palabra de Dios con un
lenguaje que todos entienden, el del amor que el Espíritu derrama en los
corazones". "¿Yo qué hago en mi vida?, -ha dicho el Papa dirigiéndose
a los presentes- ¿creo unidad al rededor de mi o divido, con la charla, la
crítica, la envidia?. ¿Qué debo hacer?. Pensemos en esto".
"Un segundo efecto del Espírito Santo -ha
continuado el Papa- es la valentía que infunde de anunciar la novedad del
Evangelio con franqueza (parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar. Y
esto, bien apoyado en la oración, sin la cual toda acción queda vacía y el
anunciar carece de alma, pues no está animado por el Espíritu..."Evangelizar,
anunciar Jesús, nos da alegría; en cambio el egoísmo nos da amargura, tristeza,
nos deprime; evangelizar nos alegra".
El Papa ha destacado
la nueva evangelización como tercer efecto importante. "Una Iglesia que
evangeliza debe comenzar siempre desde la oración, pidiendo como los Apóstoles
en el cenáculo, el fuego del Espíritu Santo. Sólo la relación fiel e intensa
con Dios permite dejar de estar encerrado y anunciar con parresía el
Evangelio".
Papa Francisco antes de concluir ha recordado
las palabras de Benedicto XVI: “Hoy la Iglesia siente el viento del Espíritu
Santo que nos ayuda, nos muestra el camino justo”.. "Renovemos cada día
-ha dicho- la confianza en la acción del Espíritu Santo, dejémonos guiar por
Él, seamos hombres y mujeres de oración, que dan testimonio del Evangelio con
valentía, convirtiéndose en este mundo herramientas de unidad y comunión con
Dios".
Al finalizar la
catequesis, el Santo Padre ha saludado a los cerca de 50.000 peregrinos
reunidos en la Plaza de San Pedro. En lengua inglesa, ha invitado a todos a
rezar por las victimas, especialmente los niños, del desastre ocurrido en
Oklahoma.
Por último el Papa, recordando que
el próximo 24 de mayo se celebra la fiesta litúrgica de la Bienaventurada
Virgen María, Auxilio de los Cristianos, que es venerada con gran devoción en
el santuario de Sheshan en Shanghai, ha lanzado un llamamiento por China
invitando a todos los católicos del mundo a "rezar para implorar de Dios
la gracia de anunciar con humildad y alegría a Cristo muerto y resucitado, para
ser fieles a su Iglesia y al Sucesor de Pedro y vivir cotidianamente al
servicio de su país y de sus conciudadanos de forma coherente con la fe que
profesan".
El Papa ha invocado
con estas palabras a la Virgen: "Nuestra Señora de Sheshan, sostiene los
esfuerzos de quienes en China, en medio de las fatigas cotidianas, continúan
creyendo, esperando y amando para que no tengan miedo de hablar de Jesús al
mundo y del mundo a Jesús".
"Que la Virgen
fiel sostenga a los católicos chinos, haga preciosos sus difíciles compromisos
a los ojos del Señor y haga crecer el afecto y la participación de la Iglesia
china en el camino de la Iglesia universal".
Ser Testigos Valientes del Evangelio.
Cristo ama la infancia que enseña humildad, que es la norma de la inocencia, el modelo de la dulzura.
Cristo ama la infancia, hacia la que orienta la conducta de los adultos, hacia la que conduce a los ancianos y llama a imitar su propio ejemplo a aquellos que deseen alcanzar el reino eterno.
Pero para entender cómo es posible realizar tal conversión, y con qué transformación él nos revierte a una actitud de niños, dejemos que san Pablo nos instruya y nos lo diga: “Para aquel que tenga sentido común, no se debe ser un niño pequeño en cuanto a vuestros pensamientos, sino un niño pequeño en lo que respecta a la malicia” (1Corintios 14,20). Por lo tanto, no debemos volver a nuestros días de infancia, ni a las torpezas del inicio, sino tomar alguna cosa que pertenece a los años de madurez; es decir, apaciguar rápidamente las agitaciones interiores, encontrar rápido la calma, olvidar totalmente las ofensas, ser completamente indiferente a los honores, amar y reencontrarse juntos, guardar la igualdad de ánimo como un estado natural. Es un gran bien no saber cómo dañar a otros y no tener gusto por el mal...; no devolver a nadie el mal por el mal (Pablo a los Romanos 12,17), es la paz interior de los niños, la que le conviene a los cristianos... Es esta forma de humildad la que nos enseña el Salvador cuando era niño y fue adorado por los magos.